Charo Lagares: «Sevilla no es tan acogedora como parece»
el borde del agua
La escritora y periodista explota la burbuja de la 'sevillanía' con su primera novela
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La periodista y escritora Charo Lagares.
Es la debutante de la temporada. La periodista Charo Lagares (Sevilla, 1993) se ha lanzado a la piscina de la ficción con 'Sevillana', la apuesta de catálogo de Lumen para la primavera y verano. En sus páginas, narra la historia de tres generaciones ... de una familia de esa ciudad: su abuela, que acaba de enviudar; su madre, vacía e irascible en un mundo de compromisos sociales que ya no la llenan; y la nieta, Alejandra, una joven arquitecto a punto de casarse. Su novio, como ella, es sevillano, pero ambos viven en Madrid. A la manera de las novelas de iniciación, Alejandra cuestiona la vida en la que creció y la que le espera: un entorno de apariencias, reuniones, monterías, cazas y paseos a caballo.
Planteada como una novela de costumbres, incluso como una historia de conflictos familiares, Charo Lagares despelleja en 'Sevillana' a la burguesía de una ciudad que podría ser la actual capital andaluza como cualquier ciudad europea del siglo XIX. Los vínculos de la clase alta y conservadora de Sevilla le permiten tejer un retrato ácido, no exento de humor, en el que el lector sentirá el agua al cuello que se desborda en los ambientes asfixiantes.
Lagares, que comenzó a estudiar Derecho en su ciudad natal, se cambió al Periodismo. Después de trabajar en medios como 'Diario de Sevilla', 'Cosmopolitan', y RTVA, dirigió 'Marie Claire'. Ácida columnista y hábil entrevistadora, Charo Lagares echa por tierra el elitismo y juega con temas como la maternidad y las relaciones de familia. Dueña de un estilo elegante, delicado como una pompa de jabón, en esta quinta entrega de El borde del agua, la escritora explota la burbuja de la 'sevillanía'.
—¿Tiene un periodista que justificarse por escribir ficción?
—Ignoro de dónde viene esa obsesión por explicar que te quieres despegar de la realidad para escribir una historia. Una creación artística como la literaria requiere tanto tiempo, tanta energía, tanto trabajo, que no soy capaz de ponerla por debajo del hecho real. Me irrita bastante que se le considere inferior solamente por no haber aparecido como el titular en un periódico. Se suele pensar que la novela parece más ligada al entretenimiento y, por tanto, se trata de algo prescindible.
—¿Es la Sevilla de su novela extrapolable a los dilemas canónicos de la novela burguesa?
—Una ciudad más o menos pequeña, con unos límites y una historia muy definidos, procura conservarse. Permanece cerrada a las novedades y evita cualquier grieta que cambie los ritmos a los que están habituados. La supervivencia les va en ello. Esto también se pone en práctica a través de la observación del otro, de la vigilancia de su moral y su estilo de vida: si está dentro de lo que se estima valioso. En cuanto te sales de ahí, ya se convierte en algo o alguien con lo que tener cuidado, porque quizá sea capaz de destruir ese mundo que se auto percibe como bueno y necesario. En las grandes ciudades eso se disuelve. Se diluye la vigilancia, se diluyen las costumbres, ya no son tan férreas.
—¿Es Sevilla contradictoria?
—Puede ser un sitio muy alegre, muy abierto y muy luminoso, pero al que es difícil acceder. Si consigues entrar en ella, tendrás que justificar por qué estás ahí. Te van a presentar como la hija de, la hermana de no sé quién, la amiga de Pepita Pérez. Es entonces cuando se convierte en una sociedad fría, porque Sevilla no es tan acogedora como parece.
—¿De qué fuentes bebe Charo Lagares para construir esta novela?
—Pues del siglo XX español. Con Delibes pierdo la cabeza por completo, con Carmen Martín Gaite. Ese vivir entre visillos, ese mirar qué hace el otro sin ser visto. Las costumbres, el placer, la comida. La idea de que la vida, pese a los sobresaltos, cambia lentamente, que hay comentarios que transforman sin querer tu forma de entender el lugar que ocupas en el mundo, quién eres, porque hasta los gestos, incluso la ropa, puede señalarte como parte de un grupo.
—¿Podría entenderse como una novela de costumbres en el siglo XXI?
—Miguel Delibes nos enseñó cómo se vivía en una ciudad castellana a mediados del siglo XX, gracias a él aprendí que había gente que cazaba ratas y se las comía. Yo quería que de alguna forma también pudiera pasar eso a través de esta novela. Quise reflejar una forma de vida.
—La relación que hay entre las mujeres de tres generaciones es una forma de depredación.
—Completamente, a medida que veo a madres a mi alrededor lo pienso. Me pasó en un probador: una madre le hablaba a su hija sobre su cuerpo. Muchas pueden pensar que lo están haciendo por el bien de sus hijas, cuando en realidad es por el bien ellas. Quizá quieres que esa niña esté más delgada, porque de alguna forma en sus decisiones se ve tu mano, hay parte de tu responsabilidad, porque la ha habido durante muchos años. Esa relación es un tanto opresiva, porque estás dependiendo de la aprobación materna constantemente. Como ella ha sido tu referencia durante tanto tiempo, como ella ha marcado dónde empieza el mundo, dónde acaba, dónde está lo bueno, dónde está lo malo, quieres de alguna manera seguir cumpliendo con eso. Una vez Jabois dijo en una entrevista: '¿para qué necesito creer en Dios si ya creo en mi madre?' Muchas veces tu madre acaba siendo una especie de diosa.
—El Dios del Antiguo Testamento, un Dios iracundo y vengativo.
—Exacto.
—El hermano de la protagonista no enfrenta estas batallas. Los hombres apenas tienen entidad.
—Una niña puede ser vista como una extensión de ti: ha salido de tu cuerpo, se parece a ti mucho más que el niño, tiene tus gestos, tu cara, puedes compararla con las fotografías. El niño no se parece tanto a ti físicamente, no va a vivir la misma vida que tú, no puedes controlar y no puedes pastorear de la misma manera. Lo otro propone otra relación, la hija es una reproducción, es como otra oportunidad para ver cómo mejoro esa versión.
—¿Es matriarcal la sociedad sevillana?
—Probablemente sí, aunque económicamente dependan más de los hombres. Si la señora se ha dedicado a cuidar a los niños, en realidad depende materialmente del hombre. Puede ser moralmente matriarcal, pero no económicamente porque el poder final acaba estando en quien trae el dinero. Cuando consigues esa independencia económica puedes también decidir cuál es tu nueva moral, cuáles son tus intereses, cuáles son tus valores. Pero mientras dependas de ello, tienes que cumplir. Eso es lo que experimenta mi personaje.
—¿Qué implica su descripción de la montería, además de la estética del señorito?
—Eso no está contado ahí para eso. Mi intención era mostrar cómo muchas veces, a través de una relación romántica, el ocio de las mujeres acaba plegándose al de los hombres. En los fines de semana, si él tiene una cacería o una montería, como normalmente son ellos los que cazan, ellas acaban cediendo y se pasan todo el fin de semana con sus amigos.
—Es una novela de costumbres: la comida, las reuniones, la recreación incluso sibarita. Habla del foie. En un mundo que come sólo algo tan simple como el aguacate, la van a cancelar
—(Risas) Ojalá me cancelaran por el foie... Quería que, igual que las costumbres y la forma de vivir pasaran por escrito, esto también lo hiciera el gozo de los amigos y de la celebración y el alivio de la vida.
—Toca mojarse. ¿Qué le diría a quienes la acusen de haber escrito una novela elitista?
—Podría parecer un ataque, pero la pregunta es: ¿está bien escrita? Es parte de la Sevilla que conozco, ¿por qué va a ser algo malo? La realidad no está formada por sólo una faceta o una parte. Están las muchas otras que desconocemos y que en esta novela procuré retratar y contar. Ignorar algo porque no lo consideramos reivindicativo es una forma de pobreza.