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Domingos con Historia

Calvo Serer: España, sin problema

A fines de los 40, se sedimentó el debate intelectual más denso y ambicioso del nuevo Estado

Calvo Serer, visto por Nieto NIETO

POR FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR

El programa de reconstrucción cultural propuesto por Pedro Laín Entralgo en la serie de obras que culminaría en «España como problema» tuvo una respuesta inmediata en los círculos del catolicismo liderados por Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez Embid . Estos dos catedráticos de Historia tejieron una paciente trama editorial en la que destacaron la Biblioteca del Pensamiento Actual y el control ejercido durante algunos años en la revista «Arbor». A fines de la década de los cuarenta, dos visiones de la España vencedora se habían sedimentado con toda claridad, y ahí han quedado sus testimonios para quien quiera acercarse al debate intelectual de más densidad y ambición que tuvo el nuevo Estado en los inicios de sus esfuerzos por transformar en hegemonía política su victoria militar.

Calvo Serer reunió algunos de sus ensayos en un libro que era clara, descarada y provocativa respuesta a los planteamientos hechos desde el fin de la guerra por Laín Entralgo y algunos de sus más activos compañeros de travesía intelectual, como Ridruejo o Tovar. En el otoño de 1949, Calvo Serer entregó a la imprenta «España, sin problema», reiterando el título de un texto sobre la herencia de Menéndez Pelayo publicado en «Arbor».

En realidad, de genealogías y cosechas culturales iba la polémica en su aspecto más inofensivo. Calvo Serer y Pérez Embid habían salido al paso –y, el segundo, con especial virulencia– de las interpretaciones de Menéndez Pelayo realizadas por los intelectuales falangistas de la revista «Escorial». De hecho, para estos autores vinculados al Opus Dei , resultaba una auténtica impostura que aquellos jóvenes inspirados en las corrientes más avanzadas del nacionalsindicalismo, y tan tentados por el modernismo fascista, trataran de usurpar el monopolio de la herencia intelectual del escritor montañés. La imagen gigantesca de don Marcelino fue zarandeada por el esfuerzo de tirios integristas y troyanos falangistas para hacerse con su legado. Una prueba penosa de la capacidad de los españoles para andar siempre negándose a una labor de integración y conciliación de toda corriente cultural que tuviera por horizonte la preservación de la conciencia nacional española.

Conviene no ser ingenuos en este punto. El debate estaba lejos de ser un ejercicio elitista de conflicto intelectual. Era una batalla política, destinada a definir los materiales ideológicos y los instrumentos institucionales con los que habría de completarse la guerra civil. Era una pugna sustancial, en la que asomaba de nuevo, como lo había hecho en cada una de las crisis españolas vividas desde la Guerra de la Independencia , la dura labor de construir un espacio de convivencia cívica fundada en una tradición integrada por valores que pudieran considerarse constitutivos de una forma de ser español. Lo grave no habían sido las diferencias de opinión. Ni siquiera los episodios de violencia sufridos en toda Europa. En ninguna otra parte se había frustrado el proceso constituyente de una conciencia nacional moderna a través de la exclusión radical de lo que era considerado antipatriótico por unos y por otros.

Problematizar España

Para Calvo Serer y sus compañeros, problematizar España suponía anular la tarea de nacionalización cultural emprendida por la línea de pensamiento contrarrevolucionario en el siglo XIX, que culminó en Menéndez Pelayo y en Ramiro de Maeztu , y que alcanzó su posibilidad de realización en el escenario cruel de una guerra civil contra todo lo que de ajeno a la sustancia nacional tenía la Revolución. Revolución entendida como disolución de la cultura cristiana desde la Reforma protestante, el humanismo moderno del Renacimiento y el espíritu liberal de la Ilustración, hasta alcanzar su madurez en el asalto final a la civilización que tuvo en España su campo más evidente de ofensiva y también su más brillante ejercicio de resistencia católica tradicional.

Calvo Serer rechazaba, con indulgente comprensión y elogios de circunstancias, la obra de los hombres del 98

«Por fortuna, de dos siglos en que España fue tema a discutir, hemos salido los españoles mediante un acto enérgico, tajante y claro, en 1936; y desde 1939 España ha dejado de ‘ser un problema’ para adquirir conciencia de que está enfrentada con ‘muchos problemas». Calvo Serer anotaba en el prólogo a su recopilación de ensayos estas palabras contundentes. La guerra civil no podía ser interpretada como un episodio más de la lucha entre las dos Españas y, desde luego, no debía considerarse como la ocasión de su superación por la vía de la síntesis entre dos corrientes conflictivas. No había más que una España auténtica: la que había soportado su existencia solitaria en defensa de la tradición cristiana en el siglo XVI, y la que se había negado a aceptar los cantos de sirena del mundo moderno hegemónico en Europa.

Calvo Serer rechazaba, con indulgente comprensión y elogios de circunstancias, la obra de los hombres del 98, cuyo esteticismo y excesos críticos habían debilitado las posibilidades planteadas por Menéndez Pelayo . España no podía ser objeto de un interrogatorio intelectual ni motivo de juegos de manos metafóricos. La España dolorosa del regeneracionismo, Unamuno u Ortega había sido superada por quienes trazaron las líneas claras y rectas de un orden moral que afirmaba la verdad objetiva frente al subjetivismo moderno. De este modo, la aportación realizada por aquel empeño juvenil, diáfano y patriótico de las generaciones del 98 y del 14 era negado con enérgico desdén. Podía aceptarse su buena intención. Pero debían condenarse su afán imitativo, su renuncia a la esencia de la España contrarrevolucionaria, su europeísmo ingenuo y su torpe deseo de asimilar lo que nada tenía que ver con el ser nacional.

A una nueva generación, invocada en un célebre manifiesto redactado por Calvo Serer , solo le correspondía escapar de los viejos fantasmas del debate sobre el problema de España. A ella había que proporcionarle el liderazgo de una victoria militar que no dudara de sí misma, de una guerra que no dudara de su carácter de cruzada, de un espanto que no malgastara los sacrificios de una depuración histórica.

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