El Papa Francisco abandona Mongolia con un ojo puesto en China

El impacto de su visita, cargada de gestos conciliadores hacia el Partido Comunista, aspira a impulsar la presencia de la Iglesia en la región

Podcast | El Papa en Mongolia: un viaje que esconde un plan

Niños dan la bienvenida al Papa Francisco a su llegada a la Casa de la Misericordia en Ulán Bator EFE

Jaime Santirso

Enviado especial a Ulán Bator

La misma silla de ruedas, la misma Guardia de Honor y la misma pista de aterrizaje, empleada esta mañana –hora local– para el despegue. El Papa ha abandonado el aeropuerto internacional Gengis Kan, el mismo lugar donde cuatro días atrás tomó tierra, concluyendo ... una visita oficial que le ha llevado no solo a Mongolia, también lo más cerca posible de China.

Durante la misa multitudinaria celebrada ayer domingo en Ulán Bator ante unas 2.500 personas, Francisco realizó «un llamado especial al pueblo chino», encomendando la tarea de ser «cristianos y ciudadanos honestos». Dicha interpelación directa supone un hito que escenifica de manera indudable la voluntad del Vaticano de profundizar su interacción con el régimen chino y, también, la disposición de hacerlo sin desafiar su orden político.

La naturaleza problemática de esta relación quedaba patente en la actitud de los escasos católicos chinos que han podido acudir a Mongolia a ver al Papa quienes, esquivos y temerosos, ocultaban su identidad y su bandera. Fuentes de alta responsabilidad en el Vaticano confirmaron días atrás a ABC que el régimen ha obstaculizado y en muchos casos impedido los desplazamientos de fieles y obispos desde China.

Misericordia mongola

Antes de iniciar el viaje de vuelta, Francisco ha protagonizado un último acto con la inauguración de la Casa de la Misericordia, un centro de beneficencia que, tal y como reza la placa en la fachada desvelada hoy, constituye una «expresión del compromiso de la Iglesia católica con Mongolia».

Durante su discurso, el Papa ha querido desmentir el «mito» de que la implicación social de la Iglesia persigue fines proselitistas. «¡No! Los cristianos hacen todo lo que pueden para aliviar el sufrimiento de los necesitados, pues en el cuerpo de los pobres reconocen a Jesús, el Hijo de Dios y, en él, la dignidad de cada persona».

Unas declaraciones que inciden en la incoherencia moral contenida en el mandato impuesto ayer por el Pontífice a sus fieles chinos, el cual exige simultanear la observación de los principios cristianos con la aceptación de un marco político que priva al individuo de su libertad.

Varios de ellos aguardaban a la salida de la Casa de la Misericordia, entonando emocionados cánticos religiosos en mandarín. Francisco ha detenido allí la comitiva y, ante la imposibilidad de apearse del coche por sus problemas de movilidad, ha solicitado al equipo de seguridad que permitieran que algunos creyentes se acercaran a saludarle.

Una fe distante

Con el Papa ya de regreso a Roma, queda por ver el impacto a largo plazo de su visita a un país de mayoría budista pero promueve la libertad de culto como una de las marcas de identidad de la democracia establecida tras la caída del comunismo en 1990. «Mi padre es chamanista, mi madre budista y yo atea, pero todos nos respetamos; Mongolia es así», explica Nomin Batbayar. «Creemos que todas las religiones son un modo de enseñar a los seres humanos a tener un comportamiento ético». Esta joven de 18 años ha trabajado durante los últimos días como voluntaria de la organización, «pues quería experimentar de primera mano esa coexistencia cultural pacífica», algo de lo que como mongola está orgullosa.

Nomin Batbayar, voluntaria, durante la misa multitudinaria oficiada por el Papa en Ulán Bator J. S.

La Iglesia, la institución humana más antigua, ha dedicado las tres últimas décadas a reconstruir su presencia en Mongolia desde cero, un retorno a la época de las primeras comunidades cristianas, hace dos milenios. El esfuerzo de los misioneros sobre el terreno se ha plasmado en ocho parroquias y 1.394 fieles, una presencia fortalecida por el paso del Papa, el primer viaje de un Pontífice al país.

Bassandorj, profesor universitario de 26 años, ha seguido este momento histórico con fascinación. «Ver a Francisco es increíble, esta atmósfera... No tengo palabras», confesaba ayer mientras esperaba a que diera comienzo la misa multitudinaria celebrada en el Steppe Arena, un moderno estadio de hockey sobre hielo. Él es protestante, pero desde hace un par de años le interesa mucho el catolicismo, hasta el punto de plantearse una conversión. ¿Le ayudará la visita del Papa a tomar una decisión? «Quizá...», musita.

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