el contrapunto
Timadas por amor
Esas personas no merecen burlas, sino justicia. Y ya está tardando el legislador en ampararlas
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Iniciar sesiónDE cuantas estafas ha ideado la inagotable imaginación criminal, la conocida como 'del amor', que ha costado la vida a tres hermanos de Morata de Tajuña, resulta ser la más execrable, la más cruel, la más ruin. A diferencia de otras muchas, incluida la política, ... esta modalidad de engaño no se basa en excitar la codicia del prójimo, no va dirigida contra quienes se creen más listos que los demás, no explota la frustración, el revanchismo o la envidia, sino que apela a la soledad de la víctima; a su necesidad imperiosa de ser amada, de ser visible.
He leído a varios colegas extrañarse ante la credulidad de Amelia, la triste protagonista de este último caso, encantada de dar por buenos los embustes de grueso calibre a los que recurría su falso amante para sacarle el dinero. A mí no me sorprende; me indigna. ¿Acaso no hay millones de ciudadanos dispuestos a creerse las burdas mentiras de un presidente cuya supervivencia se basa en decir 'digo' donde dijo 'Diego'? ¿O es que dejarse estafar por odio al exponente de otra ideología resulta más admisible que entregarse a la fantasía de un amor demasiado perfecto para ser real?
Nuestra capacidad de autoengaño es ilimitada, especialmente cuanto intervienen la desilusión ante el pasado estéril y el miedo a un futuro sombrío. La ignorancia o la incultura carecen de relevancia en la cuestión que nos ocupa. No se trata de una trampa para 'solteronas de pueblo', como algunos parecen pensar. Entre las víctimas de esta práctica infame hay grandes profesionales y ejecutivas de éxito, en su inmensa mayoría mujeres. ¿Por qué? ¿Es que nosotras somos más tontas, más enamoradizas, más ingenuas? No; es que los timadores son, en su práctica totalidad, hombres. Escoria humana escondida en algún locutorio lejano, o a dos pasos de nuestra casa, que rastrea las redes sociales en busca de posibles presas. Depredadores expertos en localizar perfiles vulnerables y ahondar con saña en las heridas hasta vaciarles las cuentas. Gentuza de la peor calaña que hasta ahora, por cierto, no ha despertado interés alguno en el movimiento feminista, ni tampoco, y esto es más grave, en las macroempresas gestoras de las plataformas que utilizan para cometer sus delitos. Compañías generadoras de beneficios inmensos, a las que deberíamos exigir un control mucho más estricto de los contenidos que albergan, además de hacerlas responsables de los perjuicios ocasionados por su uso fraudulento. ¿Hasta cuándo los perfiles falsos, la usurpación impune de identidades, el cobarde anonimato que todo lo permite?
Cada cierto tiempo, las fuerzas y cuerpos de seguridad desmantelan una red dedicada a esta modalidad de delincuencia especialmente repugnante, no solo por sus métodos, sino por las huellas invisibles que deja en quienes la padecen: humillación, vergüenza, inseguridad, deshonra. Esas personas no merecen conmiseración ni mucho menos burlas, sino justicia. Y ya está tardando el legislador en ampararlas.
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