Se ha muerto mi madre, voy a escribir un libro
María Negroni, que publica 'El corazón del daño', explica por qué la pérdida nos empuja a la poesía
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Iniciar sesiónCuando un escritor pierde a un ser querido gana un libro. Esto es así, y es un misterio, como todas las preguntas más o menos grandes que nos hacemos en la vida. Pero María Negroni tiene una respuesta: «No hay palabra sin luto, no ... hay escritura sin pérdida. Escribimos y hablamos porque hemos perdido cosas». No está mal, ¿verdad?
Negroni (Rosario, 1951) acaba de publicar 'El corazón del daño' (Literatura Random House), una obra rara como ella (nunca la rareza fue un defecto) que a veces es poema y otras ensayo y otras novela y otras memoria. Lo único que recuerda de su gestación es la muerte de su madre. Una muerte que despertó en ella una sed indeterminada. Sed de algo. La sed más potente. «Un libro siempre surge de una obsesión determinada. Y esa obsesión empieza a ciegas a buscar una forma, tiene como un hambre de forma. Y es así hasta que la encuentra», explica. «Parir o reventar». Sigamos.
En un momento del libro, Negroni escribe: «¿Será que amor no hay si no es con luto?». «No me acordaba de esa frase –suelta antes de reír–. Pero lo primero que pienso al escucharla es que no hay palabra sin luto: el lenguaje es una consecuencia de la pérdida. En la historia bíblica empezamos a hablar cuando nos expulsan del paraíso, cuando Dios nos condena a parir con dolor y a ganarnos el pan con el sudor de la frente. También ahí empieza el lenguaje. No hay lenguaje en el edén», asevera. Y la metáfora sigue por caminos insospechados. «A nivel microcósmico, el edén es el momento en que estamos adentro del cuerpo de la madre, donde no necesitamos nada. No hay deseo, porque está todo inmediatamente satisfecho. No hay hambre, no hay frío, no hay dolor. Todo eso empieza en la expulsión, cuando salimos al mundo. Y los niños, los infantes chiquitos, no empiezan a hablar hasta que toman conciencia de que están afuera de la madre. Entonces dicen su primera palabra, que es mamá. Mamá». Y añade: «El lenguaje es un producto íntimamente relacionado con la carencia, con la falta. Si no hubiera falta, no hablaríamos». Por eso callan los monjes: no habla quien ya no ansía con el cuerpo.
La literatura tiene que ver con el deseo, y por tanto con el dolor, y por tanto con el placer: es la necesidad de llenar un hueco que no sabemos dónde está, que tal vez no existe, o que tan solo se esconde. Negroni asiente y se agarra a Octavio Paz: «Él usaba una imagen muy linda para describir el trabajo de la poesía. Decía que los poetas son como sísifos, que llevan la roca y la ponen arriba. Y cuando la ponen arriba, que es el momento en que escriben el poema, la piedra se cae de vuelta. Y uno podría pensar qué desastre, qué horror. Pero él replicaba: eso es un regalo. Porque el hecho de que la piedra se caiga quiere decir que no nos podemos instalar en ninguna certeza. Y eso implica que renace el deseo. El deseo de volver a subirla. Y eso es lo que nos hace vivir también. No solamente escribir, vivir. Nos caemos y nos volvemos a levantar. Esa es la vida, es eso».
El arte, continúa Negroni en su viaje, tiene una relación conflictiva con la vida. «La vida no alcanza, y hay que escribir para llenar los vacíos, que no se pueden llenar de otra manera. Se trata de crear algo vivo, por eso el artista, decía Huidobro, es un pequeño dios. ¿Qué busca el arte? Hacer algo vivo, desde el principio. Uno no querría hacer algo que está muerto, querría que su obra respire. Pero la obra se hace como una ostra, y al terminarla se cierra, muere. Lo que pasa es que hay una cosa rarísima, y es que la obra resucita cuando alguien la lee. Edgar Allan Poe decía que las palabras son sepulcros animados. Extraordinaria esa definición, ¿no?». Sin duda. «Hay como una cosa medio vampírica entre el arte y la vida. Hay que estar todo el tiempo tratando de balancear una cosa y la otra. Y muchos escritores no lo logran. Son como totalmente absorbidos por la literatura». Y así.
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