«Todos corrieron delante de los grises, aunque muchos sólo una vez»
ABC
«Subversivos y malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977)» (Centro de Estudios Andaluces) es el título de este voluminoso trabajo que, fruto de una tesis doctoral, se extiende por casi setecientas páginas con un índice onomástico de unas 1.200 personas registradas y comparaciones con lo que sucedía en las mismas fechas en otras universidades como las de Madrid, Barcelona y Valencia.
Carrillo-Linares, que ha empleado fuentes hasta ahora inéditas para trabajos históricos como las actas académicas de ese periodo, aseguró que el número de estudiantes militantes de organizaciones políticas o sindicales antifranquistas en ningún caso superó el 5 por ciento, si bien admitió un «segundo nivel de compromiso» de los que acudían a protestas como encierros o manifestaciones algo superior.
Ese porcentaje de afiliación no se superó tampoco en Madrid o Barcelona y, en cualquier caso, y aun con las dificultades que supone establecer un cálculo para gente sin carné, el historiador calculó que entre el 15 y el 20 por ciento fueron estudiantes con «clara conciencia antifranquista» o «activamente antifranquistas».
El compromiso político era muy pequeño entre los universitarios en los años sesenta y se fue ampliando hasta el final del periodo estudiado, mediados los setenta, con una clara predominancia del PCE, seguido en número de militantes por la Joven Guardia Roja«Al llegar la transición el movimiento estudiantil se desmoviliza, se diluye ante la posición de privilegio que ocupan los partidos políticos, y ya no reaparece, y por razones académicas, hasta los años ochenta; desde entonces reaparece cada cinco o seis años asociado a reformas legislativas que afectan a la universidad», explicó este experto.
Aquella militancia estudiantil sirvió en algunos casos para «construirse una reputación, ya que fueron clandestinos y eso era un plus de cara a la promoción en los partidos», según Carrillo-Linares, quien aseguró que la Universidad se convirtió en un «espacio de formación política y cultural, en el que surgieron cuestiones relacionadas con el medio ambiente, la sexualidad y el feminismo, como valores que se incorporaron a la transición».
Eso explica, según el historiador, que fuera un Gobierno de un partido conservador como el PP el que creara el Ministerio de Medio Ambiente, porque «los partidos asumieron como propios aquellos valores».
Un curso «raro»
En consonancia con esto, el historiador ha elegido una cita de la prensa de la época, no carente de humor, para describir el ambiente universitario de aquellos años: «Es difícil calificar el curso 1971-72. Ha sido un curso raro. (...) Las horas de asamblea han sido más que las de clase. (...) Los alumnos han votado a diario con varia fortuna; no han aprendido muchas «Letras» ni demasiadas «Ciencias», pero han acumulado más experiencia parlamentaria que si hubieran asistido a las sesiones de la Cámara de los Comunes».
Sobre la evolución posterior de aquellos estudiantes Carrillo-Linares aseguró que en aquella época no se habrían creído que las cosas iban a ser como han sido, puesto que «la ideología tenía más peso que ahora, no era desligable de lo político, era como un dogma, como una verdad religiosa».
El profesor Alberto Carrillo-Linares, de 36 años, ha efectuado 80 entrevistas, revisado 150 publicaciones periódicas, documentación de 30 cientos de investigación, documentación policial, propaganda estudiantil de la época y actas académicas de varias facultades, entre otras fuentes.
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