ARMA Y PADRINO

Vermut es un violador

Pero que yo crea la versión de unos hechos que estas mujeres han decidido dar, en algún caso después de diez años, es irrelevante

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No conozco a Carlos Vermut de nada, ni siquiera he visto sus películas y, tras leer sus declaraciones, me parece bastante idiota. No conozco tampoco a las mujeres que le denuncian públicamente (que no siguiendo los cauces legales) porque no han dado sus nombres, ... y no tengo más prueba de su existencia que la palabra del periodista que firma el artículo en el que acusan al cineasta de violencia sexual no consentida. Pero las creo. Creo que es cierto lo que dicen que han dicho esas tres mujeres que, dicen, existen. Así que yo creo que sí hay tres señoras que sufrieron violencia sexual por parte de un tipo que se aprovechó de su superioridad física y de su posición en el sector. Lo cree también el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, y lo creen los compañeros de profesión del cineasta, y un montón de personas anónimas que celebraban la valentía de esas mujeres y se felicitaban en redes. Carlos Vermut ya es, a ojos de todos, un violento violador.

No ha sido necesario ningún proceso justo y con garantías, ni la interposición previa de una denuncia, ni se ha tenido en cuenta su presunción de inocencia. Basándonos simplemente en la palabra delegada, sin más prueba que el propio testimonio por persona interpuesta, se ha dictaminado que aquí hay un culpable. Como si de un auto de fe posmoderno se tratara. Pero que yo crea la versión de unos hechos que estas mujeres han decidido dar, en algún caso después de diez años, es irrelevante. Y debería serlo también que lo crea Urtasun, que lo crea Yolanda Díaz, Antonio Bayona, Berto Romero, un señor de Cuenca con faringitis o el Orfeón Donostiarra. Porque si Carlos Vermut ha cometido un delito, que se dirima en el lugar adecuado y con todas las garantías procesales, que se aporten todas las pruebas necesarias y que él pueda defenderse.

Lo que no parece ni muy justo ni muy deseable es que las páginas de un periódico se conviertan en una suerte de foro inquisitorial en el que ajustar las cuentas que no tendrían recorrido por la vía judicial, algo así como un nuevo brazo secular jaleado por una jauría desnortada convencida de que la justicia debe funcionar conforme a sus particulares creencias, opiniones y sensibilidades. Ajustada a sus íntimos convencimientos. Sus yo creo elevados a categoría de todos sabemos. Y que eso lo crea, y lo defienda con vehemencia, el señor de Cuenca con leve inflamación de faringe, no pasa de pintoresco. Pero que lo celebren y alienten ministros, personalidades públicas y medios, es abiertamente irresponsable. Porque la seguridad jurídica, la debida previsibilidad y certeza de la aplicación de las normas, es consecuencia directa del correcto funcionamiento de nuestro Estado de derecho. No hay ningún beneficio en una nueva inquisición, ni siquiera en nombre de la más laudable causa.

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