La alegría del color

El color es el alma de Sevilla, su proyecto, su pasado esplendoroso: oro y plata de América brillando en la memoria

El color no es el sufrimiento de la luz, como atisbó Goethe en una de esas exageraciones que provocaba el virus del Romanticismo. El color es todo lo contrario, aunque también podamos sentir esa extraña angustia que nos sobrecoge y nos atenaza cuando la belleza ... aparece en su luminosa plenitud. Ahora que ABC recupera el color del pasado a través de las láminas iluminadas de Rafael Navarrete con los luminosos textos de Javier Rubio, volvemos a caer en la cuenta de que el blanco y negro ha secuestrado nuestro pasado. O la imagen que tenemos del tiempo pretérito, que a fin de cuentas viene a ser lo mismo. No se rían, pero uno se ha encontrado en sus tiempos de docente con adolescentes que creían que en el pasado no existían los colores, y que la realidad no iba más allá del blanco y del negro con su correspondiente y analógica gama de grises.

El color en Sevilla es el gozo de la luz. Desde el ruan que ciñe el esparto del misterio y el espanto, a la cintura de mayo abrazada por la paleta rubia que el proyecta el sol cuando se vuelve generoso hasta el extremo del derroche: rosas y púrpuras, celestes y malvas, amarillos y rojos, magentas y fucsias, verdes y morados de la jacarandá en flor. Enero no apaga los colores más radiantes. Los guarda bajo las llaves de una Cuaresma cromática que aún no ha encajado con la litúrgica. Enero muestra los azulones y los añiles, los negros aterciopelados, los ocres como la tierra que nos espera de forma inexorable. Pero es solo una pausa. Con la primavera llegará el estallido de esa acuarela que cambia el líquido elemento por el aire donde se disuelven, se mezclan y se complementan todos los colores que la retina es capaz de descifrar.

El color, además, es la metáfora perfecta del conocimiento y del sentimiento, de la sensualidad y del amor. Los talibanes no van más allá del blanco y del negro que constriñen sus hemipléjicas ideologías, mientras los liberales son capaces de distinguir y de degustar los valores y los matices que encierran las ideas del otro. El mundo no es bipolar, sino extremadamente rico. Eso es algo que no pueden admitir los que están encastillados en su blanca verdad mientras luchan contra la negrura del error que encarna el enemigo. En cuanto a los sentimientos, el color nos lleva hasta el dorado fogoso del amor, rojo de sangre en tensión continua,. Viaja por el rosa de la ternura, el malva de la decadencia, el amarillo de lo sensual. Y desemboca en el azul donde se concentran todos los cánones de la elegancia.

El color es el alma de Sevilla, su proyecto y su proyección, su pasado esplendoroso: oro y plata de América brillando en la memoria, azulejos de alicate en el Alcázar, tierras de Velázquez y celestes de Murillo. Sevilla es un cuadro de Juan Romero cuando se abre como una flor que se convierte en un regalo del tiempo. Por eso ABC, el periódico de nuestra infancia, colorea ese pasado que nunca se irá del todo. Ni siquiera cuando nosotros pongamos rumbo hacia ese lugar ignoto donde todos los colores se resumirán en el verde concreto y esperado de la Esperanza.

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