QUEMAR LOS DÍAS
Vida sucedánea
Nos gusta lo falso, la imitación, el remedo: no se puede concluir otra cosa
Uno de esos días de Navidad tan propicios a bajar la guardia, me metí en Netflix buscando alguna porquería con la que pasar la tarde, y eché un vistazo a las series más vistas en aquel momento. En el puesto sexto había una que se ... llamaba Chimenea en tu hogar. El título y la imagen (una foto de una chimenea encendida) me resultaron tan enigmáticos que, claro, pinché. Se trataba de una serie de películas en las que se mostraban ininterrumpidamente, durante más de una hora, «los chisporroteos de la madera de abedul». La descripción de la serie no tenía desperdicio: «Los chasquidos y crujidos de la leña son el ambiente perfecto para relajarse al calor del precioso fuego con brasas ardientes y llamas en danza».
Este año, por fin, me he atrevido a encender la vieja chimenea familiar en casa. Desde luego, no hay nada que acompañe tanto a la calidez del ambiente doméstico como una chimenea —a fin de cuentas, del fuego proviene la palabra hogar—, pero en los vídeos de los chisporroteos no cuentan que la leña no es precisamente barata, que cuesta cargar con ella y que, si tú no estás pendiente, nadie va a estarlo en casa y es posible que acabe apagándose.
Dejé correr unos instantes el capítulo de Netflix y enseguida me resultó artificial, forzado. Me recordó, de hecho, a esos vídeos que ponen en la pantalla del dentista, supuestamente concebidos para el relax del paciente, pero que acaban resultando excesivamente irreales.
La última vez que estuve en mi dentista, entretuvieron mi espera con una escena de Montmartre, en la que crepitaban cálidas luces en terrazas de bistrós y un gato negro deambulaba entre las mesas. La escena era puro cartón piedra, como la decoración de ese restaurante de Nervión que se ha puesto tan de moda por su propuesta de inmersión en el ambiente parisino, o como esas falsas abacerías franquiciadas que abundan en nuestros centros históricos, con vigas de corcho que imitan la madera y barras envejecidas para dar una apariencia añeja.
Nos gusta lo falso, la imitación, el remedo. No se puede concluir otra cosa. Sin ir más lejos, en FITUR, la Feria del Turismo, las agencias venden destinos, pero siempre de forma enlatada, con papel celofán y precinto, y poniendo el acento en los aspectos más folclóricos y superficiales, como si los propios destinos fueran remedos del destino verdadero.
Cuando estuve en Montmartre me sorprendió la profusión de mendigos, que no eran precisamente amables clochards. Acarrear leña no resulta nada cómodo. Y visitar una auténtica abacería en el centro Sevilla es una misión cada vez más difícil. Quizá por eso preferimos el sucedáneo: nos vale con el espejismo de lo verdadero. Por eso calentamos el hogar con Netflix y viajamos a París aparcando en Nervión.
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