Muere Ryuichi Sakamoto, el último emperador de la música japonesa, a los 71 años

Fundador de la Yellow Magic Orchestra y titán de las banda sonoras, falleció el 28 de marzo víctima de un cáncer

Ryuichi Sakamoto escribe la partitura de su propio réquiem

Imagen de archivo de Sakamoto REUTERS

David Morán

Barcelona

Como David Bowie y Leonard Cohen, también Ryuichi Sakamoto, fundador de la Yellow Magic Orchestra y coloso de las bandas sonoras, quiso convertir su muerte en obra de arte y grabó, poco antes de fallecer, '12', un exquisito y doloroso réquiem hecho ... de pianos minimalistas y cuidados injertos electrónicos.

Un estudiado adiós para un músico que siempre supo qué tecla pulsar para despertar emociones profundas; la banda sonora de un traspaso anunciado que sonó ayer en bucle para oficializar la despedida, elegante y silenciosa, de un músico que, enfermo de cáncer, falleció el pasado 28 de marzo.

Sakamoto, de 71 años, había superado un cáncer de garganta en 2014, pero hace poco, el pasado mes de junio, anunció que le habían diagnosticado otro cáncer colorrectal. «Ahora que tengo de nuevo cáncer a los 70 años, no sé cuántas veces podré ver la Luna llena en mi vida, pero mientras tanto, deseo seguir componiendo hasta el último momento, al igual que hicieron Bach y Debussy, a los que tengo gran admiración», dijo entonces.

«Vivió con la música hasta el final», aseguró ayer el equipo del músico en un comunicado. La frase, en este caso, no puede ser más literal ya que, hasta el 24 de marzo, estuvo interactuando con sus seguidores en su cuenta de Twitter y organizando sesiones de preguntas y respuestas relacionadas con su último disco. ¿Su última respuesta? «Si te refieres a sonidos que no están en el álbum, tengo que decir el sonido de la lluvia». ¿La pregunta? «De los sonidos que escuchaba mientras componía el álbum, ¿cuál era su favorito?».

Poético hasta el final, Sakamoto quiso seguir componiendo hasta el último aliento. Como Bach. Como Debussy. Héroes clásicos para un creador visionario que se crecía ante el abismo. «Me gusta explorar nuevos paisajes, y la música es un territorio lleno de espacios desconocidos», dijo en una de sus últimas visitas a Barcelona, minutos antes de subir al escenario del Sónar junto al alemán Alva Noto.

Nacido en Nakano el 17 de enero de 1952, Sakamoto fue una de las grandes, quizá la mayor, bisagras musicales entre Oriente y Occidente. También uno de los más osados aventureros de un mapamundi musical que recorrió a conciencia, dejando su huella en el pop, la electrónica, el ambient, la música clásica y contemporánea, el ruidismo ilustrado...

De formación clásica y vida privada más bien discreta - su libro 'La música os hará libres' son, probablemente, las memorias más comedidas de la historia la literatura musical-, Sakamoto tuvo un infancia complicada, marcada por un padre estricto y esquivo que, cuenta, no le miró a los ojos hasta que fue un adolescente. Decidido a convertirse en su opuesto perfecto, cursó estudios de composición musical en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio, grabó el extrañísimo 'Thousand Knives', una barra libre de electrónica experimental, vocoders y guiños nada velados a Kraftwerk ('Das Das Neue Japanische Elektronische Volkslied') tras la que se pondría manos a la obra con la Yellow Magic Orchestra en 1978.

En el horizonte, el pop digital de primera generación y un fenómeno de masas que traduciría al japonés, dándole color y alegría, a la oscura música electrónica que llegaba de occidente. Junto a Haruomi Hosono y Yukihiro Takahashi hizo de la YMO una formación pionera y un laboratorio mágico en el que desfigurar a los Beatles, enviar a Giorgio Mordorer al más allá y sentar las bases del pop japonés moderno.

«Con el tiempo descubres cosas nuevas, te interesan otras, y llega un momento en el que los sonidos experimentales, o los de la música clásica, tienen mucho más peso», reconocería años después Sakamoto para explicar las múltiples direcciones que tomó su carrera a partir de 1983, cuando se separó la banda. Ese mismo año, por ejemplo, firmó la banda sonora de 'Feliz Navidad Mr.Lawrence' y coprotagonizó la película junto a David Bowie.

Para Sakamoto de hecho, lo mejor estaba por llegar: viajes a Londres para grabar con David Sylvian, primeros encargos de altura, colaboraciones con Iggy Pop, Tony Williams, Youssou N'Dour y Brian Wilson... Y, claro, los premios y el pico de popularidad: en 1988 ganó el Oscar a la mejor banda sonora por su trabajo junto a David Byrne en 'El último emperador', de Bernardo Bertolucci, y se convirtió en uno de los compositores más cotizados. De Brian de Palma a Pedro Almodóvar, todos querían un pedazo de Sakamoto y a eso se dedicó el japonés. 'Tacones lejanos', 'Call Me By Your Name', 'El renacido', 'Wild Palms', la música inaugural de las Olimpiadas de Barcelona 92...

Fue la punta del iceberg de una carrera que, en realidad, no hacía más que crecer y multiplicarse bajo el agua, ya fuese con sus discos a piano, sus experimentos electrónicos o colaboraciones disruptivas con Carsten Nicolai y Fennesz. Ya fuese con sus sello Commons o con esa ingente cantidad de referencias a su nombre -más de sesenta, sumando bandas sonoras y discos de estudio- que completan el autorretrato de un músico que, pese a presentarse como «un hombre vago», aprovechó hasta el último segundo de su tiempo.

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