«Discutir es humano, pero pedir perdón lo es más»
El emprendedor y conferenciante Anxo Pérez publica esta semana en ABC Bienestar en el último capítulo de su libro 'La inteligencia del éxito', concretamente el número 88 en el que hace una serie de reflexiones que le enseñó su padre
En el capítulo 87: «Transformar tu mente no es cambiar el mundo que ves, sino cambiar el prisma con el que lo miras»
En el capítulo 86: «Si el mundo te ha tratado bien, trata bien al mundo»
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Iniciar sesiónLo que te voy a contar es la mayor lección que he recibido nunca de lo que yo defino como «inteligencia del éxito». Curiosamente su autor no me la enseñó con su presencia, sino con su ausencia. Y lo que fue uno de ... los mayores regalos para mí, confío en que ahora sea uno de los mayores regalos para ti.
Era el día de Navidad. Estábamos felices en familia cantando villancicos. En casa de mis padres siempre ha habido instrumentos musicales y una gran inclinación a hacer uso de ellos. De repente surgió una discusión tonta, de esas por las que todas las familias pasan cuando llevan muchos meses sin verse. En un momento de frustración yo pronuncié unas palabras desgarradoras que adquirirían unas dimensiones mayores de las que podía imaginar en aquel momento: «Esta discusión es un sinsentido. Si algún día a alguno nos sobreviniera una enfermedad grave, nos daríamos cuenta de lo insignificante que es esta controversia. Ojalá no precisemos de algo tan serio para reconocer algo tan nimio».
Por desgracia, mis palabras acabaron siendo proféticas. Unos meses más tarde, mi padre contrajo una enfermedad que no pudo superar. Desconozco si, cuando mi padre enfermó, el resto de los miembros de mi familia recordó aquellas frases. Yo iba a tenerlas presentes durante el resto de mi vida.
Mi padre era un hombre de pocas palabras. Fiel a su personalidad, su principal lección no procedería de sus palabras, sino de su silencio. Y no sería una de las que me dio en vida, sino la que me dejaría con su partida tras su muerte. Esto es lo que su ausencia me enseñó; lo que él me dijo sin necesidad de decirlo.
Me enseñó que discutir es humano, pero pedir perdón lo es más. Y que enterrar el rencor es caminar sin dolor. Me enseñó que cuando los humanos detestamos los defectos, olvidamos que sin defectos no seríamos humanos. Y que vivir mejor no es equivocarnos menos, sino aceptarnos más. Me enseñó a no guardar mis sueños para el futuro, ya que si el futuro nunca llega, mis sueños tampoco. Y que la satisfacción del conseguir vale más que el lujo del poseer. Me enseñó que suelen gritar mucho más los que suelen decir mucho menos. Y que no tiene más razón quien mejor argumenta. Me enseñó que es tan frecuente como erróneo pensar que si el otro no opina, es que no tiene opinión. Y que si tiene sentido hablar, es sólo cuando el silencio sea peor que tus palabras. Me enseñó que quien llama a puertas descubre paraísos. Y que quien se cierra a las posibilidades se pierde tesoros. Me enseñó que aplaudir a alguien por dar el paso uno es eliminar su miedo a dar el paso dos. Y que aunque no puedas forzar a una planta a que crezca, sí puedes regar su jardín. Me enseñó que es mejor arrepentirse de haber hecho demasiado que demasiado poco. Y a vivir de manera que cuanto más te acerques al futuro, más agradezcas tu pasado. Me enseñó a dar las gracias a aquellos que al no creer en tu victoria la hicieron más grande. Y que el optimismo vende mucho menos, pero deberíamos comprarlo mucho más. Me enseñó que un «te quiero» que nunca se expresó pesa más que todos los expresados juntos. Y que un abrazo, cuando hay muchos, es tan sólo uno, pero cuando no hay ninguno, lo es todo. Me enseñó que la vida es más corta de lo que pensamos. Y que no aprovechar ya es morir.
Dondequiera que estés. Gracias, papá.
No. Esto no es el final del libro. Continúa aquí: www.anxoperez.com
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