Juan Eslava Galán: «Sánchez es un personaje de Florencia en la época de Maquiavelo»
EL BORDE DEL AGUA
El autor de la serie histórica para escépticos ve con preocupación lo que ocurre en los tiempos que corren
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Iniciar sesiónJuan Eslava Galán (Jaén, 1948) ha escrito sobre la España en la que todo era pecado, consiguió una Biblia atravesada por una bala e incluso una pierna de jamón de 1914. Confeccionó una amplia serie histórica para descreídos y escépticos, desde la conquista hasta ... la Revolución francesa. Ningún tema le es ajeno. En su escritura, Eslava combina el rigor histórico, la ironía y la divulgación para contextualizar momentos que la sociedad contemporánea se empeña en analizar con los ojos de su tiempo y no con los de entonces.
Filólogo, profesor y escritor, es una figura imprescindible para reconstruir y pensar la historia de España. Vivió y estudió en Bristol y Lichfield, y fue alumno y profesor asistente de la Universidad de Ashton (Birmingham). Premio Planeta (1987), Ateneo de Sevilla (1991), Fernando Lara (1998) y premio de la Crítica Andaluza (1998), ha tocado todos los palos, desde la novela -una de las más conocidas 'La mula'-, pasando por el relato, la biografía, el ensayo y la poesía. Es traductor de T.S. Eliot y un curioso incansable. Cómo no cerrar la serie de entrevistas veraniegas junto a la Fuente de las Campanillas, la más antigua del parque del Retiro y que él ha elegido para mantener esta conversación. «Es un lugar exquisito», dice sobre este enclave junto al estanque grande, que Felipe IV mandó a construir en el siglo XVII, entonces llena de flores y nenúfares que hoy brillan por su ausencia.
—¿El vaso del siglo XXI está medio lleno o medio vacío?
—En otros dominios de la vida soy optimista, pero en cuanto a nuestra situación como cultura cristiana occidental soy especialmente pesimista.
—¿En qué sentido?
—Tengo una gran admiración hacia las manifestaciones culturales y folclóricas de los gitanos, pero, veamos, eran una minoría que entró en España exactamente en 1471. Lo sé porque su primera aparición fue en Jaén y figuran en la crónica del condestable. Esa minoría que no tiene una cultura tan densa, como lo pueden tener los musulmanes, nunca se ha asimilado, a pesar de todos los esfuerzos que se han hecho. En ese sentido, creo que el islam es incompatible con la civilización occidental. Digámoslo así: es incompatible con la declaración de los derechos humanos.
—El islam más radical, se refiere.
—Obviamente. El futuro de Europa me preocupa, teniendo en cuenta que hemos dejado de tener niños para tener perros y gatos y que ellos, sin embargo, se siguen reproduciendo activamente. Me parece que, en Holanda, un 20 por ciento de miembros del parlamento son musulmanes. Eso significa que dentro de 50 años ellos podrán dictar las leyes.
—Rebrota la demagogia, ¿por qué?
—Estamos viviendo un proceso de degeneración de la democracia. En uno de mis libros de historia de España digo que esto no es una democracia sino un gobierno de ladrones. Hemos desvirtuado por completo el ideal de la democracia y por lo tanto hemos caído en manos del populismo.
—Hay una deriva inquisidora. ¿Teme a la cancelación?
—Casi nunca he tenido que contenerme. Siempre he dicho lo que me parece, pero es verdad que últimamente cuando me han dicho, por ejemplo, que algún libro antiguo se va a reeditar, siempre los repaso para limar un poco el estilo y aquellas expresiones que ya prácticamente no son ni se consideran correctas.
Tiempos inéditos
En medio de una fiebre por renombrarlo todo, derribar estatuas y colocar hojas de parra morales sobre cualquier tema, Juan Eslava Galán manifiesta un pesimismo ilustrado. Para el siglo XXI español ficharía a Carlos III y Sánchez le resulta un personaje florentino.
—¿Existe algún momento equiparable con respecto al que vivimos?
—Creo que esto es absolutamente inédito. Viví unos años en Inglaterra y allí vi despuntar cosas que después viví en España. Ten en cuenta que la mitad de mi vida consciente transcurrió en tiempos de franco y aunque escribía en un periódico local, es decir, que no sentía el peso de la censura, no se me pasaba por la imaginación escribir algo que pudiera ser censurado.
—¿Somos los últimos de nuestro tiempo o los primitivos de la nueva época?
—Hay una cosa evidente. En algunos libros hago un paralelismo con un autor romano a quien admiro profundamente: Amiano Marcelino, que vive a caballo entre el siglo tercero y el cuarto, y está viviendo en sus propias carnes la decadencia de Roma como imperio. Es un hombre inteligente y consciente. Por ejemplo él censura que la juventud 'indumenta pelium', es decir, que vista con pieles como los bárbaros, en lugar de llevar la toga. Se dejan el pelo largo, dice. Es decir, identifica la decadencia de la cultura romana en detalles como esos y, al mismo tiempo, claro, los bárbaros están invadiendo el imperio. Bueno, pues aquella decadencia ocurrió a lo largo de un par de siglos, la nuestra, la de la civilización cristiana occidental, en cuestión de 50 años será irreversible.
—¿Es heteropatriarcal la historia?
—La historia la escriben siempre los que mandan. Y no hay gente más entregada al amo que los historiadores. Siempre escriben al servicio del que manda, hasta extremos increíbles, como estamos viendo en universidades que son, digamos, separatistas; que saben perfectamente que lo que están diciendo es una mentira, pero lo dicen porque eso es lo que les están pagando. Además, la historia es siempre relativa porque cada generación reescribe la historia de su padre. Hay otra cosa más. Es una ciencia, pero también es un arte y cuando tú la plasmas sobre el papel, evidentemente le estás dando una forma artística y en ella estás diluyendo tu propia ideología.
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—¿Qué foto ofrece el Planeta de la ficción en España?
—Se notan muchísimo las modas. Siempre están presentes. Hubo un momento, hace ya como diez años, en que Macondo estaba en cualquier lugar de España. Hubo otro momento en que la guerra civil era omnipresente y ahora se ha puesto de moda la literatura policiaca.
—Es un género en auge. ¿Qué le parece?
—En parte responde a la moda. Lo que se está leyendo es lo que se está escribiendo, porque los escritores nos alimentamos de lo que leemos . Somos lo que leemos y lo que vivimos. No hay otra fuente de inspiración. Pero sí estoy de acuerdo en que algunas novelas que intentan imitar servilmente a la nórdica tienen un eje falso que no acaba de convencer a los lectores.
—Ocurrió algo parecido con la novela histórica, un género que llegó tarde si se compara con la tradición anglosajona
—España tenía deficiencias con respecto al género de la novela histórica. El interés lo despertó la serie 'Yo, Claudio'. La veía todo el mundo. Mucha gente compró 'Yo, Claudio' y no les decepcionó. Ese mismo año salió 'El nombre de la rosa', una novela que no se entiende, porque tienes que saber latín. Sin embargo, al leer esa novela tú te sentías partícipe de una cultura que formaba parte de tus raíces. A partir de ahí ya surgió la moda de la novela histórica.
—¿Qué político actual merecería una novela histórica?
—Sánchez, sin duda. Es un personaje perfectamente novelable y no sólo para novela histórica, sino psicológica. Es una figura muy literaria, sin lugar a dudas. Esa capacidad que tiene de mentir con absoluto cinismo no es el atributo de un político moderno. Es florentino. Él podría estar en la Florencia del siglo XVI, de la época de Maquiavelo. Es un personaje de ese tiempo. Sánchez no puede mandar a matar nadie como en esa época, pero casi.
—¿Qué personaje de la historia de España ficharía para el presente?
—Yo ficharía a Carlos III, porque era un vago. Se pasaba el día de caza, pero se rodeaba de gente capaz para que le hicieran el trabajo y se lo hicieran bien. Sin duda, Carlos III.
—¿Cuál es su villano preferido de la historia de España?
—Yo le tengo un cariño tremendo a César Borgia, el hijo de Alejandro VI, por su maquiavelismo y su arrojo. Era un príncipe del renacimiento, culto, que no tenía escrúpulo ninguno. Lo admiro como figura histórica potente. Desde el punto de vista ético, pues no. Pero en su conjunto es fascinante.
—¿Los libros de historia son para el verano?
—El verano tiene la ventaja de que disponemos de más tiempo y de que estamos más descansados. Cuando un libro es intenso, es preferible cogerlo en verano y no me refiero sólo a un ensayo sino también una novela que sea densa. El verano se presta mucho a eso. El común de las personas lo que tiene es un cuarto de hora al día para leer y a lo mejor más en fin de semana. Una de las cosas que más suelen comentarme los lectores de mis libros es que muchos de ellos están escritos con capítulos cortos. Y, efectivamente, se lee un capítulo en el metro o se van a la cama y antes de apagar la luz se han leído un capítulo entero. Es una cuestión práctica. La concisión debe ser uno de los rasgos de una historia.
—¿Qué rasgos esenciales ha de tener una historia para escépticos?
—Humor. Siempre los historiadores, digamos oficiales, adoptan una actitud profesoral y distante. Yo domino el tema, pero no me dejo arrastrar. Doy mi opinión, pero el lector sabe que no lo estoy llevando al huerto, estoy dando mi opinión. Me gusta relacionarme así con el lector.
—Su más reciente libro está dedicado al garrote vil. ¿Quién cree que es el mayor verdugo del siglo XXI?
—Las cifras exactas no las tengo, pero es posible que haya, como mucho, un 20% de países que hayan abolido la tortura y la pena de muerte. Sigue existiendo un 80% que siguen aplicándola de forma oficial a veces y extraoficial otra, pero así es como funciona esto, es decir: cuando lo vemos, nos resulta una cosa remota.
—¿Cuándo empieza el verano para Eslava Galán?
—Yo trabajo aproximadamente entre 8 y 9 horas al día, incluidos sábado y domingo. No distingo entre las estaciones. Hago muy poca vida social. Tengo buenos amigos, pero pocos. Así que me voy a conversar con los difuntos y a escribir.
—¿Cuál es su recuerdo más temprano del verano?
—Antiguamente, cuando era niño, los veranos duraban toda una vida. Eran larguísimos. Recuerdo un chico de Jaén, del campo, agricultor, recuerdo bañarme en medio de los cañaverales, entre culebras y arroyos, una vida muy distinta a la que ahora tenemos ahora.
—¿Cuál ha sido su verano más feliz?
—Los que viví cuando tenía 18 o 20 años.
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