El tórrido verano en el que Antonio López regresó a la Puerta del Sol
Es la cuarta vez en su carrera que el artista manchego trata de inmortalizar el Kilómetro 0 de España. En esta ocasión quiere autorretratarse en el díptico
Antonio López inunda de magia la Puerta del Sol
Madrid
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Iniciar sesiónEl Tío Pepe suda la gota gorda encaramado, cual King Kong cañí, a uno de los edificios de la plaza. Y el oso se resguarda tras el madroño buscando, en vano, una sombra. Son las seis de la tarde. El termómetro marca ... 39 grados. Es la semana más tórrida en décadas... y nosotros, en la Puerta del Sol. El infierno debe parecerse bastante. No es una penitencia. El objetivo, ver pintar en vivo a Antonio López, uno de los más grandes artistas españoles. En el mismo sitio, y a la misma hora, hace dos años éramos testigos de una 'masterclass' impagable, solo interrumpida por un policía municipal que le pedía los papeles: «Puede ser Van Gogh o quien sea. Mi jefe me ha dicho que le pida el permiso», se defendía el agente ante la indignación del respetable.
Reincidimos, dos años después, esta vez rodeados de vallas. Siguen las obras de remodelación de la Puerta del Sol. Atrás quedó aquel díptico que pintaba en 2021. Prefería empezar uno nuevo. Antonio aparece con el cuadro a cuestas, acompañado por Isidro Brunete, amigo y pintor, que le ayuda a transportar los bártulos. Luce el uniforme veraniego de batalla: bermudas, gorra, sandalias, calcetines... Las huellas que dibuja en el suelo para identificar la posición exacta se borran enseguida. De ahí que en el antebrazo izquierdo lleve escrito, a modo de tatuaje, el número de la losa desde la que pinta: entre la 9 y la 10. Despliega el caballete, coloca el lienzo, saca una paleta, una caja de pinceles... y entonces surge la magia.
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El díptico abarcará toda la plaza completa: pintará un lienzo frente a la sede de la Comunidad de Madrid, y otro de espaldas, mirando hacia las calles Montera, Carmen... La semana pasada comenzó el primero: «Es el eje de las dos pinturas». Pero surgió un problema: «Pensé que era una buena idea colocarme justo enfrente de la puerta principal de la sede de la Comunidad, que esa puerta fuera la protagonista de la doble pintura. Pero vi que no era lo correcto. Me pareció mal». ¿Por qué? «Pues no lo sé, pero me pareció una imprudencia, una temeridad, no debía hacerlo. Entonces, me desplacé hacia la izquierda», explica mientras da un sorbo a una tónica en un café cercano, donde conversamos. Había pedido un «agua roja» [un Bitter Kas], pero no había. Antonio es un clásico moderno.
Cuando dice que giró a la izquierda, ¿sigue hablando de arte y no de política, verdad?, le preguntamos en broma. No le gusta hablar de política. «Yo pienso, no en España, sino en general en el mundo, que nos podía llevar gente mejor. El mundo iría mejor llevado por gente que supiera más que los demás. No hay más que mirar a Rusia, a América, a China... Tenemos muchas cosas estupendas en nuestra época que ha creado la ciencia. Nos está ayudando muchísimo. Pero los políticos... dejan muchísimo que desear. Todos. Yo sé que es difícil gobernar estando bajo el capitalismo y la sociedad de consumo. ¿Ves como sí hablo? No es por mojarme o no mojarme. Es que... es una pesadez». Hemos tenido que votar en verano, ahora asistimos a un baile de pactos... «Votar en verano es lo de menos. Se vota cuando haya que hacerlo. Es que no son cosas hechas con limpieza. Ni con inteligencia. Ni pensando en lo que es mejor para todos. Está hecho para ellos».
Tras una semana con el primer cuadro, ha decidido empezar el segundo. Una oportunidad única de ver a Antonio López enfrentándose al lienzo en blanco. Dibuja a lápiz una gran cruz que parte la superficie en cuatro fragmentos, buscando el eje central. Mide una y otra vez para garabatear los huecos de los cinco edificios. Coge un pincel y empieza a pintar por la derecha. Hora y media después, tiene buena parte del lienzo cubierta con colores tierra y el cielo de un precioso azul Ultramar, que nos muestra en la paleta. ¿Quién dijo que era lento? Es cierto que tardó 26 años en acabar sus esculturas 'Hombre' y 'Mujer' y 20, su retrato de la 'Familia de Juan Carlos I', pero empezar... lo hace con decisión y rapidez.
Es la cuarta vez que pinta en la Puerta del Sol. Hace muchísimo lo intentó por primera vez, pero en un formato pequeño. «La Puerta del Sol siempre ha sido algo que me parecía muy interesante. Y no sé explicar muy bien por qué. La arquitectura es muy modesta, como todo lo español arquitectónico, salvo excepciones. Pero ahí pasa algo para mí que tiene misterio». Hay también una parte sentimental. De adolescente, cruzaba esta plaza a diario para ir a la Escuela de Bellas Artes. «Sol era el centro de donde hacíamos la vida». ¿Qué recuerda de aquella Puerta del Sol? Ha cambiado mucho, ¿no? «La inicial era muy pequeña y muy poco estética. Se amplió con obras sucesivas. Antes era una plaza donde pasaban los tranvías, los autobuses y los coches. Después se hizo peatonal. Pío Baroja habla de ella. Y los escritores que han escrito sobre Madrid hablan de la Puerta del Sol». ¿No le parece un lugar duro, sin zonas verdes? «Lo español es duro. No es una plaza amable. A mí eso me gusta. ¿Sabes por qué? Precisamente, porque no tiene árboles. Como la Gran Vía. Me parece muy importante la arquitectura modesta de la Puerta del Sol que se evidencia. Con los árboles no se ve. Si los tuviera, no me hubiera puesto a pintarla».
Pero se le resiste. Volvió a intentar pintarla en 2010. «Hubo unas obras y también abandoné». Las obras y la muchedumbre que se arremolinaba para verlo pintar y apenas podía. «Sí, me incomodó muchísimo. Hasta hace dos años no retomé el cuadro. Cuando quieres volver a un lugar, es como cuando quieres la amistad de una persona, es por algo». Pero se lo está poniendo muy difícil. «Hay cosas difíciles a las que vuelves».
¿Quedó terminado aquel díptico que pintó en la Puerta del Sol en 2021? «Cézanne hablaba de que un cuadro no se podía acabar. Y Giacometti también. Estoy de acuerdo. Los dos años que han pasado me han alejado de esa Puerta del Sol, de esa pintura que estaba haciendo. Por otro lado, yo me quiero incluir en la parte de abajo. Para poder hacer eso, le faltaba altura al cuadro. Esta vez la anchura es la misma (120 centímetros), pero tiene 140 de altura. De modo que me voy a incluir». ¿Solo los pies? «Y lo demás. Me voy a pintar en escorzo. Voy a incorporarme en ese cuadro». ¿Por qué esa necesidad? «Porque quiero. Si lo explico, a lo mejor puede quedar chocante».
¿Le gusta la nueva reordenación de la Puerta del Sol? «Yo pienso que han organizado demasiado follón para muy poca cosa. No hacía falta tanto. Para colocar la estatua en un sitio distinto de la plaza y dentro de una fuente, francamente, me parece una mala idea. Creo que no es acertado». Tampoco, el edificio que da acceso al Cercanías, conocido como la tortuga o la ballena. «No me gusta, pero ahí está puesto». ¿Lo va a pintar? «Lo que está puesto lo voy a pintar. Está más allá de que me guste o no me guste. Yo acepto la totalidad. No puedes seleccionar».
Los curiosos se van acercando y retratan la escena con sus móviles. Antonio López sigue pintando a pleno sol... y a palo seco. Isidro Brunete se encarga de recordarle que beba agua. Teme que le dé un golpe de calor. ¿Tiene el termostato averiado? «No me creo mucho esos datos. Cuando era un muchacho, la gente pasaba un calor horroroso. Recuerdo que en los periódicos hablaban de que la gente salía a dormir a la calle porque no podía hacerlo en sus casas. Se ha pasado muchísimo calor y yo soy de esa época», comenta el pintor. Como diría mi madre: pero, ¿qué necesidad hay? ¿Por qué, con 87 años, a 40 grados, se pone a pintar? «Porque es mi trabajo. Me considero un obrero, como los segadores. Los segadores, si tenían que segar, pues tenían que ir donde estaba el trigo. En la época en que estaba mejor. Yo todo eso lo he vivido. A mí me gusta mi trabajo y me gusta hacerlo donde creo que lo tengo que hacer. En este caso quiero retratar la Puerta del Sol en verano, porque únicamente en verano toda la acera de la Comunidad coge el sol. Me gusta iluminada por el sol».
Hace cien años moría en Cercedilla Joaquín Sorolla, uno de los pintores que mejor ha pintado la luz. Por supuesto están Vermeer, Velázquez... ¿Cómo se pinta la luz? «El primero que pinta un tipo de luz que nunca se había pintado es Piero della Francesca». ¿Y qué tipo de luz era? «Pues pinta la luz en donde vivimos. Giotto no lo hace. Piero es el primero, que yo sepa, que pinta un nocturno, 'El sueño de Constantino'. Todo eso está en sus pinturas que hay en Arezzo. Y pinta con la luz diáfana que conocemos, el cielo azul y el sol, la luz del sol, la claridad de la luz, es el primero que la pinta».
¿Es tan especial la luz de Madrid como la pintan? «Creo que no. Cuando se contamina sí es especial. La luz de Castilla, de todo el centro de España, al estar muy alta, coge mucha luminosidad y claridad. Las imágenes son muy nítidas aún en la distancia. Mi tío hacía cosas maravillosas con la luz, y Beruete, y Corot. Los impresionistas hacían cosas maravillosas con la luz, al aire libre. La clave nos la dan los impresionistas, no Sorolla. Sorolla trabaja a partir de lo que ellos habían descubierto: salir con el caballete y pintar lo que ven. Y el primero que lo hace es Corot. Cuando llega Sorolla, el impresionismo ya casi había pasado».
Antonio López hace doblete estos días. Por las mañanas acude a la novena planta de El Corte Inglés de Callao, donde está pintando una de las siete vistas de la Gran Vía que tiene planeado hacer. «La empecé hace tiempo y la reanudé el año pasado. Es la Gran Vía desde Callao, con sus cines, la plaza... Todo el tramo de la Gran Vía hasta la Plaza de España». Lo tiene muy avanzado.
A Sorolla siempre se le ha considerado un pintor de playas. Y a Antonio López, el pintor de la Gran Vía de Madrid. ¿Le molesta? «No, no me molesta. No pasa nada. Pero creo que no es así. Es verdad que pinto la Gran Vía. Y pinto Madrid. Uno de mis temas es la ciudad». Pese a llevar viviendo mucho tiempo en la capital, se considera «muy de Tomelloso. No me siento madrileño. Soy una persona que ha acabado viviendo aquí». ¿Piensa en algún momento volver a Tomelloso? «Vuelvo mucho». ¿Y a vivir definitivamente? «No, tengo la familia aquí. Tengo muchas cosas aquí».
Sus abuelos maternos (Sinforoso y Josefa) y paternos (Antonio y Carmen) están pasando este verano más a la fresca que su nieto, en los almacenes del Reina Sofía. ¿Confía en ver colgados sus retratos algún día en sus salas? «No lo pienso. Sinceramente, yo ya esas cosas no las quiero pensar. Tengo apoyos suficientes, gente que me estima. No hay que pensar en eso. No hay que ser morboso. Si no te colocan, no pasa nada. No quiero enfadarme por eso. En su momento hice un plante. Rechacé una exposición que me ofrecían porque era la ocasión de hacer algo. Pero ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Hablar con él? ¿Atarte a un árbol? ¿Qué haces?» Bueno, la baronesa Thyssen se ató a un árbol para que no talasen los de su museo, le recordamos.
«No me parece que sea tan importante. En el Prado no está Vermeer y no pasa nada». En el Reina Sofía hay nuevo director. ¿Confía en que sus obras vuelvan a las salas? «Hay que dejar a la gente que haga su trabajo. Y después, a ver qué pasa. A ver por dónde sale. El otro, Manuel Borja-Villel, hizo un trabajo muy sincero. Yo no estoy de acuerdo con su visión. Pero ¿qué haces si lo han elegido? Me parece más grave lo que pasa en la política. Lo que pasa en el arte no tiene importancia. No tanta». Hay gente que cree que justo porque el arte no sirve para nada es importante. «Para mí tiene mucha importancia. Pero no es importante para todos como un hospital».
«Creo que debe haber un ministro de Cultura, como lo hay de Sanidad»
¿Es partidario de que haya un Ministerio de Cultura? «Sí, creo que debe haber un ministro de Cultura, como lo hay de Sanidad. ¿Por qué no? Decir que la cultura es tan importante como la sanidad es algo que mucha gente lo consideraría exagerado. Yo creo que seríamos mejores con más cultura. Creo que el hombre está haciendo agua, está precipitándose hacia la oscuridad por falta de cultura. Así que me parece que la ha necesitado muchísimo. Pero si quieren que la quiten... ¿Qué vas a hacer?»
¿Ha visto ya la Galería de las Colecciones Reales? «No he ido. Iré cuando tenga tiempo. No tengo prisa porque va a estar ahí mucho tiempo». Se lo pregunto porque no sé si le hubiera gustado que estuviera allí su 'Retrato de la Familia de Juan Carlos I'. «Yo pienso que han decidido no poner el arte contemporáneo. Pienso eso. Pero a lo mejor ha habido otro motivo. No lo sé». Hay un tapiz de un cartón de Guillermo Pérez Villalta. «Hay mucho arte contemporáneo en la colección de Patrimonio Nacional. No quiero decir nada sobre esas cosas. No por prudencia. Yo le doy importancia a tener salud, a ir a pintar la Gran Vía y que esa tarde no haga viento. Porque si hace viento, me jode la jornada. Lo demás ya no es cosa mía. El cuadro me lo encargaron. Lo hice lo mejor que pude. Y se acabó». ¿Le gustaría que la actual Familia Real le encargara un cuadro? «Claro que me gustaría. Diría que sí». A ver si Don Felipe y Doña Letizia recogen el guante.
«Ahora voy un poco a la deriva, pero tengo motivos para estar bien»
Mientras media España inunda las playas, Antonio López sigue trabajando. ¿Es que no se va nunca de vacaciones? «Hace mucho que no me voy de vacaciones. Yo las cojo cuando lo necesito». ¿Y ahora cómo anda de fuerza, de ánimo? «Pues mira, hoy me duele la espalda. ¿Qué menos?» Tiene 87 años, algo tendrá que dolerle, ¿no? «Trabajo de pie. Tengo que hacer un tratamiento cuando acabe el verano para mejorar mi espalda. Ese es el problema que tengo». ¿Se cuida mucho? «No es que me cuide, es que he aprendido a no hacer demasiadas tonterías. Ahora voy un poco a la deriva, pero tengo motivos para estar bien».
«Retrataría a Rosalía si se dejara pintar como yo la quiero pintar»
David Hockney, otro joven pintor como Antonio López (tiene 86 años, uno menos), ha retratado a una estrella del pop, Harry Styles. ¿Le gustaría retratar, no sé, a Rosalía, por ejemplo? «Si se dejara pintar como yo la quiero pintar, sí». ¿Y cómo la querría pintar? «Se lo diré a ella» (ríe). Vamos, ¿cómo le gustaría? «Siempre como yo quisiera pintarla. No la conozco. La he visto en imágenes y la he oído cantar. Es una figura que tiene muchas facultades. Está muy bien. Pero no haría nada por hacerlo. Tampoco hice nada por pintar a la Familia Real. Me lo encargaron. No lo necesito, porque si no pinto una cosa, pinto otra. El arte moderno se ha hecho desde la voluntad que te guía, eligiendo cómo debes pintar y qué cosas debes pintar. Los encargos casi no entran en la pintura moderna. Yo los he aceptado porque me han parecido a veces interesantes, pero el arte moderno se ha hecho fuera del encargo. Eso es así».
¿Hay algo que le gustaría hacer y que aún no haya hecho? «Pienso que en la pintura moderna se tenían que haber pintado más desnudos. Los mejores femeninos del arte español me parecen 'La Venus del espejo' de Velázquez y 'La Maja' de Goya. No se ha pintado mejor a la mujer. 'La Venus del espejo' debía estar en el Prado. Lo mejoraría».
«En el Patronato del Prado debería haber pintores y escultores obligatoriamente»
Ya que lo dice, ¿qué debe mejorar el Prado? «Debía haber pintores y escultores en su Patronato, obligatoriamente. Yo estuve, pero me escribió una carta la ministra Sinde dándome las gracias y despidiéndome». Ahora buscan empresarios. «Pues mal hecho. Muy mal. ¿Ves? Falta cultura». ¿Y alguna otra cosa que le falte al Prado? «Pues mira, por ejemplo, me parece grave lo que han hecho con la restauración de 'La Anunciación' de Fra Angelico. Le han metido un barniz, lo han acabado demasiado, lo han convertido casi en un cromo, según mi criterio. Creo que se han pasado de... dejarlo nuevo y brillante. Ahí tenía que haber habido alguien que hubiera puesto un límite. Porque es una témpera. No es un óleo. Es como si barnizaran 'El juicio final'. Eso no puede ser».
Algunos de sus desnudos estarán en la exposición que se inaugurará a finales de septiembre en La Pedrera de Barcelona. Reunirá pintura, escultura y dibujos. «El desnudo es un tema para mí muy importante. Y lo llevo haciendo desde hace muchísimos años». ¿Qué es lo que más le interesa del cuerpo femenino? «El animal humano se ve desnudo. La cabeza es muy importante. Pero debajo de la cabeza pasan muchísimas cosas. A mí me parece una maravilla todo lo que pasa. Y representarlo me parece algo extraordinariamente precioso, interesante, bonito». ¿Utiliza modelos? «Sí, yo trabajo siempre del natural. No me sé inventar las cosas».
«Las puertas de la catedral de Burgos hay que acabarlas y bien. Otra cosa es que las pongan o no»
Aún tiene por hacer algunas obras para las puertas de la catedral de Burgos que han sido tan polémicas. ¿No ha salido escaldado? «No, porque ya estaban pagadas. Y hemos tenido que seguirlas. Otra cosa es que las pongan o no. Se ha decidido que no se ponen. No me importa. Ya no se podía dar marcha atrás. Hay que acabarlas y bien. Si se ponen, bien. Si no, en algún sitio acabarán».
Siguiendo con David Hockney, lleva años pintando con un iPad. ¿Le han tentado las nuevas tecnologías? «Me gustaría que Hockney no se pusiera tan mecánico, porque era muy buen pintor. Que siguiera pintando como pintaba antes. A mí me gusta la pintura como yo la concibo. No he pintado nunca con un iPad. No me atrae. Me gusta ir a los sitios, salir de mi casa al mundo. Es algo que me da muchísima vida».
«La inteligencia artificial no puede rebasar al hombre porque es el que la inventa»
¿Cree que la inteligencia artificial podrá sustituir algún día la magia de una luz pintada por un gran artista? «No, son tonterías que se dicen. La inteligencia artificial es el hombre mismo. No puede rebasar al hombre, porque es el hombre el que la inventa. Ahora mismo, dos locos tiran unas cuantas bombas atómicas y se acaba el mundo. No hace falta la inteligencia artificial. Ya está inventado el final. Es una amenaza mal manejada». ¿Madrid necesita más escultura pública, más arte en las calles? «Si es buena, sí. Pero, ¿cómo se sabe si es buena? Ahí está el problema. A ver si la inteligencia artificial nos echa una mano» (ríe).
Son las siete y media de la tarde y el sol sigue castigando sin piedad. El valiente manchego continúa pintando, como si nada. Esta cordobesa cobarde, 30 años más joven, se rinde, achantada por el mercurio, más disparado que la cesta de la compra. Los 40 grados no están en el ADN de los cordobeses. Antes de la huida, Antonio pide que me acerque: «Mira, he pintado el sol». Apenas dos pinceladas y de repente aparece, a la izquierda, iluminando el lienzo. Pura magia.
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