Víctimas a peso

Un país civilizado encaja el dolor, pasa su duelo y no exhibe sus cadáveres ni los agita como bandera. Entierra en paz a sus muertos, reza sus oraciones y luego guarda silencio y respeta el reposo eterno.

La política han de hacerla los vivos y condicionados por su deseo de un mundo mejor y no por el rencor o por venganza. A ETA no la derrotamos con memoria sino con visión de futuro, con recursos y con audacia. Lo mismo al terrorismo islámico, que aunque continúa operando, no tiene el poder devastador de hace algunos años, y sinceramente espero no tener que tragarme estas últimas palabras. El pasado nos enseña y nos solemos equivocar cuando lo olvidamos o lo desdeñamos, pero aprendemos arriesgando, atreviéndonos a lo que nunca nadie se había atrevido antes y perdonando. Por supuesto que aprendemos perdonando, y que si no perdonamos no estamos realmente avanzando. No conozco a nadie admirable que no sea generoso y magnánimo. Y sé que es fácil ser generoso cuando no te ha pasado nada y que es difícil estar agradecido cuando estás fuera de control. Por eso nos basamos en leyes, en una Justicia equilibrada, garantista, compasiva y sabemos que no es una buena idea que el castigo lo decida el padre de la niña que ha sido agredida.

La vida siempre continúa y tiene que continuar de la mejor manera posible para los que todavía están vivos. De la manera más ventajosa, de la manera más plausible, limpia y tranquila. Todo el mundo sabe que hace falta mucha violencia, directa o implícita, para asegurar la paz, y por desgracia muchos muertos para defender la vida. Todo el mundo sabe que hay grandes catástrofes que nos pillan por sorpresa, que no siempre estamos a la altura y que eso no nos convierte en miserables ni en asesinos. No usamos el dolor: tratamos de evitarlo cuando podemos, y cuando no podemos hacemos lo que podemos para calmarlo. Ayudar a una víctima es darle fuerza y esperanza para que cuanto antes quiera dejar de serlo.