SOL Y SOMBRA
Entre Waugh y Kapuscinski
José Joaquín León es periodista y se notó en su pregón, largo pero entretenido para un oyente profano
ENTRE los referentes generacionales para aspirantes a periodista que la industria audiovisual estadounidense brindó en la segunda mitad del siglo pasado, siempre pesó más en uno Walter Burns (Walter Matthau), el cabrón con pintas que dirigía el Chicago Examiner en 'Primera plana', que el idealista ... Lou Grant (Ed Asner), que daba nombre a una teleserie homónima y cuyo despacho de 'Los Angeles Tribune' estaba presidido por un cartel con el primer mandamiento del corporativismo mal entendido: «Perro no come carne de perro». Si algo o alguien no puede ser criticado, tampoco serán creíbles los elogios que se le profieran.
No han sido muy entusiastas que digamos las crónicas del pregón que pronunció hace una semana José Joaquín León, lo que alertó de inmediato al escuchador profano, acostumbrado últimamente a que los medios se refiriesen al acto bajo el influjo de La Rochefoucauld: «Es un síntoma de mediocridad el elogiar con moderación». El idioma francés es muy dado al circunloquio, politesse oblige, y así dicen ellos cuando aquí nos basta con la palabra ojana. Seis periodistas han pregonado la Semana Santa de Sevilla en sus quince últimas ediciones –excluido el bienio pandémico–, o sea, así que el observador imparcial comprende la modulación gremialista de la crítica en el 40% de los Domingos de Pasión.
Esta abundancia de colegas en el atril del teatro de La Maestranza, sin embargo, no es casual ni caprichosa ni mucho menos desatinada. Al contrario: la Semana Santa se ha convertido, en el siglo XXI, en un gran fenómeno mediático y es el periodismo, más que ningún otro oficio, quien puede tratarla profesionalmente, es decir, volcar talento y tiempo sobre ella. Recién llegado a esta Casa, en fin, no seré tan zote como para cuestionar la elección como pregonero de su director, Alberto García Reyes, ni de dos referentes de la Literatura (con mayúscula) en la provincia como Antonio Burgos y Antonio García Barbeito. ABC presume de contar, además, con el mejor no-pregonero de Sevilla en la persona de Paco Robles, que alguna vez explicará por qué demonios nunca lo eligió el Consejo. Él dice saberlo, pero nunca lo ha contado en público.
Valgan estos párrafos de largo introito para, con una semana de retraso, decirles que a mí sí me gustó el pregón de José Joaquín León. Mejor: me entretuvo, excepto en esos pasajes líricos que en nada cosquillean mi sensibilidad bellotera, pese a su extensión oceánica. La mención exhaustiva a todas las hermandades, incluidas las de vísperas, fue un ejercicio de rigor bondadoso del que casi todos los pregoneros se sustraen por pereza y los gags con los que iba aliviando el asunto, que por momentos era denso como cuajada de caserío, estaban trazados más con un escalpelo de Hampstead que con la brocha gorda del cuartetero de La Viña cuando suelta un borderío. A mitad de camino entre Rysard Kapuscinski y Evelyn Waugh transitó el pregonero. Quizá –seguro– no emocionó al capilleo recalcitrante. Vale, ¿y qué?
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