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Caballos, nativos americanos y el Imperio español: la historia no contada que ahora revela la genética

Un estudio confirma que estos animales fueron domesticados por las tribus del norte de América antes de lo que se pensaba

Confirmado: Cristóbal Colón no fue el primer europeo en pisar América

Un nativo americano cuidando una manada de caballos Sacred Way Sanctuary
Patricia Biosca

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La tribu pawnee, del centro de Norteamérica, posee el cuento de Mud Pony: este niño tenía sueños en los que aparecían extrañas criaturas. Al día siguiente, modelaba estas bestias con barro, que finalmente acababan volviéndose reales con la salida del sol. Así es como aparecieron los caballos, según sus creencias populares. La ciencia, en cambio, ha contado un relato diferente: fueron los españoles primero y, después, el resto de europeos los que introdujeron los equinos en América y, gracias a su acción, esta especie se extendió por todo el continente. Ahora, un estudio publicado en 'Science' revela que los genes de los primeros caballos de los nativos americanos cuentan otro relato distinto.

«Los caballos son parte de nosotros desde mucho antes de que otras culturas llegaran a nuestras tierras, y nosotros tenemos una conexión especial con ellos», afirma Joe American Horse, jefe de los Oglala Lakota Oyate, guardián del conocimiento tradicional y coautor del estudio. Porque la intención era demostrar que la visión de cómo estos equinos se habían expandido por Norteamérica estaba sesgada por la visión europea. Demostrar que, si bien los caballos fueron una especie 'adoptada' por los nativos americanos, la conexión entre ambos se tornó muy intensa desde el principio.

Rastreando entre huesos antiguos

Así, un equipo de investigadores de la Universidad de Colorado, de la Universidad de Nuevo México y la Universidad de Oklahoma, se propusieron rastrear huesos arqueológicos de caballos de todo el oeste de Estados Unidos. En esta ardua tarea les ayudaron integrantes de tribus nativas como los Lakotas, los Comanche o los Pawnee.

Así, el equipo identificó pruebas de que los pueblos indígenas criaban, alimentaban, cuidaban y montaban caballos mucho antes de la revuelta de 1680 en Nuevo México, donde los nativos americanos se rebelaron contra el imperio español, y fecha en la que se creía que había comenzado la domesticación por parte de estas tribus. A partir de ahí, según la hipótesis reinante, habrían sido el resto de colonos europeos los que habrían expandido estas manadas a lo largo y ancho del continente, por lo que el ADN de estos caballos sería una mezcla entre ibérico y británico.

Sin embargo, la información demuestra que muchos de los restos de caballos analizados presentaban una fuerte ascendencia española, y que no estaban directamente relacionados con los caballos que habitaron las Américas en el Pleistoceno tardío, hace más de 12.000 años. Del mismo modo, no eran descendientes de los caballos vikingos, a pesar de que estos pueblos nórdicos establecieron asentamientos en el continente americano en 1021.

Los datos arqueológicos muestran que estos caballos domésticos ya no estaban bajo el control exclusivo de los españoles al menos a principios del siglo XVII, y se integraron en las formas de vida indígenas. «Estos hallazgos apoyan y concuerdan con la tradición oral comanche. Los rastros arqueológicos de nuestra cultura equina son activos invaluables que revelan una cronología en la historia de América del Norte y son importantes para la supervivencia de las culturas indígenas. Son nuestra herencia y merecen honor a través de la protección. Son sagrados para los comanches», señala Jimmy Arterberry, historiador tribal comanche y coautor del estudio.

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