ABC, en su último ensayo: «Nadie nos cree, pero en Siniestro Total jamás se tomó cocaína o heroína»
La mítica banda viguesa se despide en el WiZink Center de Madrid, el 6 y 7 de mayo, tras cuarenta años de carrera
El último ensayo de Siniestro Total antes de su despedida, en vídeo
Cinco canciones que hoy sentarían a Siniestro Total en el banquillo de la Audiencia Nacional
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Iniciar sesión«¡A Madrid no voy, coño! No quiero pasar por esa pena ni echar una lágrima más por estos cabrones», suelta de repente Antón Reixa , preso de la nostalgia, cuando le preguntamos por los dos conciertos de despedida que sus amigos ofrecerán, el ... 6 y 7 de mayo , en el WiZink Center de Madrid. «Todavía sigo desconcertado, no entiendo porque se separan. Espero que los dioses se conjuren y organicen una última actuación en Galicia», insiste el poeta, cantante de Os Resentidos y expresidente de la SGAE.
«¡Nunca hemos vendido tantas entradas como ahora!», asegurará Julián Hernández al día siguiente, cuando nos reunamos con la banda en su viejo local de ensayo, ubicado en un polígono sin nombre del barrio de Lavadores, el mismo que a principios del siglo XX era conocido como la ‘pequeña Rusia’ por sus intensas luchas sindicales. Los demás miembros tampoco se creen que las entradas de la primera fecha volaran en una semana y que las de la segunda estén a punto de agotarse. Pero Siniestro Total dice adiós tras más de cuatro décadas de carrera y parece que la gente tiene ganas de gozarlo por última vez. «¿Que si estamos emocionados? ¡Bah, mariconadas las justas!», reacciona Hernández, que eleva después el tono de voz: «A ver, la vida pasa y… ¡llevamos cuarenta tacos! ¡Es una burrada, una barbaridad!».
Con tal motivo, ABC ha viajado a Vigo para compartir con Siniestro Total los últimos ensayos de su historia y, de paso, reunirnos con aquellos amigos con los que dieron forma a esa otra Movida «que miró por encima del hombro a la de Madrid», en palabras de Reixa, con aquella explosión de creatividad alrededor del arte, la poesía, la moda y la música.
«Mucha gente se sorprendía de que en esta esquina hubiera surgido esa modernidad. Recuerdo que venían televisiones y periódicos de medio mundo preguntando qué ocurría en Vigo», apunta Reixa, que fue testigo de los primeros ensayos de Siniestro en el garaje de la casa de su padre. Reconoce que se salvó de milagro del accidente de tráfico del 20 de agosto de 1981 que dio nombre al grupo: «Estaba tan mamado que me quedé en el bar anterior, el Almas Perdidas . Se estrellaron a los pocos kilómetros y yo no me enteré hasta que se me pasó la resaca a los dos días».
El poeta y cantante fue quién organizó su primer concierto en el cine de Salesianos, el 27 de diciembre, junto a Mamá y Nacha Pop. Hoy es considerado el acto fundacional de la Movida viguesa, de la misma forma que el homenaje a Canito en la Escuela de Caminos fue el de la Movida madrileña. En aquel debut estuvieron los artistas Menchu Lamas y Antón Patiño –miembros fundadores del Grupo Atlántica que revolucionó el arte gallego de aquellos años– lanzando octavillas desde el anfiteatro mientras su primer cantante, Germán Coppni , fallecido en 2013, pegaba gritos con temas como ‘ Las tetas de mi novia ’, ‘ Matar jipis en las Cíes ’ y ‘ Ayatollah! ’.
En el estudio de ambos en la Avenida Da Atlántida, rodeados de gigantescos y coloridos cuadros, Lamas recuerda la fiesta que Patiño y ella organizaron en su piso de arriba, con las vistas de la ría al fondo, para celebrar que todos se habían recuperado del accidente: «Aparecieron con una maqueta en la que estaban esas esas canciones. Al ponerlas, ¡uf!… eran dinamita. Les dijimos que tenían que hacer algo y organizaron el concierto». «La irrupción de Siniestro fue contundente –subraya Patiño–. Nos costaba creerlo incluso a nosotros, a pesar de ser amigos suyos y haberles escuchado preparar el concierto en el local».
Teo Cardalda , de Cómplices, nos cita precisamente en los Salesianos. Mirando a la puerta, confiesa que fue después de aquella actuación cuando les «robo» a Coppini para fundar Golpes Bajos, su primer grupo. «A mi me gustaba más el rock sinfónico, como Genesis y Yes, pero fui a verlos y flipé con la locura que desataban. Bebíamos mucho, tomábamos sustancias y era un desmadre, pero ese concierto fue un punto de apertura para Vigo en la música», explica.
En aquella primera formación, Hernández tocaba la batería. Y, además de Coppini cantando, estaban Alberto Torrado , al bajo, y Miguel Costas , a la guitarra. Este último dejó el grupo en 1994 para centrarse en Aerolíneas Federales , pero se ha unido a la formación actual para la despedida. Nos lo cruzamos camino del local: «El coche está sucio, pero subid, os llevo».
Con Madonna
En el trayecto le comentamos que acabamos de estar con su hermana Rosa, también de Aerolíneas Federales, en la playa de Samil, a la que Siniestro le dedicó su famosa versión de los Ramones . Que nos ha contado lo mucho que le impactó Coppini en Salesianos –«era el más punk en el escenario, pero el más tímido y reservado cuando se bajaba»– y lo que «alucinó» cuando les vio telonear a Madonna en el estadio de Balaídos en 1990. Sonríe al recordarlo, y llegamos al sótano de un taller de motos cuya entrada parece abandonada, rodeada de neumáticos usados, con carteles tirados de giras pasadas y un baño que no se ha usado en décadas. Los Siniestro nos esperan. Es difícil imaginar que en esa pequeña habitación medio forrada con cartones de huevos ensaye una banda que va a llenar el WiZink Center. Lo saben, y mientras colocan los instrumentos y se sientan para la entrevista bromean sobre ello.
—La gente a la que he entrevistado, como Teo Cardalda, coincide en que el concierto de Salesianos fue un antes y un después en Vigo…
—Julián Hernandez: Pues no estoy seguro, porque no había nadie. Yo diría que no estaba ni Cardalda…
—Miguel Costas: Sí que estaba, porque yo me lo cruce en el baño y me dijo: «Germán es el más punk de todos». Eso se me quedó grabado.
—J. H.: En cualquier caso, era un domingo por la tarde y no había prácticamente nadie. Además, cuando empezamos a tocar ‘Matar jipis en las Cíes’ muchos se marcharon. Ese concierto no cambió nada, pero la fecha se recuerda porque nos hemos empeñado nosotros por una manía compulsiva de «cumpleañismo ilustrado».
—Creo que se grabó. ¿Se sonrojaron al escucharlo años después?
—J. H.: No, qué va, es flipante… ¡es la hostia! Escuchar la versión de Undertones, ‘Here Comes The Summer’, es alucinante, porque era la primera vez que yo tocaba con una batería entera. La canción es caótica y me perdí en el primer compás, pero acabamos todos a la vez, que es lo que importa. ¡Y Germán está sembrado.
—En esa transformación de Coppini sobre el escenario también coinciden todos los que asistieron…
—J. H.: Fue una sorpresa también para nosotros. Se convirtió en una fiera. En el local era tímido, pero en Salesianos cogió el micrófono y, de repente, pegó un grito de exterminio antes de ‘Matar jipis en las Cíes’. Recuerdo pensar: «¿Quién es esta bestia?».
—¿Qué sintieron cuando Cardalda se llevó a Coppini?
—J. H.: Nada, porque no teníamos conciencia de que los grupos fueran a durar más de un cuarto de hora. Lo que no tenía sentido era compartir el cantante en dos grupos diametralmente opuestos. Eso sí, en Vigo mucha gente nos retiró el saludo y nos dijo que sin él estábamos acabados, que Golpes Bajos era el futuro. Y, mira, las cosas no fueron así…
—¿Tanto indignó su salida en 1983?
—J. H.: ¡Uy, sí! Teníamos un concierto apalabrado en Vigo y nos dijeron que, sin Germán, ni de coña. Y lo cancelaron. Poco después, sin embargo, el grupo se afianzó, porque salimos en el programa de ‘La Edad de Oro’ los tres, con Miguel cantando.
—Poco antes de su salida, Coppini recibió un botellazo en la sala Zeleste de Barcelona y estuvo semanas en el hospital. ¿Tanta violencia había en sus conciertos?
—J. H.: Más de lo deseable, y no sabemos la razón, pero pronto se pasó al fútbol, cosa de la que nos alegramos tremendamente. Y sigue en el fútbol, así que está muy bien…. que se quede ahí hasta que lo prohiban. Pero en los inicios de Siniestro sí que parecía que tenía que haber broncas en los conciertos y no sabemos muy bien la razón.
—M. C.: Los botellazos eran una moda inglesa, pero allí eran botellas ‘fake’ como las que se usaban en las películas, mientras que aquí, Voll-Damm. A mí una vez me tiraron un cenicero a la cabeza y me dejaron grogui. El concierto se tuvo que suspender. ¡Teníamos un público selecto!
—¿La movida viguesa también se infló, como ha dicho Alaska en alguna ocasión con respecto a la de Madrid?
—J. H.: No fue ni una maravilla ni un desastre absoluto. ¿Que hubo una explosión de creatividad? Puede ser, no lo sé, pero se vendió bien. Lo que sí es cierto es que todo se acabó cuando entraron los políticos a sacar un rendimiento electoral de ello con aquella visita de la movida madrileña a Vigo [con grupos como Gabinete Caligari, Los Nikis y Alaska y los Pegamoides] organizada en 1986 por el alcalde de Vigo, Manuel Soto, y el presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, que acabó como el rosario de la aurora. Fabio McNamara le lanzó una taza al alcalde con tan mala puntería que le dio a una chica y hasta tuvo que intervenir la Policía.
—¿Qué más hicieron los políticos?
—J. H.: Cuando el PSOE vio que los conciertos multitudinarios como ‘Rock and Ríos’ [undécimo álbum de Miguel Ríos, grabado en directo, en el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid, en 1982, del que se vendieron 450.000 copias] eran una manera de ganar votos, empezaron a hinchar cachés de manera absurda para organizar grandes eventos gratuitos. La gente se acostumbró a no pagar.
—Javier Soto: La industria que podía haber nacido de ese movimiento se fue al garete porque todo era gratis.
—¿Recuerdan algo del accidente?
—Óscar Avendaño: ¡Cómo se van a acordar de algo! [risas]
—J. S.: Lo único que recuerdo es que era un Renault 12 de los padres de Julián. Íbamos por ahí de copas, de noche, y había una niebla de la hostia. Nos fuimos a las cuatro de la madrugada desde el centro de Vigo al único bar que quedaba abierto, El Balneario, al que iban los pescadores en el puerto. En el camino nos comimos la valla de unas obras.
—J. H.: Conducía yo. En esa misma carretera había habido un accidente antes y se habían jodido las luces de señalización de la obra, así que, de repente, salió una valla de la nada y detrás había una piedra enorme. Ese fue el problema.
Al preguntarles si alguna vez las drogas se convirtieron en un problema para el grupo durante estos cuarenta años, suena el teléfono de Costas, que comenta: «Lo tenía preparado para cuando saliera ese tema». «¡Es su camello!», bromea Hérnández, entre las risas de todos.
—¿Pero hubo problemas o no?
—J. H.: Nunca, por la sencilla razón de que nosotros lo que tomábamos era alcohol. A veces mucho… incluso muchísimo. ¡Una barbaridad!
—J. S.: Nada de drogas duras, al menos que yo sepa. Y con drogas duras me refiero a heroína y cocaína.
—J. H.: ¡Somos unos moñas! Lo cierto es que la llegada de la heroína en los 80 fue muy chunga. Y que conste que nadie nos cree, pero en Siniestro jamás se tomó cocaína o heroína. Un día lo hablaba con Diego Manrique [periodista de Radio 3 y presentador del ‘El Ambigú’ durante veinte años], que me preguntaba mucho sobre ello: «De verdad, Diego, farlopa nada». E insistía: «¡No me lo creo! ¿Me lo puedes jurar por el libro sagrado?». Pues sí…
—¿Y eran ambiciosos con el tema del dinero al principio?
—M. C.: Nunca… mi madre aún me pregunta cuándo voy a empezar a trabajar. Tocábamos tanto que no te podías dedicar a otra cosa.
—J. H.: Llegó un momento en que la profesionalización, entre comillas, fue obligatoria, porque hubo que montar una estructura fiscal o algo así para firmar contratos. En los 80 habíamos vivido como buenamente podíamos. Nunca firmamos un contrato con DRO y solo tengo algún papel por ahí de Lorenzo [Rodríguez] del Rockola. Los compromisos eran siempre de palabra.
—J. S.: De todas formas, cuando entré yo en 1984, ya había unas giras continuadas y podías vivir del grupo. Cada verano hacíamos 30 o 40 conciertos, ¿para qué íbamos a hacer otra cosa?
—J. H.: Es curioso, pero nunca tuvimos esa ambición. Recuerdo una bronca en el estudio con Charlie [Sánchez, fundador de DRO y posterior presidente de Warner], diciéndonos que teníamos un grupo que podíamos vender y que moviéramos el culo… Con ‘En beneficio de todos’ (DRO, 1990) ya se gastaron el dinero, lo presentaron por todo lo alto y se vendió un montón.
—¿Saben cuántos discos han vendido?
—J. H.: Nadie sabe eso… las discográficas nunca dan una cifra global. No pueden saber cuántas copias se han vendido de '¿Cuándo se come aquí?' (DRO, 1982), por ejemplo, porque hubo muchas reediciones en diferentes formatos. ¡La cantidad de casetes de mierda de gasolinera, con una foto robada, que sacó DRO fue increíble! De eso jamás nos declararon nada… ¡y fue una millonada! A veces veo por ahí cintas en Todocolección que ni sabía que se habían publicado.
—¿Nunca reclamaron ese dinero?
—J. H.: Qué va… en ese momento la pasta no era muy importante. Éramos como los negros del Misisipi a los que nos pagaban la grabación, nos invitaban a dos comilonas y nosotros tan encantados.
—Hablan casi como si fueran un grupo 'underground', pero van a llenar dos días el WiZink Center. Me cuesta creerles...
—J. H.: Es que nunca vendimos, ni de lejos, los discos que otros grupos de la época. ¡Ni de coña! En aquellos momentos, Nacha Pop, Los Secretos o Radio Futura vendían un montón.
—J. S.: De hecho, yo diría que el concierto con más gente que hemos dado en nuestra vida fue teloneando a Radio Futura, en 1990, en Las Ventas. Ese día fue un antes y un después en la banda, porque al final de nuestra actuación nos asaltaron unos directivos de BMG, que era la discográfica de Radio Futura. Pero la gente fue a verlos a ellos.
—¿Tienen la sensación de que muchas de sus letras serían un escándalo si hubieran sido publicadas hoy? Por ejemplo, ‘¿Qué tal, homosexual?’
—«¿Qué tal homosexual? Pues no me va mal». Es solo la palabra, no veo la ofensa. Es cierto que ahora la gente tiene la piel mucho más fina.
—¿Y ‘España se droga’?
—Ó. A.: ¡Hombre, es que España se droga ahora mucho más que antes! Parece que ciertas palabras son tabú, pero se puede hablar de todo. Otra cosa es que alguien se ofenda, pero el que se pica, ajos mastica.
—J. H.: Ahora se droga con medicamentos... De todas formas, se puede hablar de todo en las canciones si eres lo suficientemente listo. Igual decir «matar al Rey», pues no, pero hay canciones nuestras que igualmente hablan del Rey. O lo de 'Escupe la bandera' que cantaba Eskorbuto, pues tampoco, pero hay otras maneras de decir lo mismo.
—¿No les da miedo tocar en el WiZink Center lleno y en su despedida?
—J. S.: Hemos tocado para más gente, como aquel concierto en un festival de Bogotá en el que había, según decían, 200.000 personas. Pero es verdad que nunca hemos vendido tantas entradas nosotros solos.
—Ó. A.: Yo solo me pongo nervioso cuando toco para poca gente, porque les veo los ojos y eso me acojona. Para mucha gente, nada.
—J. H.: Además, los que tienen que tener miedo son los espectadores, que ya han pagado la entrada. Nosotros… ¡bah! Santa Rita, Rita…
—¿Van a ganar mucho dinero?
—Ó. A.: Eso se lo tienes que preguntar al manager.
—J. H.: Tampoco lo sabemos porque es una producción nuestra y hay un montón de gastos que todavía siguen entrando. No lo sabremos hasta después…
—Pero Siniestro se acaba. ¿Les dará como para poder estar un tiempo sin preocuparse del dinero?
—J. S.: Hombre, yo espero seguir viviendo de la música.
—Ó. A.: Esta es una profesión muy precaria y llevo ya bastante tiempo trampeando, así que todos esperamos seguir en esto de una manera u otra. De todas formas, cuando se habla de que los músicos malviven, tengo que decir que los que malviven son los panaderos, con todos mis respetos, porque se levantan a las 3 de la mañana para hacer pan. Nosotros vivimos como dios con cuatro pesetas. ¡Eso no lo cambio por nada! Tendré que seguir trampeando, tocando en bares o en la calle…
—Mucha gente les pide que se despidan en Galicia, en casa, y no en Madrid...
—Ó. A.: Hay muchos vigueses exigiendo que el último concierto sea en Vigo, pero nunca les he visto pagar una entrada de Siniestro.
—J. H.: Es como si quisieran apropiarse de una banda que ha sido de otros muchos sitios de España. Es como si quisieran esclavizarnos. Es verdad que somos de aquí, pero Vigo nos debe más a nosotros que nosotros a la ciudad… Mmmm... ¡Bueno, esto último es una tontería!
—¿Entonces va a haber un último concierto en Vigo o no?
—J. H.: Esa pregunta ya la contestamos otro día… con un abogado delante.
Es hora de ensayar. No quedan tantos días para la esperada cita en Madrid y nunca han sido exageradamente disciplinados. Cada uno se coloca en su sitio... y comienzan a tocar: ‘Rock en Samil’, ‘Somos Siniestro Total’... «Por cierto, que se me acaba de ocurrir. ¿Por qué no se queja la gente de que el Celta juegue la final de la Copa en Madrid?», comenta Hernández entre canción y canción.
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