Misiles contra la sequía: la batalla de China ante su peor ola de calor
Las altas temperaturas y la ausencia de precipitaciones amenazan los cultivos y el suministro energético del gigante asiático, sumido en una crisis climática sin precedentes
Búnkeres de guerra para sobrevivir a la peor ola de calor de China en décadas
Imagen de archivo de la sequía en China
China vuelve a disparar misiles. No hacia Taiwán, como hace dos semanas durante la cuarta crisis del estrecho de Formosa, sino hacia las nubes. Una maniobra desesperada para provocar lluvias que alivien la peor ola de calor en seis décadas, quizá más, pues ... no constan datos anteriores. Esta, sin precedentes en duración, intensidad y extensión, amenaza estos días el suministro energético del país, asola los cultivos y deja episodios extremos como sequías, incendios e inundaciones; adelantando las desastrosas consecuencias de un conflicto que el mundo batalla a la vez, que no unido: el cambio climático.
La ola de calor sofoca China desde hace dos meses. Esto hace de ella la más larga de una serie histórica que arranca en 1961, según ha señalado el Centro Nacional de Climatología por medio de un comunicado reciente. definiéndola también como «la más fuerte» por resultar «prolongada en el tiempo, amplia en su alcance y extrema en su magnitud». Durante este fin de semana, hasta 62 estaciones meteorológicas dispuestas desde la provincia central de Sichuan hasta la costera Fujian registraron cifras récord por encima de los 40 grados. Tras doce jornadas consecutivas de alerta roja por temperaturas asfixiantes estas podrían conceder un respiro, solo momentáneo, en los próximos días.
El bochorno llega asimismo acompañado de la aridez. Imágenes virales en redes sociales chinas muestran a ciudadanos de Chongqing y Wuhan paseando por lo que parecen playas poco apetecibles. Se trata, en realidad, del lecho ajado del Yangtsé, el río más largo de Asia, cuyas aguas cubren en condiciones normales más de siete mil kilómetros, convertidas ahora en un exiguo reguero a su paso por las grandes ciudades de la región. Su caudal marca cotas mínimas nunca vistas desde 1865, también la fecha en que comienza su particular registro. El lago Poyang, el mayor de agua dulce en China y una de sus fuentes, ha menguado hasta apenas un cuarto de su tamaño habitual a estas alturas del año.
Al menos 4,2 millones de personas en Hubei sufren los efectos de esta sequía imperante desde junio, han estimado las autoridades de la provincia, de la que Wuhan es capital. En Chongqing, las precipitaciones han disminuido un 60% en comparación con la norma estacional y hasta 66 ríos se han secado, según ha informado la televisión estatal 'CCTV'. Ambas zonas padecen, además, incendios forestales a causa de las altas temperaturas, los cuales han obligado al ministerio de Gestión de Emergencias a desplazar a casi 3.000 bomberos del cuerpo nacional.
El ministerio de Recursos Hídricos, por su parte, ha alertado que la sequía en la cuenca del Yangtsé «está comprometiendo la seguridad del agua potable de la población rural y el ganado, así como el crecimiento de los cultivos». De acuerdo a cálculos oficiales, la ola de calor ha generado solo en julio pérdidas económicas directas por valor de 2.730 millones de yuanes (347 millones de euros) y dañado 457.000 hectáreas de suelo agrícola en plena temporada del arroz y el maíz.
Misiles para sembrar nubes
Ante la gravedad de la situación, las autoridades han recurrido a medidas excepcionales, aunque ninguna tan asombrosa como la «siembra de nubes». Esta consiste en la eyección al cielo de misiles cargados con varillas de yoduro de plata, compuesto químico que acelera la formación de cristales de hielo, desencadenando así las ansiadas precipitaciones. Varias provincias han realizado múltiples disparos en días precedentes y han anunciado que seguirán empleándolos en semanas venideras.
«En algunos casos la siembra de nubes puede contribuir a aliviar la sequía en ciudades o condados particulares, pero cuando se trata de una región mayor, como la que estos días padece los efectos del anticiclón subtropical, no resulta de gran ayuda», explica Ma Jun, fundador y máximo responsable de la ONG medioambiental IPE. «Hace falta que haya nubes, nubes cargadas de lluvia, y ahora solo hay cielos despejados y altas temperaturas», añade resignado desde su oficina en Pekín.
Este protocolo atípico no es, sin embargo, novedoso. China mantiene operativo desde hace décadas el mayor programa del mundo. La capital cuenta incluso con una Oficina de Modificación del Clima. Esta utilizó la «siembra de nubes» antes de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 para evitar la lluvia durante la competición. También en octubre del año pasado, en vísperas de la celebración del centenario del Partido Comunista, con el propósito adicional de reducir la contaminación atmosférica.
Estrecheces energéticas
Otras áreas del país, mientras tanto, enfrentan la situación opuesta. En la provincia occidental de Qinghai, copiosas precipitaciones han desencadenado inundaciones y deslizamientos de tierra que la semana pasada acabaron con la vida de al menos 16 personas. «Como el anticiclón subtropical no se ha desplazado, el norte recibe más lluvia de lo habitual. Nuestras investigaciones apuntan que, en general, la frecuencia de lluvias extremas y olas de calor en China crece muy rápidamente, pero el patrón climático de este año es realmente inusual», comenta Ma. ¿El motivo? «El calentamiento global», contesta sin atisbo de duda.
La derivada energética resulta manifiesta por apremiante. Sichuan es la provincia china más avanzada en el empleo de renovables: el 77% de su electricidad tiene origen hidráulico. La sequía, no obstante, ha paralizado sus centrales, cuya capacidad de producción ha quedado reducida a menos de la mitad justo cuando el consumo repunta.
Las autoridades chinas han optado por priorizar el uso doméstico. En Sichuan, las fábricas han suspendido o limitado sus operaciones, el aire acondicionado en edificios oficiales se mantiene por encima de 26 grados y se ha realizado un llamamiento para que los trabajadores empleen las escaleras en lugar de los ascensores. La ciudad de Dazhou, hogar de 5,5 millones de personas, ha experimentado apagones de hasta tres horas, según medios locales. Chongqing –cuyos habitantes escapan al calor en los refugios antiaéreos construidos durante la invasión japonesa– también ha recortado el horario de sus centros comerciales y Shanghái, que se abastece con energía procedente de Sichuan, ha ordenado apagar la iluminación decorativa de enclaves icónicos como el Bund o los rascacielos del distrito financiero de Lujiazui.
MÁS INFORMACIÓN
Este escenario le resulta tristemente familiar a Ma. Años atrás, la visión del curso seco del río Amarillo le llevó a escribir un ensayo titulado «La crisis del agua en China» que hizo de él una eminencia. Había sido testigo del impacto que la contaminación tiene en la salud de la gente, pero como individuo se sentía impotente: una impotencia de la que nació IPE, plataforma desde la que hoy trata de llamar a la acción. «Los objetivos medioambientales de China, como los de las grandes economías, se han visto entorpecidos por el impacto de la pandemia, la escasez energética y crecientes hostilidades geopolíticas. Debemos mitigar el calentamiento global y reducir nuestras emisiones». De lo contrario, en China como en el resto del mundo la alternativa empieza a ser ya evidente.