«No puedo con él»

Creo que esa idea sobrevoló ayer el mantel de muchos españoles

Por gajes del oficio, a las tres de la tarde yo tenía en una mano el tenedor y en la otra, un boli y un folio donde iba tomado notas de la alocución presidencial. Pero ella no tenía la obligación de verlo. Así que a ... los trece minutos de perorata se dio de baja: «Tú sigue, pero yo no puedo con él». Y sin más se piró a la cocina (para mi sorpresa, porque es una persona muy moderada políticamente). Me temo que muchos españoles compartirían el sentir de ella, pues los cincuenta minutos de chapa de ayer fueron más de los que nos merecemos en estos días de cansino encierro.

John Fitzgerald Kennedy dista de ser el gobernante perfecto del mito, cometió sus errores. Gozó además de la ventaja de una cuna rica y arrastraba dos debilidades: el galanteo compulsivo y una vieja sociedad con los opiáceos por sus dolores crónicos de espalda. Pero cuando alcanzó la presidencia había culminado tareas de mérito. Se doctoró en Harvard y su tesis sobre los Acuerdos de Múnich se convirtió en best-seller (otros las rellenan con plagios). En la Segunda Guerra Mundial combatió a bordo de una patrullera en el Pacífico. Herido en un ataque, tuvo arrestos para salvar a varios compañeros. Un héroe de guerra multicondecorado, incluso con el Corazón Púrpura (otros, hace solo siete años, abogaban por suprimir el Ministerio de Defensa). Trabajó como reportero en la conferencia de Potsdam. Siendo congresista escribió un libro que ganó el Pulitzer (otros encargaron su autobiografía a un negro, una secretaria de Estado). JFK era un erudito en política internacional. También un orador fabuloso, que supo motivar a su país con la ilusión de una Nueva Frontera. Podríamos repasar también la carrera de Churchill, que ya en 1910 era ministro del Interior y que además de ganar la mayor guerra de la historia fue un escritor dotado y el dueño de un verbo de chispa y garra únicas.

Tiene un puntillo ridículo que una persona de currículo discreto, que antes de ser presidente solo había sido concejal, que entró en el Congreso tras correr la lista, y que se expresa de manera más bien ramplona y plúmbea, se asome a nuestras televisiones para impostar que es el jefe del Estado y endilgarnos unos discursos huecos y alargados, con los que pretende emular a Churchill y Kennedy (ayer incluso se apropió de una cita de JFK, aunque, fiel a sus mañas académicas, sin citarlo).

Bastaban diez minutos para lo que tenía que comunicar a los españoles (a los que llama siempre «compatriotas», porque España le suena mal). Solo tenía que decir que el estado de alarma continuará quince días y que probablemente siga en mayo, aunque atenuado. Pero había que pavonearse: ataque a la UE para excusar los fallos propios, oferta de unos fantasmagóricos Pactos de la Moncloa, exigiendo «unidad» a una oposición a la que no llamó en trece días; cursilerías poéticas de estilo variado (hubo hasta una incursión en la lírica persa). Autocrítica cero y digresiones vacías para no responder a preguntas concretas, ya previamente filtradas por esa inaudita censura a los periodistas que ha instaurado. No, no es Kennedy. Pero António Costa, tampoco.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios