Mojácar, la sierra acariciada por el mar
Ante el ímpetu del sol del desierto, solo queda retirarse al frescor de la montaña o buscar el bálsamo del Mediterráneo
Mojácar, la sierra acariciada por el mar
Entre la montaña y el mar hace mucho tiempo que se libra una disputa en tierras de Mojácar. No hay bosques frondosos, ni lagos cristalinos, ni verdes valles por los que pelear. Se trata de una belleza muy distinta, la de una sierra desnudada por ... el sol y acariciada por el mar. Y ya sabemos de la capacidad de seducción del Mediterráneo y su luz. De este ardiente pulso nace un lugar muy especial. Un enclave que ha atraído almas de sensibilidad especial a lo largo de toda su historia. El primero de todos ellos, aquel «grafitero» del neolítico que con su indalo, el «hombre del arco», le dio forma a la buena suerte. Y es que en Mojácar, todo confluye para ser felices: el agua fresca de sus caños, el benigno Mediterráneo y el frescor de la sierra para escapar cuando el calor y el salitre cansan.
Al indalo no le hacía falta mucho más en su austera cueva de los Letreros, y a bastantes de los que acuden a Mojácar buscando sus playas y calas salvajes, o su coqueto pueblo de casitas blancas colonizando la ladera de la montaña, tampoco. Pero no todos los que se acerquen por estas tierras que se extienden entre la Sierra de Cabrera y el Parque del Cabo de Gata, van a ser como Diógenes, cuyo único deseo para ser feliz era que Alejandro Magno -plantado altivo ante el tonel en el que moraba el filósofo- se apartase y le dejase seguir disfrutando del sol. Para los que vienen buscando una oferta turística al uso, Mojácar también tiene sitio. Desde sus límites con Garrucha hasta el final de su paseo marítimo, frente al Hotel Best Indalo, toda la costa está plagada de locales para comer, beber, bailar y ver amanecer. Da igual la preferencia, hay asadores argentinos, tabernas mexicanas, pizzerías italianas y hamburgueserías con vistas al mar; y por supuesto, restaurantes y chiringuitos con el mejor pescado de la lonja en los que deleitarse con la gamba roja de la zona, espetos de sardinas, jureles a la brasa, salmonetes fritos o gallo pedro a la plancha, sin que falten los imprescindibles arroces caldosos.
Playas de cine
Hay también mucho que ver en Mojácar, empezando por el pueblo y su privilegiado mirador, donde el atardecer muestra el lado más amable de un sol ya no tan implacable. Por sus calles estrechas y encaladas, hay que perderse y maravillarse con el porte de sus buganvillas o del ficus centenario que domina la plaza del Ayuntamiento. Y también hay que ver la estatua de la mojaquera para no olvidar los orígenes. Esto en la montaña, porque en la costa nos esperan viejos senderos sobre el mar que guardan historias de mineros y milagros, como el de la Piedra del Nazareno, y playas y calas de cine.
Las hay con bandera azul y todos los servicios; son las de Marina de la Torre, El Cantal, la Cueva del Lobo, las Ventanicas o Venta del Bancal, de gránulo fino y aguas abiertas al Mediterráneo, a veces demasiado abiertas a su genio, que este mar lo tiene cuando quiere. Y las hay salvajes y de ricos fondos marinos, más al sur, en dirección a Carboneras; ideales para el naturismo o la práctica del buceo, o para subir hasta alguno de los dos observatorios que hay en las colinas a nuestra espalda y disfrutar de la luna llena que ya se avecina. Estas son las que van desde la playa de Macenas -inconfundible, con su torre artillada- hasta la del Sombrerico, donde Orson Welles protagonizó algunas escenas de «La Isla del Tesoro». Y es que a esta joya del levante, también se la han disputado los piratas.
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