La guerra de los huesos: cuando el ego hizo temblar la paleontología

GRANDES RIVALIDADES DE LA CIENCIA

Sobornos, espías y dinamita... Los paleontólogos Cope y Marsh llevaron su rivalidad hasta extremos absurdos pero acabaron descubriendo más de 130 especies de dinosaurios

Acusaciones de plagio, reproches y egos de campeonato: la guerra de Newton y Leibniz por el cálculo

Othniel Charles Marsh (izquierda) y Edward Drinker Cope (derecha) Wikipedia

Si pensaban que las rivalidades científicas eran aburridas, prepárense para conocer la historia más explosiva de la paleontología. Imaginen una mezcla entre una telenovela y una película del Oeste, pero con dinosaurios de por medio. Esta es la historia de Edward Drinker Cope (1840- ... 1897) y Othniel Charles Marsh (1831-1899), dos paleontólogos que llevaron su rivalidad hasta extremos tan absurdos que acabarían descubriendo más de ciento treinta especies de dinosaurios.

Todo comenzó en 1864, cuando Cope y Marsh se conocieron en Berlín. Al principio fueron buenos amigos, incluso se dedicaron especies el uno al otro. ¡Qué tiempos aquellos! Pero como en toda buena historia, esta amistad estaba destinada a convertirse en una de las rivalidades más famosas de la ciencia.

El primer encontronazo surgió en 1868, cuando Cope perpetró un error que cualquiera podría haber cometido... ¡excepto que puso la cabeza de un elasmosaurio en el extremo equivocado! Literalmente reconstruyó un reptil marino poniendo su cabeza en la cola.

Marsh, que no se caracterizaba por su sensibilidad, no solo afeó el error públicamente, sino que se aseguró de que todo el mundo se enterara. Para Cope, esto fue una declaración de intenciones.

A partir de ahí, la situación se convirtió en algo digno de una película del Oeste. Ambos científicos comenzaron a competir por cada fósil, cada yacimiento y cada descubrimiento. ¿Han visto alguna vez a dos personas corriendo para ser el primero en publicar un hallazgo? Pues estos dos científicos llevaron esa carrera al siguiente nivel.

Robo, plagio y dinamita

Los métodos que empleaban eran verdaderamente 'creativos'. Sus equipos de excavación se espiaban mutuamente, sobornaban a los trabajadores del equipo contrario y, en ocasiones, incluso dinamitaban yacimientos para que el rival no pudiera encontrar nada útil.

La competencia fue tan feroz que ambos comenzaron a publicar descubrimientos a toda velocidad, a veces sin siquiera terminar de limpiar los fósiles. Esto llevó a situaciones hilarantes, como cuando Cope publicó la descripción de un nuevo dinosaurio basándose en unos pocos huesos, solo para que Marsh publicara al día siguiente que esos huesos pertenecían a una especie que él ya había descrito meses antes.

Los periódicos de la época se frotaban las manos con cada nueva disputa. Las acusaciones volaban de un lado a otro en las páginas del 'New York Herald'. Marsh acusaba a Cope de incompetencia, mientras que Cope respondía culpando a Marsh de robo y plagio. Era como un reality show del siglo XIX.

Lo más fascinante es que, en medio de todo este caos, la ciencia avanzaba. Entre los dos descubrieron algunas de las especies de dinosaurios más icónicas que conocemos a día de hoy. Cope descubrió el Dimetrodon -aunque técnicamente no era un dinosaurio- y el Camarasaurus, mientras que Marsh nos regaló el estegosaurio y el Triceratops. Da vértigo pensar cuántos más habrían podido descubrir si hubieran colaborado en lugar de competir.

La guerra llegó hasta tal punto que ambos gastaron sus fortunas personales en la búsqueda de nuevos fósiles. Marsh llegó a usar su posición como director del Servicio Geológico de los Estados Unidos para intentar sabotear las expediciones de Cope. Por su parte, Cope vendió su casa para financiar más excavaciones. Cuando murió en 1897, dejó su cerebro a la ciencia para demostrar que era más grande que el de Marsh. Y es que el ego llegaba hasta ese extremo.

La ironía de esta historia es que toda esta competencia desenfrenada acabó teniendo un efecto positivo en la paleontología. Entre los dos descubrieron más de ciento treinta nuevas especies de dinosaurios. Aunque, eso sí, también crearon una enorme confusión al nombrar la misma especie varias veces o al describir especies basadas en fósiles incompletos. Los paleontólogos modernos todavía están desenredando algunos de estos líos.

Así que ya saben, la próxima vez que visiten un museo y vean un Triceratops o un Stegosaurus, recuerden que detrás de esos impresionantes fósiles hay una historia de rivalidad, ego y obsesión que cambió para siempre el mundo de la paleontología.

Quizás, solo quizás, Cope y Marsh estarían orgullosos de saber que sus descubrimientos siguen asombrando a nuevas generaciones, aunque probablemente cada uno reclamaría el mérito total.

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