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Lunes santo

La unción para la sepultura

«La Iglesia siempre ha considerado que la figura del siervo de Isaías era profecía de Cristo. Él es el verdadero siervo doliente y el salvador de la humanidad porque cargó con el pecado de todos. Él es la luz que ilumina a todo hombre»

Maya balanya

Luis Rueda

Sevilla

Las primeras lecturas de la Misa, desde ayer Domingo de Ramos, hasta el Viernes Santo, ponen ante nuestros ojos la figura del Siervo del Señor. Fue el profeta Isaías quien, en cuatro cánticos, dibujó su figura. Se trata de un siervo que fue escogido para una misión particular, destinado por Dios para cumplirla. A través de los sufrimientos y de las adversidades sufridas, incluso la propia muerte, en obediencia a la voluntad de Dios, es recompensado por ello. Y su vida y su sufrimiento se convierten en expiación del pecado de todos, porque, siendo inocente carga con ellos. Fue elegido por Dios, según su plan salvador para hacer de él alianza de un pueblo y luz de las naciones.

En los Hechos de los Apóstoles se lee que Felipe fue movido por el Espíritu Santo para acercase a un carruaje en el que iba un eunuco que era funcionario de la reina de Etiopía. Estaba leyendo los poemas del siervo del Señor, pero no los entendía. Y Felipe tomó pie de estos poemas para anunciarle el Evangelio. El eunuco creyó en Cristo y se bautizó. Así Felipe bautizó al primer no judío.

La Iglesia siempre ha considerado que la figura del siervo de Isaías era profecía de Cristo. Él es el verdadero siervo doliente y el salvador de la humanidad porque cargó con el pecado de todos. Él es la luz que ilumina a todo hombre. Él es el mediador de la nueva y eterna alianza ratificada por el sacrificio de la cruz. Parece que los evangelistas se inspiraron en el siervo para describir la Pasión de Cristo. También es este siervo el que es representado en nuestras veneradas imágenes. Con humildad y paciencia, como cordero llevado al matadero, voluntariamente se entregaba a sí mismo, dejándose prender, siendo triturado por los terribles padecimientos de la cruz, hasta su exaltación como resucitado. El Siervo-Cristo es el asombro de todos al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. Nuestra misión es compadecernos (padecer con) y, movidos por el Espíritu Santo, hacer como Felipe y predicar el Misterio de Cristo.

El evangelio nos presenta la unción en Betania. Ocurrió tal día como hoy, seis días antes de la Pascua. La liturgia nos hace revivir este acontecimiento. La cena en la casa de Marta y de María es el preludio de la Última cena. Se nos presentan dos personajes que son ejemplos de discípulos de Jesús, pero contrapuestos. Son María, la hermana de Lázaro, y Judas, el discípulo traidor. María hace un gesto de adoración y de amor sin medida ungiendo los pies de Jesús con perfume de nardo puro. Derrochó amor. Los trescientos denarios que cuestan el perfume corresponden al salario de diez meses de trabajo. La casa se llenó del perfume nos dice san Juan aludiendo al Cantar de los Cantares. María representa a la Iglesia-Esposa que amorosamente se une al sacrificio de Cristo-Esposo. Porque la unción de los pies anticipa el embalsamiento para la sepultura.

A la generosidad de María, se contrapone la tacañería de Judas Iscariote. No quería que se derrochara tanto dinero. Puso la excusa de los pobres. Pero Judas al final venderá a Jesús, no por trecientos denarios, sino por treinta monedas, por una miseria.

«A los pobres los tendréis siempre con vosotros» le dijo Jesús a Judas. El Jueves Santo, en la Última Cena, lavará los pies a los discípulos dándonos ejemplo de que lo que debemos hacer nosotros unos con otros. Nos dará también el mandamiento del amor fraterno que se verifica especialmente cuando cuidamos de los más pobres. Cuando palpamos la carne de Cristo en los pobres, como le gusta decir al Papa Francisco. Ellos son la prolongación de la pasión de Cristo en cada uno de los que sufren en el cuerpo o en alma. Y lo que hacemos a uno de esos sus humildes hermanos, con a Él mismo se lo hacemos. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

No hay Pascua sin caridad. Cristo está presente en los pobres y sigue realizando las obras de misericordia a través de los cristianos.

La mañana del Domingo iremos al Huerto, esta vez con María Magdalena llevando aromas para unir y embalsamar el cuerpo de Jesús, y encontraremos a los ángeles en fiesta: «No está aquí, ha resucitado».

SOBRE EL AUTOR
Luis Rueda

Delegado diocesano y prefecto de Liturgia de la Catedral de Sevilla

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