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Se reedita «Los nuestros», la visionaria obra de Luis Harss
En «Los nuestros», una obra de reportaje y crítica publicada por vez primera en 1966 y que ahora reedita Alfaguara, Luis Harss da nombre al «boom» iberoamericano y se revela como un lector muy agudo
juan malpartida
Fue un tiempo de novela, un río que inundó los pastos secos del imaginario del lector de lengua española, retomó a Cervantes y las crónicas de Indias, leyó de manera activa a Faulkner, Conrad y Dos Passos, además de mirar la realidad histórica ... y social de Iberoamérica con una visión crítica.
¿Qué fue el boom? Un estallido, una interjección que señaló el surgimiento de la novela iberoamericana moderna, allá por los comienzos de los años sesenta. Literariamente, la modernidad se había iniciado con la poesía, y quizás por esto había llegado la hora de la novela. Otra característica: como marca de empresa, pertenece al continente americano . Sus autores no hacían referencia a posibles pares españoles en esta aventura, como el Cela de La colmena (1945) o el Juan Goytisolo de Señas de identidad (1966), aunque este último fue reivindicado para la aventura cervantina por Carlos Fuentes.
En «Los nuestros» hay algo vivo y abierto
El boom de la novela iberoamericana significó también el descubrimiento masivo de una literatura, su puesta en fama. Algo en lo que tuvo un gran papel el creciente mundo editorial español. Al mismo tiempo ocultó -por el propio arrastre de la moda- algunas obras y autores importantes, ajenos a caudillos y magias , por emplear el tópico no de las obras, que significan otra cosa, sino de la fácil y reductiva lectura.
Los excluidos
En 1966, un desconocido crítico nacido en 1936 en Chile , Luis Harss, publica Los nuestros , una suerte de reportaje y poética varia de la novela iberoamericana que se estaba gestando en esos años. Todos eran novelistas menos uno, Borges, que no tiene nada que ver con el boom. Los otros nombres son Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Guimarães Rosa, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Al parecer, Cabrera Infante prefirió formar parte de los excluidos. Cierto, no están Donoso, Lispector, Salvador Elizondo… Pero no creo que se le puede objetar: no quiso ser una obra erudita ni completa, sino una visión.
¿Qué fue el «boom»? Un estallido, una interjección
Se trata de un libro que conoció varias ediciones en poco tiempo y ha sido muy citado. Sin embargo, los autores no se habrán sentido del todo a gusto , porque Harss, que mostraba ser un lector muy agudo, incide tanto en los logros como en lo que considera mermas en las obras de estos autores.
Creo que salvo en Rayuela, libro admirable y truncado, por el que tuvo una devoción idólatra (como tantos), Harss suele acertar en sus juicios. También es un buen psicólogo, y sus observaciones sobre los autores son perspicaces. Harss escribió un libro notable de reportaje y crítica y luego se dedicó a la novela, en la que fracasó; al parecer, no se repuso . A Octavio Paz se le cita a menudo, sobre todo por El arco y la lira (aunque no se mencione el libro). Harss observó, en estos escritores, siguiendo a Cortázar y a Paz, una nueva relación con el lenguaje que sin duda no estaba en Rómulo Gallegos, en Horacio Quiroga y tantos otros.
Riesgo de petrificación
Harss pensó que hasta entonces -pero no en todos- no se había dado una búsqueda en la novela del lenguaje hablado , atento al fluido del pensamiento o de la agitación urbana. Un lenguaje no puesto al servicio del periodismo o de una visión totalizadora de la realidad (el regionalismo, una especie de realismo local), sino de la propia vivacidad de la lengua literaria.
Por «Rayuela» Harss tuvo una devoción idólatra (como tantos)
La diferencia entre civilización y barbarie pasa del esquema de Gallegos a la fuerza arquetípica y poética del Carpentier de Los pasos perdidos, un gran autor al que Harss señala su debilidad por la filigrana y el ornamento : el riesgo de la petrificación, la biblioteca y el archivo. Asturias es uno de los primeros novelistas americanos del «enorme potencial evocativo, invocatorio, del idioma hablado, su pulsación vital». La debilidad del guatemalteco: en el terreno de la denuncia y la política, siempre está del buen lado.
Fue importante que introdujera a Guimarães Rosa, el autor de tantos relatos memorables y de una novela de primer orden, Gran sertón: veredas, aunque truncada, al parecer de Harss, en algunos momentos y declinante en las últimas doscientas páginas. Onetti, que retoma a Roberto Arlt y lo lleva a lo más alto, «parece huérfano, desocupado y ausente» . (Por cierto, la orfandad afectó en lo biográfico a gran parte de estos escritores.) En La vida breve, uno de sus mejores títulos, ejemplifica su búsqueda del extranjero, esa psicología en fuga; pero le parece que dio un traspié en Juntacadáveres, refundición de El astillero.
Nada que añadir
El centro imaginario de este libro quizás esté en la metáfora de la obra como juego y destino, motor de Rayuela, y en su autor, Cortázar, «un bromista que convive con un visionario» , el único de los novelistas nombrados que hace de la inseguridad una poética, y que es tan literario como crítico de las retóricas que se erigen en la realidad (de la novela, el poema, la crítica). El otro lado de Carpentier: Juan Rulfo, un hombre «oficioso y desorientado», una novela y un puñado de cuentos, escritos casi sin escritura, a los que no añadió nada, porque nada había que añadirles. Harss también resalta, quizás llevado por un prurito excesivo, algún defecto en Pedro Páramo. Rulfo le decía entonces a Harss que reprochaba a España nuestro provincialismo y «flojera lingüística».
«Los nuestros» conoció varias ediciones en poco tiempo y ha sido muy citado
Carlos Fuentes o el novelista total (balzaquiano), en cuya novela La región más transparente «el montaje es demasiado visible», una suerte de pastiche de la literatura norteamericana de los años veinte. Pero lo admira como cuentista. De Cien años de soledad (1967) dice que apenas pudo intuirla en los folios inéditos que le envió el autor. García Márquez o el recuento de un mito único , cuya expresión más alta entonces era El coronel no tiene quien le escriba. Vargas Llosa, el explorador de la literatura (realidad independiente) como conocimiento, el creador de «situaciones de conciencia» y de una obra de juventud que deslumbró a muchos, La ciudad y los perros, aunque lo mejor estaba por venir. En Los nuestros hay algo vivo y abierto: un buen lector y un puñado de testimonios valiosos.
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