El léxico de la Feria de Abril de Sevilla: sí al rebujito, no a los faralaes
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el abanico hasta los zapatos, todo cabe en el léxico de la Feria de Abril que, como fiesta mayor sevillana, también tiene un lenguaje especial. Que no propio en la mayoría de los términos, por más que lo que se monta en Los Remedios durante ... una semana sea extraordinario. En estas fechas son habituales los abecedarios con esas palabras feriantes explicando su significado, especialmente útil para los foráneos que se inician bajo el cielo de farolillos. En este reportaje queremos ser un poco más originales y explicar la etimología de esos términos, echarle yerbabuena al caldo de puchero o chocolate a los churros –según la hora–que seguro se está tomando para revivir después de varios días a base de fino y manzanilla.
O rebujito. La bebida más clásica en el real es una mezcla de vino en cualquiera de las dos variedades anteriores, con un refresco de gaseosa con sabor a limón. El concepto lo conoce todo el mundo, pero quizá no el origen de la palabra, que procede de rebujar y de borujo (orujo), que es la masa que resulta del hueso de la aceituna después de molida y exprimida.
Para la catedrática en el Departamento de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla Lola Pons, este elixir típico de la región es uno de los múltiples ejemplos del empleo del diminutivo tan propio de palabras comunes en la Feria de abril. Lo encontramos como -ito en el 'pescaíto' y como -ete (en femenino) en el hogar de los sevillanos en abril –o mayo–, esto es, la 'caseta', que proviene del latín 'casa' con el significado de 'choza'.
La experta entiende que no se puede hablar de que las palabras típicas de la feria sean exclusivas de la fiesta sevillana, ni siquiera de otro territorio en el que se celebran. «La Feria es un reflejo de cualquier cosa que pasa en el español. Encontramos arabismos y también modas recientes. Lo normal es la mezcla, lo vivo. Es, afortunadamente, lo esperable, que sea cambiante».
De esa evolución del castellano, de hecho, surgió la palabra de cinco letras que marca el calendario del sevillano: FERIA. Una distinción básica del castellano antiguo era entre ferias y fiestas. Se utilizaba la 'fiesta' con un sentido religioso y las ferias a los mercados que se hacían a veces sociados a la fiesta del patrón. Feria se usaba en plural, 'feriae' en latín, y significaba día festivo. La difusión y expansión del cristianismo hizo que se modificara ese significado en el castellano en el medievo como concepto sin necesidad de que tuviera un carácter religioso. «Eso de que la feria la inventan un vasco y un catalán es raro, cuando hay constancia de que había ferias desde la Edad Media», apunta la catedrática.
El traje típico de la feria es sensible a las modas y también las palabras que usamos para designar a los complementos. Algunas lo llamamos abalorios, un arabismo con derivado portugués. Y otras, a lo que ahora las influencers llaman 'kit' de flamenca para englobar a flores, mantoncillos, peinas, pendientes y demás, emplean la palabra 'arreos'. Aunque no sea tan popular, ésta tiene una etimología perfecta para explicar su significado: 'arredere', del latín 'adornarse, engalanarse'.
Ambiente en el real de la Feria de Sevilla
Aunque en la feria todo el mundo es bienvenido, hay cánones en el vestir que cumplir, pero también para hablar de ello. Si dice traje de faralaes en vez de vestido de gitana o de flamenca delatará que su dni no es sevillano ni andaluz. «Aunque sea una palabra común, no es la propia, pasa mucho con la comida, cómo según el territorio se emplea una u otra para hablar de lo mismo», explica la filóloga. 'Faralá' se puso de moda en el siglo XIX. Proviene de 'falbalá', de origen francés. Pese a que incluso lo han usado autores andaluces como Juan Valera o Rafael Alberti, nunca ha llegado a constituir un rasgo identificativo del léxico andaluz. Por eso su uso chirría tanto.
Unas palabras que nunca pegaron y otras que se van perdiendo, como 'calesitas'. Aunque aún perduran en Triana, esta palabra también procedente del francés y difundida en el español en el siglo XVII para designar a los carruajes (ahora en las atracciones giran coches de bomberos y policía) apenas se conoce en Los Remedios. Lo que todo el mundo entiende y es más sevillano que el pin de la portada es cacharrito.
Calentitos
Igualmente sucede con la calentería, ese establecimiento rotulado como tal que Pons echaba en falta en su artículo 'Un café y unas palabras sevillanas' que le valió el XXIV Premio Joaquín Romero Murube. Aunque las hay, y a la vuelta del real se antoje unos calentitos –también la garrapiñada o los buñuelos– el churro es una palabra universal (que se lo digan al bar El Comercio).
Hay palabras antiguas de poco uso que cuando llega abril se hacen necesarias. Como la faltriquera. Ese bolsillo en el interior del vestido de gitana que sirve para guardar las llaves y algunas monedas, porque toda flamenca sabe que al real, con el traje, no se lleva ni gafas de sol ni bolso. En su origen era 'faldriquera', una raíz que da una pista definitiva sobre su significado (y ubicación): falda.
Y el sitio por donde pasean feriantes y caballos, ese que tiene nombre de toreros, las 15 calles que acogen a las casetas, es real. En minúscula, porque no tiene nada que ver con el decreto que Isabel II firmó en marzo de 1847 para autorizarla. Tampoco ese término hace referencia a la moneda que cobraban los cocheros como tarifa para trasladar al personal a la Feria. La RAE dice que, por un lado, real es el «campamento de un ejército, y especialmente el lugar donde está la tienda del rey o general» y, por otro, «el campo donde se celebra una feria». Procede del árabe hispánico 'rahal', que significa 'majada' o 'aldea', y ésta a su vez viene del árabe clásico 'rahl', que es 'punto de acampada'. Mire una foto aérea que muestre las casi 1.100 lonas llenas de vida que se alzan estos días en Los Remedios y lo entenderá aún mejor.
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