Los treinta bastardos de Felipe IV

Durante la Edad Moderna los esponsales se programaban, normalmente, en base a una serie de intereses económicos y sociales, es decir, cuanto más alto fuera el estatus de una persona, más importante era concertar una boda acorde a sus expectativas. El nacimiento de hijos ilegítimos estaba a la orden del día y afectaba a toda la sociedad, empezando por la realeza. A Fernando el Católico se le conocen cuatro, y sabemos por las crónicas los ataques de celos que sufría doña Isabel. Por su parte, su nieto Carlos V tuvo cinco hijos bastardos, pero con el matiz de que sus nacimientos fueron antes de contraer matrimonio y después de enviudar. Los más conocidos fueron Margarita de Parma, nacida en 1522, y don Juan de Austria en 1545.

La hija mayor del emperador fue nombrada gobernadora en los Países Bajos en 1559. Contrajo matrimonio con el duque de Parma y fue la madre del célebre Alejandro Farnesio.

Generalmente, los matrimonios eran concertados por los padres, de tal manera que la opinión de los futuros novios no parecía ser muy tenida en cuenta. Estas situaciones provocaban una notable infidelidad conyugal, sobre todo por parte masculina.

El francés Antonio de Brunel, que visitó España en 1655, relata: «Cuando se habla de los grandes gastos de los españoles y se desea saber cómo se arruinan, no habiendo entre ellos ni mucha pompa ni mucho lujo, ni teniendo costumbre de ir a las armadas, sobre todo los que han vivido en Madrid me aseguran que son las mujeres las que destruyen la mayor parte de las casas. No hay hombre alguno que no tenga su dama y que no trate con alguna cortesana… Y como nos las hay en toda Europa más vivas ni más descaradas, y que entienden más bien aquel maldito oficio, cuando llega a caer alguno en su red, lo despluman bellísimamente… En ninguna otra ciudad de Europa se encuentran más a todas horas». Por tanto, parece que era costumbre de los hombres tener una manceba, ya fueran solteros o casados, aunque siempre debemos ser precavidos ante las críticas de los extranjeros, muchas veces interesadas.

Felipe IV (1605-1665) representa un ejemplo paradigmático en este sentido. A lo largo de su vida tuvo un sinfín de amantes que le dieron unos treinta hijos. El más conocido fue don Juan José de Austria (1629-1679), fruto de su relación con la actriz María Inés Calderón apodada «la Calderona». Ese mismo año de 1629, pero unos meses más tarde, nacería el príncipe Baltasar Carlos, es decir, que reina y amante estuvieron embarazadas al mismo tiempo. El niño, que fue reconocido por el monarca en 1642, tuvo un considerable peso político, ocupando diversos cargos de responsabilidad. Su madre era una jovencísima actriz de teatro que trabajaba en el Corral del Conde y de la que el rey quedó prendado. María Inés se vio obligada a abandonar su carrera, siendo desposeída de su hijo y obligada a ingresar en 1642 en el monasterio benedictino de San Juan Bautista en la localidad de Valfermoso de las Monjas, en la provincia de Guadalajara. Un destino nada envidiable, pero así funcionaban las cosas por aquellos tiempos.

Nada mejor que la opinión de un estudioso de la figura de Felipe IV y su época para retratar su perfil de mujeriego. Recogemos las palabras de José Deleito y Piñuela en 'El rey se divierte': «Tuvo en verdad, Felipe IV instintos de polígamo sultán, a los cuales dio rienda suelta en su juventud, y que, aún en su madurez, cuando, preocupado por temores religiosos, quería ponerles freno, podían más que su voluntad y le arrastraban a la disipación a pesar suyo. Toda clase de mujeres eran buenas para su erótico deporte: doncellas, casadas, viudas, altas damas, sirvientas de palacio, burguesas, actrices, menestralas y hasta tusonas y cantoneras, como entonces se decía a las que hacían tráfico profesional de su cuerpo». El viajero Brunel, citado anteriormente, afirmaba por su parte: «El desarreglo de este príncipe duró mucho tiempo, y fue tal, que le hacía caer sobre la meretriz más tirada que sobre la más reservada dama».

Madame de Aulnoy, dama francesa que «se supone» visitó España en 1679, también se hizo eco de estas «costumbres». En cualquier caso, afirma que las separaciones matrimoniales eran aquí muy poco frecuentes a diferencia de su país. Las obras de teatro de la época están plagadas de referencias a los adulterios, tanto por parte de hombres como de mujeres. La honra era considerada la virtud máxima y su depositaria era la mujer. Esta debía llegar virgen al matrimonio, es decir, ser doncella y un modelo de virtudes al frente del hogar. En España el divorcio no estuvo reconocido hasta la Constitución de 1931, cuya ley fue aprobada en 1932, durante la Segunda República, siendo derogada en 1939. Fue restablecido en 1981. Durante siglos las bodas se han regido por una serie de principios, muchos de ellos superados, aunque no parece que con gran éxito ya que las cifras de los matrimonios divorciados, separados, o anulados en España roza las 85.000 parejas cada año.

Si te ha resultado interesante, puedes seguir leyendo en Arte y demás historias este artículo: 'Las queridas españolas arruinan las casas'.