Crítica de «Un mundo normal»: Todo incorrecto, todo correcto
El director Achero Mañas construye una historia (al parecer, con encajes y mosaicos de la suya propia) cuya lógica hay que revertirla para ir acomodándose a ella
Tal y como ya sabemos, la normalidad es algo muy extraño a lo que hay que ir acostumbrándose, y en ese sentido, el director Achero Mañas construye una historia (al parecer, con encajes y mosaicos de la suya propia) cuya lógica hay que revertirla para ir acomodándose a ella. En un resumen casi indigno, el argumento sería el de un hombre angustiado porque le ha prometido a su madre en el lecho de muerte que no la enterraría, ni incineraría, sino que la arrojaría al océano. De tal modo, que la tensión del relato se metaliza en el dilema entre la fidelidad y la «normalidad» (de rebote, también legalidad)…, un debate profundo del que no es fácil evadirse, pues se trata de hacer pie en lo razonable de escuchar la última voluntad de una madre y en lo descabellado de tirarla al mar.
De este hilo cuelga Achero Mañas su película, que evidentemente es un drama aunque despojado de dramatismo gracias a una pintoresca Magüi Mira, magnífica y condenada aquí a ser echada de menos durante un gran trayecto de la historia, y al habitual Ernesto Alterio, un actor que le da brochazos de comedia a cualquier sentimiento dramático. Aquí interpreta, además de a un hijo noble y fiel, a un padre desastroso y a un director de teatro con la brújula rota; afortunadamente para el interés del viaje en grotesca furgoneta que es la película, hace de copiloto la propia hija de Achero Mañas, la actriz Gala Amyach, que está espléndida en el papel de testigo, conciencia y traductora de nuevo a drama de esta comedia que no es.
No queda bien colocada entre lo familiar, la forzada trama policial, la persecución realmente «anormal» de los fugados con el cadáver. Y siendo, como pretende, una pieza inconformista y, en cierto modo, radical, cuida mucho el entorno y detalles de los personajes para que se amolden a lo políticamente correcto y lo «normal». Y eso sí que es un mundo normal.
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