tribuna abierta
La honradez y el engaño
La Constitución no puede aceptar medidas tendentes a olvidar los atentados a la propia Constitución
Los poderes legítimos actúan, incluso si preciso fuera, con el uso legítimo de la fuerza, para restablecer el orden legal quebrantado. La coherencia define a una persona que actúa en consecuencia con lo que expresa. Quienes quebrantaron el orden constitucional en Cataluña manifiestan que fueron ... objeto de una represión ilegítima. El presidente Sánchez, nada menos que en la sede de las Naciones Unidas, presumió de que sería coherente con lo prometido, no sabemos si se refería a lo que prometió antes de las elecciones o a lo que ha comprometido con los separatistas que seguirán facilitando sus felices sueños en la Moncloa.
Por muchas vueltas semánticas que le den a la explicación de la compra de votos a independentistas de toda laya para la investidura de Sánchez, y al instrumento legal que la encubra, la realidad, de llevarse a cabo, será que los tribunales de justicia, las fuerzas y cuerpos de seguridad, el Senado que aprobó el desarrollo del artículo 155 de la Constitución, el Rey que condenó el golpe y la propia Constitución que garantiza la justicia, la libertad y la igualdad de todos los españoles, pasarán a ser considerados como elementos autoritarios al servicio de un régimen dictatorial. Y los golpistas pasarán a la historia como héroes defensores de la democracia y de los derechos humanos, víctimas de un Estado represor.
La cuestión es tan sencilla que hasta los más obtusos la entienden: la Constitución no puede aceptar medidas tendentes a olvidar los atentados a la propia Constitución. Si así fuera, el 90 % de los españoles que aprobaron en 1978 la Constitución de la Concordia habrían alumbrado una dictadura durante 45 años del que serían víctimas los que pretenden ser amnistiados. Es decir, el mundo al revés.
Pues bien, ese mundo al revés es el que nos pretende colar por la gatera el que presume de coherencia cuando su trayectoria es todo un recital de oportunismo al servicio de su exclusivo interés personal. Ese disidente al que con meridiana claridad se ha referido Alfonso Guerra, quejándose de que él estaba de acuerdo con no gobernar con Podemos, ni con pactar con Bildu, ni conceder indultos a los golpistas, ni derogar la sedición ni rebajar la malversación, pero que se quedó colgado y con el trasero al aire cuando «el disidente» cambió de opinión. Algo que no es novedoso en el personaje, según Luis Ventoso recogió de testimonios de quienes conocen desde pequeño a Pedro Sánchez y decían que «es lo peor. No siente ni padece. Todo le da igual, menos él mismo. Su arma favorita es la mentira».
Esta deriva del actual PSOE se inició con la aceptación de la enmienda de Bildu a la Ley de Memoria Democrática que en el fondo daba impunidad a los actos violentos justificando al terrorismo de ETA como «una lucha por la libertad y la democracia», una auténtica vergüenza para los demócratas y una ignominia para las víctimas etarras. Y el pacto reciente con los golpistas catalanes, suscrito el 17 de agosto para la constitución de la Mesa del Congreso, ahonda en el oprobio cuando el texto filtrado para la negociada amnistía dice textualmente que «se entenderá por intencionalidad política cualquier hecho vinculado a la lucha democrática por la autodeterminación de Cataluña». ¿Cómo puede suscribir tales pactos un partido autor de la Constitución en el que se pide la impunidad para actos terroristas que disfraza como lucha por la democracia? ¿Cómo puede firmar el PSOE que se acepte como democrática una actuación ilegal para conseguir una autodeterminación no reconocida por ningún organismo internacional y además totalmente inconstitucional? Como dijo Juan José Linz, «la tolerancia con los actos violentos, si estos benefician los propósitos de un político, definen a este como un peligro para la democracia y como un autócrata».
Cuando se cuenta con facilidades negadas a los demás para conseguir cosas u obtener dispensas difíciles o imposibles se dice que el beneficiado de tal conducta tiene bula. Estamos ante una bula que beneficia a los políticos, a ciertos políticos faltos de principios y sobrados de prepotencia, concedidos por irresponsables deshonestos que desprecian su propia palabra y engañan a la ciudadanía. Como dijo el clásico, la honradez es la rectitud de ánimo y la integridad en el obrar; una persona honrada no roba, no miente, no engaña, no traiciona. ¿Roban a los españoles quienes le reclaman que le dispense una deuda de más de 70.000 millones de euros? ¿Miente quien hace lo contrario de lo que dice? ¿Engaña quien promete traer a un delincuente ante la justicia y hoy se rinde y acepta su chantaje? ¿Traiciona a su país quien falta a sus promesas, como Judas, por el plato de lentejas de la presidencia del Gobierno?.
Es verdad que en España abunda la visión del dramaturgo inglés Noel Coward, según el cual «es triste observar como mucha gente se asombra de la honradez y qué pocos se escandalizan por el engaño». Con el engaño permanente en que el sanchismo ha convertido España en patio de monipodio, nadie se escandaliza por ello, mientras se asombran muchos de que aún existan políticos honrados. Es cuestión de tener paciencia, porque el tiempo todo lo cura y se avecinan tiempos políticos y económicos de difícil digestión, ante los cuales algunos se temen lo peor: que cuando pase este experimento y se intente recuperar el pulso de la normalidad, los españoles seremos más pobres, habremos perdido libertad y estaremos más divididos. Y entonces, como siempre, cuando el drama apremia, buscaremos la honradez en otros dirigentes.
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