El Papa Francisco realiza «un llamado especial al pueblo chino» desde Mongolia: «Sed cristianos y ciudadanos honestos»
Las sorprendentes declaraciones del Pontífice suponen un nuevo hito en su intento de profundizar la relación entre el Vaticano y el Partido Comunista
China impide a obispos y fieles acudir al encuentro con el Papa en Mongolia
Enviado especial a Ulán Bator
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Iniciar sesiónResultaba evidente desde el primer momento que el alcance de la visita del Papa rebasaba su destino. Yendo a Mongolia, Francisco no solo había ido a Mongolia. También a la frontera de las potencias autoritarias: Rusia y, en especial, China. Hoy lo ha ... hecho explícito en la misa multitudinaria oficiada esta tarde –hora local– en Ulán Bator. Antes de conceder la bendición que debía concluir la ceremonia, y con ella la tercera jornada de su viaje, el Pontífice ha cogido de la mano a los obispos de Hong Kong –el emérito John Tong Hon y el futuro cardenal Stephen Chow Sau-yan– para realizar «un llamamiento especial al pueblo chino».
«Sigamos adelante», ha proclamado, antes de encomendarles que sean «cristianos y ciudadanos honestos». Dicha interpelación directa supone un hito que escenifica de manera indudable la voluntad del Vaticano de profundizar su interacción con el régimen chino, y la pretensión además de hacerlo sin desafiar su orden político.
La Santa Sede y el Partido Comunista rompieron sus relaciones en 1957, un cisma que quebró por la mitad a los –actuales– nueve millones de católicos chinos y generó dos Iglesias en el seno del gigante asiático: una oficial bajo control de las autoridades –la Asociación Patriótica Católica China, nótese el orden de adjetivos– y otra clandestina, leal al Papa. Tras décadas de aislamiento, las bases de un nuevo diálogo quedaron sentadas con el acuerdo alcanzado en 2018 para el nombramiento de obispos. Este ha sido renovado en dos ocasiones, la última a finales del año pasado, pese a las reiteradas protestas vaticanas por el incumplimiento chino.
El Papa Francisco apela desde Mongolia a la «armonía» entre religiones
Jaime SantirsoEl pontífice dedica la tercera jornada de su visita oficial a un encuentro ecuménico con unadocena de representantes de las principales confesiones del país
El texto dota de una solución temporal –y marcadamente asimétrica, pues China nombra ocho obispos frente a dos el Vaticano– a una pugna por la legitimidad donde lo que está en juego, en última instancia, es el control: para el Vaticano, de su sistema jerárquico; para China, de su modelo ideológico. La sociedad ahormada por el régimen no admite otro principio estructural: los chinos son de China y China es el Partido Comunista. La campaña de represión que ha llevado a más de un millón de personas a campos de reeducación en Xinjiang responde a esa misma voluntad: «sinificar» a las minorías étnicas de la región, es decir, acabar con la influencia del Islam.
La fe y el precio
La luz de este ejemplo esclarece la incoherencia moral que contiene el mandato impuesto hoy por el Papa a sus fieles, el cual exige simultanear la observación de los principios cristianos con la aceptación de un marco político autoritario que priva al individuo de su libertad. Un arqueamiento que aspira a allanar el camino de la Santa Sede hacia China, pero que sin embargo reproduce los errores –también estos en apariencia bienintencionados– cometidos por gobiernos y multinacionales occidentales desde la integración del gigante asiático en la comunidad internacional a partir de la década de los setenta.
Voces eclesiáticas como la del cardenal Joseph Zen Ze-kiun de Hong Kong, detenido el año pasado por su relación con el movimiento prodemocracia del territorio, han criticado de manera pública esta aquiescencia. «El estruendoso silencio [sobre los abusos del Partido Comunista Chino en materia de derechos humanos] dañará el trabajo evangelizador», advertía en 2020 en una entrevista con la Agencia Católica de Noticias. «Estamos perdiendo dignidad y credibilidad».
El Papa ha mencionado en reiteradas ocasiones su «sueño» de realizar una visita a China, siguiendo los pasos de misioneros jesuitas como el italiano Matteo Ricci o el español Diego de Pantoja, quienes en el siglo XVI introdujeron la fe en el gigante asiático. Todo hace indicar que dicha aspiración permanecerá en el terreno de la fantasía. «No creo que suceda a corto plazo. Xi Jinping no está dispuesto a dialogar de manera más directa», apuntaba en conversación con ABC días atrás Michel Chambon, teólogo francés e investigador de la Universidad Nacional de Singapur especializado en la cristiandad en Asia. El año pasado, durante viajes simultáneos a Kazajistán, el líder chino rehusó entrevistarse con el Pontífice, quien por su parte aseguró estar «siempre preparado para ir a China».
Durante la rueda de prensa diaria del ministerio de Exteriores celebrada este viernes en Pekín, el portavoz Wang Wenbin reconoció que las autoridades del país habrían recibido el saludo emitido por el Papa –práctica habitual– al atravesar el espacio aéreo chino en su trayecto hacia Mongolia. «Los saludos del Vaticano manifestaban amistad y buena voluntad», apuntó el portavoz gubernamental. «China y el Vaticano han mantenido la comunicación en años recientes. China quisiera continuar el diálogo constructivo con el Vaticano, fortaleciendo el entendimiento, construyendo confianza mutua y avanzando el proceso de mejorar las relaciones entre ambas partes».
Creyentes silenciosos
Pese al amable discurso oficial, que enmascara la incomodidad del régimen ante este viaje, la problemática realidad se hacía patente estos días al contemplar a los pocos católicos chinos que han podido acudir a Mongolia para ver a Francisco. Algunos de ellos cubrían sus rostros con mascarillas para salvaguardar sus respectivas identidades y solo hablaban con periodistas para rogarles que no les fotografiaran. Aquellos que sí accedían a departir contaban cómo las trabas impuestas por las autoridades habían provocado que una mayoría de sus parroquianos no pudieran viajar. Tal y como este medio adelantó ayer, fuentes de alta responsabilidad en el Vaticano han confirmado a ABC que el régimen ha obstaculizado los desplazamientos de fieles y obispos chinos. No es casualidad que para la bendición el Papa haya tenido que recurrir a obispos hongkoneses, ignorando la autonomía política del territorio.
La misa multitudinaria se ha celebrado en el Steppe Arena, un moderno estadio de hockey sobre hielo convertido en improvisado templo –incluso con confesionarios en varios idiomas en el exterior– al que han acudido unos 2.500 asistentes. Muchos de ellos venían del extranjero y ondeaban con orgullo y bullicio sus banderas nacionales. No así los chinos, quienes las llevaban escondidas en la mochila o en los bolsillos como mercancía de contrabando, y solo las desplegaban al paso del Pontífice.
Un grupo de tres amigas procedentes de la provincia de Zhejiang celebraban eufóricas la mención del Papa, pero pese al fervor declinaban la propuesta de posar ante la cámara. «Espero que entiendas nuestros motivos», se disculpaban. «Ojalá algún día podamos sacarnos una foto sin preocupaciones».
Quien sí se ha prestado a compartir sus impresiones, acaso por ser originaria de Hong Kong, ha sido Mimi –nombre quizá falso, pues en mandarín significa «secreto»–, una mujer que portaba relajada una gran enseña china, causa de una distinción identitaria con la que ha titubeado a la hora de presentarse. «No soy china, soy de Hong Kong, pero bueno, sí, también soy china». «Estoy muy contenta de que el Papa haya venido aquí, he volado solo para verle», aseguraba. Y se despedía lanzando un deseo: «Ojalá algún día [Francisco] pueda visitar Hong Kong o China, y podamos estar juntos»; una posibilidad que se antoja, más que cualquier otra cosa, cuestión de fe.
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