De la misa la media
Función solemne de Montesión: formalmente impecable
Iglesia en Sevilla
«Es muy importante que esa formalidad impecable trascienda a la propia vida de los que participan en la eucaristía»

Misa en la iglesia de San Martín (Casco histórico)
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Templo: Iglesia de San Martín
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Fecha: 16 de febrero
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Hora: Mediodía
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Asistencia: lleno sin apreturas, un centenar de personas
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Preside: Francisco Moreno Aldea
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Ornato: altar de quinario con unos 80 cirios y 9 ramos de claveles rojos y color sangre
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Música: capilla con seis instrumentos y tres voces
Formalmente, este crítico no tiene ningún reproche que hacer a la «función solemne en honor a Nuestro Señor Jesucristo Orando en el Huerto, celebrada en la iglesia de San Martín de Tours, el 16 de febrero de 2025», como reza el recordatorio que ... se nos repartió. El altar, muy lucido; la ceremonia, cuidadísima; la música, hermosa y bien elegida; la participación, cumplida; la cátedra sagrada, solvente. ¿Qué más se puede pedir?
Ah, pues sí, siempre queda algo. Que se cante el salmo, por ejemplo, ya que hay cantores en vez de limitarse a la antífona; y que cante la asamblea, que no se desentienda de las oraciones si la capilla las ejecuta con la limpieza y reverencia con que lo hizo; y que el pueblo (salvo los lesionados o imposibilitados) se arrodille al alzar. Y lo que es más importante, que esa formalidad impecable trascienda a la propia vida de los que participan en la eucaristía. Y eso, en efecto, son palabras mayores.
Porque si tal cosa no sucede y los fieles se limitan a asistir con toda la solemnidad requerida, se estará desperdiciando la ocasión. Hay un detalle que puede servirnos de ejemplo: en el altar del quinario, en el eje de simetría, a los pies del Señor Orante de Montesión, se había dispuesto un sagrario. Una preciosidad de sagrario, habría que decir. O con más exactitud, una preciosidad a secas. Porque el sagrario ni se abrió ni cumplía -al menos, durante la misa- otra función que la estética. Se reservó en la capilla sacramental a la que el oficiante acudió con acompañamiento de luz: todo impecable.
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¡Qué peligroso quedarse con las formas por encima de lo que significan! ¡Qué riesgo de someter las cosas de verdad importantes a un simple criterio efectista! No digo que sucediera, pero que hay que andarse con ojo para no desvirtuar la celebración eucarística hasta reducirla a un perfecto envoltorio sin nada dentro. Tal que el tabernáculo cerrado, supongo.
Entre los acólitos se guardaba la paridad: cinco chicos y cuatro jovencitas, hasta eso era inobjetable. El celebrante, director espiritual de la hermandad, lucía una imponente casulla de guitarra en color blanco a juego con las dalmáticas de los servidores del altar: de maravilla también aunque el turiferario anduviera más temeroso de la cuenta de que se le escapara el incensario. Rezaba el Canon Romano (la plegaria eucarística I) de cabeza, sin mirar el misal, o al menos esa impresión le dio a este cronista. Prefacio cantado, oraciones propias entonadas, gestos ungidos…
La homilía fue larga, casi un cuarto de hora, pero es que parece casi obligada esa duración en unos cultos solemnes de nuestras hermandades donde se valoran el cuánto y el cómo casi más que el qué. Porque le quedó una abigarrada sucesión de exhortaciones sin un hilo conductor nítido y mira que tocaban las bienaventuranzas y los ayes en Lucas… «Las bienaventuranzas son la radiografía perfecta del sacratísimo corazón de Cristo», dijo con acierto plástico desde la cátedra sagrada antes de pedir a los hermanos de Montesión «ahondar en los secretos del corazón del Señor, ocultos, que ahora hemos conocido, que no son otros que vivamos para siempre en Dios».
Bellas palabras como bella función, bella música y bello ejercicio de priostía: interesante exploración de la 'via pulchritudinis'... para llegar a Dios. Porque la vía de la belleza trascendente ha de ser siempre itinerario y nunca final de trayecto. Los cofrades lo saben, pero no está de más recordarlo de vez en cuando.
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