José Luis Restán
Tejedora de esperanza
Desde la Conferencia Episcopal se quiere convocar a padres y educadores, a empresarios y políticos, a medios de comunicación, artistas y creadores, a reflexionar y proponer medidas sobre la crisis demográfica
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Una de las líneas maestras de la presidencia de Luis Argüello es recuperar lo que el teólogo De Lubac denomina en su libro Catolicismo, los «aspectos sociales del dogma». Recuperación hacia dentro, como conciencia renovada de sus implicaciones y, hacia fuera, como protagonismo personal ... y comunitario de los católicos en la ciudad común. En el discurso de apertura de la asamblea plenaria de la CEE, Argüello ha indicado que, si bien el Estado es aconfesional, los cristianos estamos llamados a ofrecer, desde nuestra experiencia de fe y de razón, «nuestra aportación a la regeneración ética y espiritual de nuestros sistemas de gobierno y modos de organización política».
El amplio discurso del presidente de la Conferencia culmina precisamente con la propuesta de la que ha denominado una «Alianza social para la esperanza», centrada en dos campos. El primero se refiere al desafío demográfico, ya que «la pérdida del deseo de transmitir la vida es una señal de falta de esperanza», como ha dicho el Papa Francisco. Por eso, desde la Conferencia Episcopal se quiere convocar a padres y educadores, a empresarios y políticos, a medios de comunicación, artistas y creadores, a reflexionar y proponer medidas sobre la crisis demográfica, tal como ya se hace en países como Italia y Alemania. El presidente de la CEE ha observado que no es suficiente una política de ayudas económicas a la natalidad, porque existe un problema más profundo que tiene dimensiones antropológicas y éticas.
El otro gran tema se refiere a las migraciones. La Iglesia, que siempre ha reconocido el derecho del Estado de regular los flujos migratorios, la necesidad de colaborar con los países de origen y de combatir a las mafias, quiere promover una alianza social que lleve la esperanza a los miles de migrantes que están desde años entre nosotros, pero se ven excluidos de la regularización, lo cual los lleva «a vivir en una tierra de nadie, que no propicia nada bueno». Un instrumento para la solución sería tramitar la ILP apoyada por cientos de miles de ciudadanos y para la que el Congreso dio ya luz verde, aunque ahora parece haber quedado en el cajón del olvido.
Luis Argüello hace así una llamada «a superar polarizaciones estériles y abordar los graves problemas comunes desde legítimas diferencias, pero buscando puntos de encuentro», y ofrece en nombre de la Iglesia un cauce que facilite el encuentro y el diálogo. En ambas cuestiones, migraciones y crisis demográfica, la Iglesia no pretende impartir doctrina (que es bien conocida) sino implicarse en un diálogo franco con todo tipo de realidades sociales y políticas, y en una construcción posible de nuevas fórmulas de convivencia, aportando su propia experiencia en ambos campos. Veremos ahora si los interlocutores están disponibles y si esta propuesta ayuda a disolver el atasco de nuestra conversación nacional.
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