Cecilia Vicuña instala monumentales 'quipus' en la Sala de Turbinas de la Tate Modern
A sus 74 años, la poeta y ecoactivista indígena obtiene el reconocimiento internacional: León de Oro en la Bienal de Venecia, el Museo Guggenheim de Nueva York le dedica una gran monográfica
AFP
Londres
Denunciar la destrucción del planeta y tejer interconexiones para detenerla es lo que persigue la chilena Cecilia Vicuña con una monumental instalación en la Tate Modern de Londres, punto culminante del nuevo reconocimiento internacional a su medio siglo de ecoactivismo artístico. «Estoy ... muy agradecida de que este reconocimiento empiece a producirse», afirma esta creadora multidisciplinar, celebrando un «despertar de la comunidad artística» a cuestiones que, como los derechos de mujeres e indígenas o la preservación de los ecosistemas, ella lleva 50 años defendiendo.
En los últimos meses, Vicuña, de 74 años, ha tenido su primera exposición en solitario en el Museo Guggenheim de Nueva York, su primera retrospectiva en España, un León de Oro a su trayectoria en la Bienal de Venecia y ahora esta exposición en la Sala de Turbinas de la Tate Modern. Por este espacio, de más de 3.000 metros cuadrados con techos de casi 30 metros de alto, han pasado Juan Muñoz, Louise Bourgeois, Ai Wei Wei, Anish Kapoor, Doris Salcedo, Abraham Cruzvillegas o Tania Bruguera.
Ahora, bajo el título 'Brain Forest Quipu', Vicuña expone hasta el 16 de abril dos de sus célebres 'quipus', estructuras de 27 metros de alto, de lana sin hilar, fibras de yute y cáñamo, cartón, yeso y otros materiales tejidos y anudados en largas hebras que penden desde anillos metálicos fijados al techo. Son dos figuras fantasmagóricas, esqueletos de una selva tropical muerta, teñidas de un blanco hueso que remite a árboles quemados por las sequías y el sol.
El 'quipu' proviene de una tradición andina prehispánica utilizada por las mujeres indígenas hace miles de años para codificiar mensajes mediante nudos. Y, aunque sus obras no encierran palabras concretas, la chilena, poeta además de artista plástica, las ve como «poemas en el espacio», explica la comisaria, Catherine Wood. Las dos esculturas se balancean suavemente al ritmo de composiciones sonoras del colombiano Ricardo Gallo, que entretejen sonidos orgánicos de la selva con ritmos y músicas de todo el mundo.
Pese a simbolizar la muerte de las selvas, la obra también «piensa más positivamente en cómo nos entrelazamos como un tejido social de seres humanos», explica Wood. Así, a las partes escultórica y sonora se suman encuentros sociales que permitirán a personas de diferentes orígenes y edades debatir el modo de frenar la destrucción de los ecosistemas.
Hay también una parte digital que, mediante vídeos de indígenas relatando la degradación de sus hábitats, busca aprovechar la plataforma de la Tate para lanzar un mensaje de alerta. «En diez años la Tierra tendrá un aspecto que no ha tenido nunca. Ya es hora de despertar», afirma Vicuña sobre la emergencia climática.
La artista concibió sus dos esculturas como una madre y su hijo, cuya unión intergeneracional es imprescindible para cambiar un mundo en que «uno ya no se escucha a sí mismo, ni a la persona que sufre junto a él». La artista chilena es una «inspiración para muchos artistas, como infatigable campeona de la conciencia ecológica y la justicia social así como creadora de poderosas e impresionates obras de arte«, considera Frances Morris, directora de la Tate Modern.
MÁS INFORMACIÓN
Vicuña se formó en Londres en los años 70, antes de vivir exiliada en Bogotá y Nueva York durante décadas tras el golpe de Estado en Chile. Medio siglo después, entretejió en su 'Brain Forest Quipu' trozos de cerámicas y otros objetos encontrados en el barro por mujeres de las comunidades latinoamericanas de Londres, en una nueva conexión con un ecoactivismo y ecofeminismo de larga data que ahora recibe pleno reconocimiento.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete