Pórtico de la Pasión

«Ante la expectación de todos, Jesús va a dar muestras de su poder único, el poder de levantar a un muerto del sepulcro»

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El Papa Francisco en su breve aparición pública el pasado Domingo de Ramos en el Vaticano EFE

El pórtico de los días de la Pasión, en los que ya estamos inmersos, es paradójicamente el milagro más clamoroso de Jesús, la resurrección de Lázaro. En la conmoción de Jesús ante la noticia de la muerte de su amigo se transparenta el corazón del ... que habla la última encíclica del Papa Francisco, «Dilexit nos». Ante la expectación de todos, Jesús va a dar muestras de su poder único, el poder de levantar a un muerto del sepulcro, un poder que sólo podía venir de Dios. Y es justo ese signo elocuente de su condición única el que marca la férrea decisión de acabar con Él. Es una paradoja que anticipa el dramático misterio que está a punto de desarrollarse: Lázaro recupera su vida y vuelve a sus afectos y a su trabajo, mientras Jesús está a punto de ser violentamente separado de los suyos y condenado al suplicio de la cruz.

Siempre me ha parecido que la lectura de la Pasión en el Domingo de Ramos es el momento más dramático e impactante de la liturgia de la Iglesia. En el texto del Evangelio de Lucas que se proclama este año Jesús desvela el desgarro de su corazón humano ante lo que se le viene encima. Él decidió libremente seguir la vía dolorosa que le conduciría al madero de la cruz, pero eso no le ahorró un milímetro de zozobra. Es impresionante seguir paso a paso cómo el Maestro desvela su corazón en el diálogo con los apóstoles, durante la cena. Ha quedado atrás el tiempo de las parábolas, ahora Jesús habla del drama inminente de forma descarnada: «ya no volveré a comer con vosotros, ya no beberé con vosotros el fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios…; porque el Hijo del hombre se va, pero ¡ay de aquel por quien es entregado!».

A continuación, llega la severa advertencia a Pedro y a los demás: «Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo… pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague». La escena conmueve hasta lo más hondo, más aún si nos damos cuenta de que eso sucede también hoy. En tantas cosas somos «cribados como trigo» por las circunstancias de la vida, y si seguimos en pie es porque Él lucha por nosotros, para que nuestra pobre fe no se apague.

Jesús previene a sus discípulos de que se van a escandalizar, porque va a ser «contado entre los pecadores», y corta toda vana ilusión: «lo que se refiere a mí, toca a su fin». Y es que la forma en que durante tres años han vivido con el Maestro se acaba. Vendrá otra forma, sí, pero primero Él tendrá que subir al leño, y ellos huirán en desbandada.

El evangelista Lucas es el más preciso en detallar la escena de la negación de Pedro, cuando relata que, tras haberle negado por tercera vez, Jesús, que estaba siendo interrogado en casa de Caifás, se giró y echó una mirada al que había constituido nada menos que como roca y cimiento de la Iglesia. La mirada de Jesús y las lágrimas de Pedro: es el drama de la historia humana, que Dios no ha querido salvar desde lejos, sino entrando en la carne.

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