En busca de nuestro enigmático ancestro común en Oriente Próximo

Prepublicación: Homo antecessor. El nacimiento de una especie

Los codirectores de Atapuerca José Mª Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell relatan en primera persona cómo el hallazgo de la especie humana 'homo antecessor' ha reescrito nuestra historia evolutiva. ABC adelanta un extracto del libro que publica Crítica el 2 de noviembre

Hallan en Atapuerca los primeros restos de Homo antecessor, nuestro ancestro caníbal, en veinte años

Recreación de un campamento de Homo antecessor María de la Fuente Soro

José Mª Bermúdez de Castro / Eudald Carbonell

Desde hace algunos años venimos haciéndonos esas preguntas. Existen hechos incuestionables de los que nadie duda: la especie Homo sapiens se originó y consolidó en África, desde donde se expandió hacia el resto del planeta hace unos 120.000 años aprovechando circunstancias climáticas favorables. La especie Homo neanderthalensis se ha encontrado en yacimientos de buena parte de Eurasia. Los primeros restos se hallaron en Europa y más tarde en Próximo Oriente. Con el paso de los años, la extensión geográfica de los neandertales se fue ampliando hasta el punto de llegar a postular su presencia en la mayor parte de Eurasia. Nuestro colega Robin Dennell siempre comenta con su británico sentido del humor que los neandertales llegaron a bañarse en el océano Pacífico. Es posible que esta sugerencia de Dennell sea algo exagerada, pero lo que sí podemos considerar una certeza es que los neandertales no pisaron suelo africano. Entonces, si las dos genealogías tuvieron un ancestro común, ¿dónde podemos encontrarlo?: ¿quizá en Eurasia?, ¿tal vez en África? No hay más opciones.

Hasta el momento, la única pista razonable para encontrar ese ancestro común era Homo antecessor. De un total de 49 rasgos anatómicos identificados en esta especie, el 15 % son caracteres compartidos con los neandertales y sus ancestros del Pleistoceno Medio, el 7 % son caracteres compartidos con los neandertales y con los humanos modernos, mientras que un 7 % son caracteres compartidos con nuestra especie. Es por ello por lo que no es difícil predecir que el ancestro común de Homo sapiens y Homo neanderthalensis no debe ser muy diferente a Homo antecessor. En África no existe ningún fósil con esas características. Es más, en este continente no vemos una transición entre Homo erectus/ergaster y Homo sapiens. Es como si los miembros de nuestra especie hubieran aparecido de la nada. Ni siquiera los que tienen aspecto más arcaico y de mayor antigüedad (unos 300.000 años), como los de los yacimientos de Djebel Irhoud, en Marruecos, Florisbad, en Sudáfrica o los de Eliye Springs, en Kenia, tienen poco o nada que ver con Homo erectus. Si se nos permite el chascarrillo, es como si los antiguos miembros de nuestra especie hubiesen aterrizado en paracaídas en las vastas sabanas de África y se hubieran quedado con los territorios que ocupaban los verdaderos indígenas del continente.

¿Dónde está el origen?

Por otro lado, algunos investigadores han querido certificar la presencia de nuestra especie en Europa mucho antes de su definitiva expansión fuera de África, hace 120.000 años. De nuevo, tenemos que acudir al chascarrillo de los paracaidistas para explicar tales propuestas. Sin embargo, los datos publicados por esos investigadores no han tenido demasiado eco en la comunidad científica, porque carecen de la robustez y contundencia que se espera de una teoría que termina por abrirse paso. En definitiva, Eurasia fue la patria de los neandertales y África la patria de los humanos modernos. Entonces, ¿dónde está el origen de estas dos genealogías, que divergieron hace unos 700.000 años de acuerdo con las evidencias del ADN? Una vez descartada la especie Homo antecessor (y no por el hecho de haberse encontrado en la península ibérica), solo nos queda pensar en lo que conocemos de ese momento temporal y proponer una solución. Además, no podemos alejarnos demasiado ni de África ni de Europa.

Nuestra propuesta es muy simple: fijémonos primero en un mapa de África y Eurasia. Ahora, busquemos el territorio que une los dos continentes. Nos encontraremos con una región que se nos antoja bastante inhóspita y en buena parte desértica: el Próximo Oriente, y en particular el llamado Corredor Levantino.

De acuerdo con los datos disponibles, estos territorios disfrutaron de un clima aceptable para la vida de algunas especies tanto en épocas glaciales como interglaciares. El Corredor Levantino ha sido considerado como la puerta de salida de las poblaciones africanas hacia el norte. Así sucedió hace unos dos millones de años, cuando los homininos colonizaron por primera vez el continente eurasiático y también hace unos 120.000 años, cuando nuestra especie abandonó África y se expandió por todo el planeta. Sin embargo, no debemos considerar que estas migraciones representan el modelo que podemos aplicar de manera universal y cuando nos conviene. Veamos un ejemplo.

Cuando se identificaron los denisovanos, gracias a la obtención de ADN en un diente del yacimiento de la cueva siberiana de Denisova, los expertos explicaron que aquellos humanos tuvieron un ancestro no identificado muy posiblemente procedente de África. Esa especulación fue totalmente gratuita y sin base científica alguna. ¿Por qué África?, ¿qué nos lleva a considerar que África ha sido siempre la fuente de todas las migraciones?, ¿tal vez una moda?, ¿quizá una tradición? [...] Eurasia puede haber sido un lugar de formación de nuevas formas de homininos. Y lo que contamos a continuación puede ser un caso muy especial, que los paleoantropólogos tendrán que contrastar durante los próximos años.

Es muy importante recordar que el paisaje que podemos contemplar hoy en día no ha sido siempre el mismo. La fisonomía de la Tierra ha cambiado de forma dramática desde su origen, eso lo sabemos muy bien. Pero no es necesario viajar hasta épocas remotas para realizar tal afirmación. En períodos muy recientes el paisaje ha experimentado variaciones que cuesta imaginar. Por ejemplo, tendemos a pensar que el inmenso desierto del Sahara y su prolongación en la península arábiga han permanecido inalterados desde su formación, hace aproximadamente siete millones de años. Cuando contemplamos las enormes dunas y la extrema sequedad de esas regiones pensamos que el panorama siempre ha sido el mismo.

Pero estamos equivocados. ¿Es posible que ese territorio haya albergado verdes praderas plenas de vida? Pues así ha sido: las variaciones climáticas durante el Mioceno, el Plioceno y el Pleistoceno, y en particular la alternancia de ciclos glaciales/interglaciares, modificaron la latitud de las lluvias monzónicas. Como consecuencia, las secas tierras del Sahara fueron regadas con generosidad durante ciclos temporales de larga duración. Se formaron entonces grandes lagos y una rica red fluvial donde antes solo había dunas y el territorio se transformó en un vergel.

Existen muchos datos para confirmar estos cambios, que se han obtenido mediante sondeos geológicos en diferentes lugares del norte de África y de la península de Arabia. Sorprende saber, por ejemplo, que hace entre 400.000 y 140.000 años, en el árido desierto de Nefud, en el norte de la península arábiga, hubo períodos en los que habitaban rinocerontes, búfalos, gacelas y, por supuesto, seres humanos de alguna especie de hominino. Las herramientas que confeccionaban se encuentran a millares en varios estratos, testimoniando la presencia de una población humana bien consolidada. El paisaje de esos períodos era exactamente igual en Nefud y el este de África y las especies transitaban por toda esa región sin que las puertas del Corredor Levantino fueran una barrera geográfica.

La ingente cantidad de datos que nos van llegando de sondeos geológicos, como el realizado en el desierto de Nefud, debería cambiar nuestro modo de entender la dinámica de las poblaciones humanas de esa región del planeta durante el Pleistoceno. El Corredor Levantino, ese cordón umbilical que une África con Eurasia, pudo permitir el tránsito de seres vivos en ambas direcciones. En realidad, ni tan siquiera deberíamos hablar de migraciones, sino de un hábitat prácticamente continuo entre el suroeste de Asia y el este de África. El escenario que planteamos es ideal para comprender que ese hábitat pudo ser el lugar perfecto donde sucedió la divergencia de la población enigmática que originó las respectivas genealogías de Homo sapiens y Homo neanderthalensis. Los expertos nos hablan de ciertas ventanas temporales que coinciden con el momento en el que pudo producirse la separación de las poblaciones que originaron las dos especies.

Si nuestra teoría es correcta, el origen primigenio de nuestra especie no estaría entre los límites de ese continente que hoy conocemos como África, sino en un territorio mucho más amplio que incluye la región del Próximo Oriente.

La clave para entender la evolución humana del último millón de años

Esta teoría propone, además, un escenario plausible para explicar la existencia de Homo antecessor en Europa. El suroeste de Asia pudo ser un centro de origen de dispersiones de homininos hacia el Este y el Oeste. Esos movimientos migratorios se habrían originado de una población madre todavía desconocida en el registro fósil. Homo antecessor habría colonizado Europa hace unos 900.000 años, si no antes, y tendría muchas similitudes con esa población madre que, a su vez, sería origen de las respectivas genealogías de los neandertales, de los humanos modernos y, tal vez, de otros linajes cuyos fósiles ya conocemos. Por ejemplo, algunos investigadores han propuesto la migración de homininos hacia el Este por el norte de la cordillera del Himalaya, que habrían terminado por ocupar parte del territorio del actual estado de China. Los homininos que habitaron las cuevas de la Colina del Hueso de Dragón (Zhoukoudian) pudieron ser los descendientes de esa migración [...]. La cara moderna de Homo antecessor  y la de ciertos fósiles de China podría explicarse por su origen común en ese territorio a partir de esa población todavía desconocida. Los fósiles que han sido incluidos en Homo heidelbergensis, y que a todas luces habían dejado atrás el aspecto arcaico de Homo erectus, también podrían haberse originado en el mismo territorio.

En definitiva, estamos proponiendo una nueva teoría que explicaría los datos que se han ido obteniendo desde que en 1994 aparecieron los primeros fósiles en el nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina. El gran reto que proponemos en este libro es encontrar suficientes evidencias fósiles de esa especie enigmática, que podría ser la clave para entender la evolución humana del último millón de años. Nuestro planteamiento pasa necesariamente por localizar y excavar yacimientos en una región donde coexisten diferentes culturas, muy conflictiva desde el punto de vista político y donde puedan desarrollarse proyectos arqueológicos y paleontológicos. Sabemos que esos proyectos representan ahora mismo una quimera o una aventura arriesgada, pero estamos convencidos de que en esa región se encuentran muchas respuestas, incluyendo el origen de Homo antecessor.

SOBRE EL AUTOR
José Mª Bermúdez de Castro

es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, profesor de investigación del CSIC y desde 1991 codirector de las excavaciones de la sierra de Atapuerca. Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica y miembro de la Real Academia Española.

SOBRE EL AUTOR
Eudald Carbonell

es catedrático de Prehistoria en la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona), investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirector del proyecto de investigación del yacimiento de Atapuerca. Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

 

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