Luis Mateo Díez recoge el Cervantes: «Nada me interesa menos que yo mismo»

El escritor encumbró la vida imaginada en su discurso, pero no como huida sino como una forma de alcanzar la lucidez, igual que el caballero de la triste figura en su lecho de muerte

Un paseo por la infancia del Premio Cervantes

«Vivir contando y contar viviendo», el discurso íntegro de Luis Mateo Díez al recibir el Premio Cervantes

El Rey le entrega el premio Cervantes al escritor español Luis Mateo Díez AFP

Bruno Pardo Porto

Alcalá de Henares

Con su chaqué de «Drácula yacente», Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) entró en el Paraninfo de Alcalá de Henares y, al subirse al atril, ya con la medalla del Cervantes colgada (la felicidad era su gesto, contenido pero evidente), se fue a la infancia, allá ... lejos, lejísimos, en el frío leonés de la posguerra que un niño observaba al otro lado del cristal, mientras el maestro de turno leía en voz alta palabras antiguas. «Puedo recordar muy bien la mañana de su primera lectura, cuando en el invierno del Valle la nevada nos robaba el recreo, y el incipiente caballero [Don Quijote] venía de mucho más lejos de lo que me permitieran percibir los copos que alborotaban los ventanales de la escuela, de la llanura de un sol agostado o de los horizontes que propiciaban la impiedad del enajenamiento para los caballeros que iban a desfacer entuertos como quien sale de casa para remediar el mundo», leyó el escritor, que convirtió su discurso en un recorrido desde el ayer más lejano hasta el mañana de su imaginación. Sin prisa, con el ritmo propio de las narraciones anchas, el mismo ritmo con el que camina.

Su aventura no fue salir a recorrer el mundo, sino inventarse uno propio, Celama, las Ciudades de Sombra, las comarcas afines, los huérfanos que habitan esas geografías. Huérfanos, dijo, pero herederos de Cervantes. «La entidad de mis personajes no estaba eximida de una incierta heroicidad, tan cervantina y quijotesca, en aras de una imaginación liberadora y redentora, siendo acaso héroes del fracaso», continuó, según profundizaba en la niebla de su reino. «Mis personajes no tienen tanta nobleza pero son conscientes de alguna ejemplaridad heroica, ya que sus aventuras se consuman al doblar las esquinas donde aguarda el destino y la consecuencia de alguna perdición o la expectativa de un sueño que pudiera salvarlos».

Hablaba de esos sueños que rescatan al hombre de su día a día, por ejemplo, de la rutina de un funcionario del servicio jurídico del Ayuntamiento de Madrid, trabajo que siempre compaginó con la literatura, hasta la jubilación.

Díez, en el centro, aplaudido por los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia; del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el ministro de Cultura, Ernest Urtasun; y de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso EFE

«Siempre dice que yo le salvé la vida, porque usaba en sus informes las ideas de mis manuales de derecho como propias», reía en el cóctel que siguió a la ceremonia Santiago Muñoz Machado, director de la RAE y amigo, sobre todo. Su nueva novela, 'El amo de la pista', está dedicada a él. Otro íntimo, José María Merino, paseaba bajo el sol: «La alegría es tanta como si el premio fuera propio». No muy lejos el Rey se confesaba devoto de su obra, y Luis Mateo, que tenía por allí a sus cuatro hermanos y sus dos nietos, lucía pin de académico y medalla de premio Cervantes. «Pesa lo suyo, será un metal menos noble que el oro». Y vuelta a reír. Le pidieron varias fotos. Su nieta tiró algún selfi presumiendo de abuelo. Pedro Sánchez contó que tras leer a Benjamín Labatut ('MANIAC', 'Un verdor terrible') le ha dado por la física. ¿Tiene tiempo? «El que le quito a las series». A Obama también le encanta Labatut.

No fue un recorrido biográfico el que propuso Luis Mateo Díez en el Paraninfo, sino sentimental, siempre bordeando su intimidad por la orilla de la imaginación, pues en lo inventado, afirmó una y otra vez, está lo interesante, lo valioso. «La verdad es que debiera reconocer una precaria incapacidad para escribir lo que me pasa, lo que en mi existencia sucede, lo que mi biografía propone, nada me interesa menos que yo mismo», aseveró, coqueto. Y luego, por si no había quedado claro: «Digo esto con una radicalidad sospechosa pero no mendaz, lo digo porque de esa actitud, de esa situación, proviene, no menos sin remedio, lo que narrativamente me importa, el interés de ese cuento de la vida que pretendo con la conquista de lo ajeno».

El Rey incidió en esta idea: «La ficción se ha considerado siempre un viaje. Escribir es descubrir, viajar supone mirar y conocer». Y Celama, sugirió al poco, sería la Mancha del leonés. «Él prestaría con gozo su territorio para que la cabalgara un caballero. La intencionalidad de la cita quijotesca invoca la naturaleza imaginaria de la comarca». Antes, Ernest Urtasun, ministro de Cultura, explicó que ese territorio mítico hunde sus raíces en la tierra natal del escritor. También contó alguna de las anécdotas que se ahorró el premiado, que bromea con todo menos con la discreción: el niño empezó a leer en el desván de la casa consistorial de Villablino, en la que su padre era secretario. Allí se almacenaban grandes cajones repletos de libros requisados durante la guerra y la posguerra, y allí, qué suerte, descubrió 'Corazón', de Edmundo de Amicis, un título prohibido que marcó sus fantasías. Ya en la adultez lo sacudió 'La muerte de Ivan Ilich', de Tolstoi.

Luis Mateo habló mucho de Cervantes, sí, pero citó a Pavese («la infancia es el tiempo mítico del hombre»), a Borges («la irrealidad es la auténtica condición del arte») y a Manuel Longares («la vida de la letra»), que sonreía desde su asiento. De Irène Némirovsky tomó esa imagen de que «toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida». Esa gente, aseguró él, amplía la mirada, amplía «el espejo de lo que nos gusta descubrir y contrastar con nuestra sensibilidad, memoria y conciencia». «En ellos constatamos ese compromiso con la vida al que deberíamos aspirar, ya que las artes nos enriquecen y hacen mejores, además del placer que proporcionan». Recordaba a aquello de Tarkovski: «La gente va al cine por el tiempo perdido, fugado o aún no obtenido». Luis Mateo, cinéfilo orgulloso, no mencionó ninguna película.

Fue esquivando los detalles personales, pero dio pistas: mencionó ausencias, desapariciones, aunque no dio nombres; presumió de ser «un octogenario de salud razonable»; expresó su deseó de que la reiteración de su literatura no sea repetición, sino complejidad. La escritura, aseveró, es un «aliciente de la vida», sobre todo especialmente cuando «la fertilidad de vivirla ya no ofrece otras opciones tan radicales». Alguien comentó su buena percha. El lunes él había dicho: «Los grandes halagos llegan y no son merecidos, pero los pequeños hay que recabarlos, provocarlos, son diminutas satisfacciones (...) No voy a ser modesto, porque no es bueno tener la autoestima baja».

Terminó lo suyo volviendo al 'Quijote', porque aquel «héroe invernal» de su infancia está en el subsuelo de todos sus personajes, que luchan por la vida y la quimera del mismo modo. «Es lo que la imaginación procura para que la realidad, y sus precariedades y afrentas, no culmine la derrota, aunque sea en la experiencia de la muerte cuando el caballero de la triste figura cubra el límite de sus hazañas, desde el trance de una locura redentora a la quimera y, finalmente, a la cordura que ensalza y redime la existencia trastornada de quien salió de casa para salvar al mundo». A él, a Luis Mateo, lo salvan sus personajes. «A ellos vivo entregado. Muchas gracias por su atención».

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