puntadas sin hilo

Highway to hell

La autopista Sevilla-Cádiz ha pasado en pocos años de infraestructura ejemplar a pesadilla automovilística

Pertenezco a esa generación que creció fascinada por la autopista de Sevilla a Cádiz. En una época en la que viajar a cualquier capital andaluza suponía una azarosa aventura de adelantamientos de camiones por carreteras sinuosas que cruzaban una infinidad de pueblos, conducir hasta Cádiz ... por la flamante autopista suponía un viaje al futuro, un túnel mágico en el que durante una hora y media España dejaba de ser un país atrasado para convertirse en una pujante nación europea. Entonces se llamaba Autopista del Sur, porque las carreteras no tenían todavía esos nombres de letras y números que parecen sacados de una partida de hundir la flota, y todo el mundo sentía un pellizquito de orgullo cuando enfilaba con su Seat 124 o su R5 el camino hacia la costa. Después, en la preExpo, llegarían la SE-30, la A-92 y la A-49; las vías de doble sentido se convirtieron en algo habitual, pero la autopista —todavía de pago— mantuvo siempre un punto de distinción, un plus de categoría frente al resto de la red viaria. Las autovías podían ser jamón, pero la autopista de Cádiz seguía siendo caviar.

Pasaron los años y el gobierno andaluz de Manuel Chaves comenzó a reclamar, con sentido común, la liberación de una infraestructura que seguía contando con un doble peaje, en Las Cabezas de San Juan y en Jerez —en un principio hubo un tercero en el Puente Carranza—. La empresa concesionaria, Aumar —después Abertis—, había amortizado sobradamente la inversión y era razonable su rescate como vía pública. Primero se eliminó el peaje de Jerez y finalmente, en 2020 el Gobierno de Pedro Sánchez decidió no renovar la concesión e incorporar la autopista a la Red de Carreteras del Estado.

Desde entonces, la AP-4 se ha convertido en una pesadilla automovilística que sufren cada fin de semana cientos de conductores. Highway to hell, como en la canción de AC/DC. Claramente saturada, su doble carril ha quedado obsoleto para un tráfico que se ha multiplicado exponencialmente. Muchísimos sevillanos añoran el peaje, aunque pocos lo dicen en voz alta para no ser tachados de elitistas. No tiene razón: pagamos suficientes impuestos como para disponer de al menos una autopista como la que disfrutan en muchos otros puntos de España. El problema es que la Junta utilizó la reivindicación de la liberación de la AP-4 como un recurso ideológico y el Gobierno lo concedió como una engañifa electoral, limitándose a eliminar el peaje sin preocuparse por el futuro de la infraestructura. Está muy bien rescatar una autopista para el pueblo, pero el gesto debe de ir acompañado de presupuesto para su mantenimiento e inversiones para su mejora. Desde 2020 el Ministerio se ha desentendido de un vial claramente saturado. No les culpo: para qué gastar dinero en Sevilla si siguen ganando las elecciones generales.

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