Arctic Monkeys, intachable rock cantado por un dandy que nunca será Gainsbourg
Los británicos abruman a su paso por el WiZink Center ofreciendo un sonido potentísimo y una eficaz 'performance' de su repertorio retromaniaco
Liam Gallagher desafía al sol y le vence, y Red Hot Chili Peppers suenan blandos en el día final del Mad Cool

'Saudade' del feto de cuando era embrión. Nostalgia de hace cuatro segundos. Bebotes en la guarde con morriña de tiempos pretéritos. ¡Y cómo era Twitter antes de Elon Musk! Los tiempos se han fragmentado y acelerado complicando el recuerdo y, a la vez, la mercadotecnia explota el 'revival' y el pasado como si no hubiera un mañana. Y ayer, hace eones, los Arctic Monkeys dieron un concierto impecable en el WiZink Center mientras el fascismo y el comunismo, que dicen los finos analistas, 'debatían' en Atresmedia. ¡Gracias por ahorrarme esa basura, amigos de Sheffield! Que no tienen ni cuarenta años pero se relata así, como si fueran un dinosaurio del medievo. Cierto es que su estilo está demodé y ellos miran al pasado sin vergüenza, como una IA rastreando a quién fusilar.
Comenzó lenta, espacial y majestuosa la cosa, con 'Sculptures of Anything Goes', para cambiar el pistón de segundas a su clásico 'Brainstorm', provocando el terremoto. Dos días seguidos van a poner al WiZink a dar botes. Una especie de ojo de pez o ventanilla de submarino como pantalla gigante se encendió en el centro escenario entonces, enfocando a Alex Turner y compañía con un toque setentero en la glamurosa estética retro (o trasnochada) que manejan. Psicodelia contenida también, aquí no se pasan nunca de frenada no vaya a exagerarse el componente humano.
Funcionales como una cadena de montaje del garage rock, tocando genial, con 'Snap Out of It' se vino un estribillo de incruste mental con aroma glam y con 'Crying Lighting' pusieron emoción en la grada, con un bajo tirándose como sistemáticas flatulencias sónicas en un medio tiempo marca de la casa bajo las cantadas de su líder. Entre Led Zeppelin, Black Sabbath, Strokes, Frank Ferdinand, Bowie y Serge Gainsbourg se mueve todo el invento. Hasta varias baladas heavys pero con dandy al micro, cantando sobre riffs de metal y con un carisma relajado.
Con 'The Car', los Monos Árticos lanzaban el año pasado un álbum intimista con elementos jazz celebrado por la crítica que recogía el testigo del 'Tranquility Base hotel & Casino' de 2018, es decir de cinco años atrás, que a su vez venía de otro lustro de pausa discográfica. El último gran grupo de rock indie mundial lleva diez años al trantrán, después de un inicio ciclón 2006-2013 del que viven arrasando aún allí donde van. De ahí que esto se vea casi como una reunión siendo, a la vez, el último gran fenómeno indie. Ayer en el pabellón madrileño no cabía un alfiler, todo quisque saltaba brazo en alto y no hay tacha a un show que sonó perfecto, sin enmiendas. En el BBK este finde, igual. Supera esto, IA.
Llegó 'Arabella', entre el hard rock y el R&B, y la gente eufórica. ¡Qué hinchada! Ayer escuché alguna ovación que me hizo taparme los oídos incluso de dolor. Y, como otro día en la oficina, Turner cómodo y seguro, es guapo y elegante, aunque le falta sorpresa en ellos. Recordemos que el último grado de la pirámide de Maslow incluye la espontaneidad.
Aunque todo sonó aplastante. Un total de siete músicos (teclado, bajo, dos guitarras, batería, piano, otra percusión) dieron una robustez al inmejorable contenido sonoro al contrario de lo que les pasó a Red Hot Chili Peppers en el Mad Cool, muy endebles. Siendo una banda cuyo repertorio, para servidor, es un ejercicio de estilo, un repaso del metal al punk pasando por el jazz ,el garage, el pop, el indie, lo que sea, con poca originalidad y máxima eficacia. Toca 'Fluorescent Adolescent', otro hit en un set que primó lo antiguo pero también colaron algunas nuevas. Nostalgia equilibrada.
Y mucha juventud, mucha chavala joven y mucho concertado, desde el palco veíamos las lucecitas verdes de los vendedores de cerveza entre la marabunta, luciérnagas con una pesada mochila alcohólica para sacar unos dineros atrapados en una estructura humana, una estructura social, en la que no pueden moverse fácilmente y se suda. Soltó la guitarra Turner. La gran estrella se volvió entonces un crooner sobrio y dinámico, de Serge Gainsburg a Adam Driver, el cantante de peinado beatle a rockabilly ahora es un divo glamouroso, decadente y setentero. Y poco hablador.
Pero lo mejor, dentro de algo estupendo y sin tacha salvo la falta de errores, llegó al final. 'Do I Wanna Know' provocó el enésimo máximo entusiasmo, móviles encendidos en lo alto, cayó 'Mardy Bum' de su debut, coreadísima también. «Fantastic, terrific, excelent… Thank You», agradeció incluso Turner. Y arribó un piano psicodélico en una canción de pop orquestal gigantesca, especial, 'There'd Better Be a Mirrorball', para luego acometer '505' con una iluminación en todo el WiZink como bola de discoteca, elegante recurso y tonada con un final 'frankferdiniano' al uso aunque creando buen crescendo.
Y qué sobrado va como guitarra Turner. El cierre antes de los bises fue sencillamente espectacular, alargando 'Body Paint' que parecía aquello 'November Rain' de Guns N' Roses mezclado con Sonic Youth y desbocados por primera vez las Máquinas Árticas eran realmente Monos, particularmente su alma máter que dio una ofrenda de apabulle sonoro que me deberían de doler las manos de aplaudir si uno no fuera tan rancio.
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