arma y padrino

Suavemente me amenaza

Nos pide no confundir libertad de expresión con libertad para difamar. Pero se olvida de decir con la misma claridad que no es él quien dirime lo que es difamación

Pedro Sánchez nos ha venido al atril (sin medios, sin preguntas, hablando al viento inmóvil) con el modo drama activado, tan Evita Perón en su cabeza (tan bochorno en la pantalla). Lo hacía para, después del numerito victoriano del no poder más y la manita ... en la frente, reñirnos (primero) y amenazarnos (después). A los que lo estamos haciendo mal, claro. Por primera vez se ha dirigido a todos los ciudadanos y no solo a los suyos, pero el mensaje era muy diferente para unos y para otros. Porque si algo ha logrado Sánchez, con la connivencia de agentes sociales a los que solo separa del hambre que él se mantenga en el poder (y, en consecuencia, ellos en su cargo), es dividir a este país como no se veía desde tiempos muy oscuros. Ahora ya, para él, España se divide entre los suyos y los otros. O, dicho de otro modo, los buenos y los malos (que lo del muro iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde). A los buenos les ha pedido movilización contra los malos (limpieza y firmeza) y, a los malos, nos ha lanzado una amenaza apenas disimulada. Una que se dirige especialmente a la prensa y a la judicatura: un «cuidado conmigo» como un día de fiesta.

Lo que ha quedado claro es que su carta a la ciudadanía (a la ciudadanía que tiene redes sociales) era tacticismo puro y duro y que en nada respondía al arrebato febril del enamorado ante el faltar a la moza. Todo estaba calculado políticamente (y ensayado melodramáticamente) y lo único que le ha fallado ha sido la movilización, el abrumador culto al líder que esperaba y no se ha dado. Aunque no será la realidad, nunca lo ha sido, la que condicione su discurso. Por eso puede permitirse decir que ha sido precisamente esa movilización social la que ha influido en su decisión. Con «gran movilización social» se refiere a las apenas 4.000 personas, un día, y 2.000 otro (he asistido a cumpleaños infantiles más multitudinarios y he visto piñatas despertando más fervor). Esos militantes desplazados a cambio de bocata y refresco, y lo que ellos llaman «el mundo de la cultura» que, dándose golpes en el pecho, elevan plegaria a san Ginés por el sometimiento de los contrapoderes y un carguico, a poder ser. Que ahí afuera hace frío.

Que nos vayamos preparando ha dicho, les traduzco. Que lo suyo de quedarse no va de continuidad, va de nuevos aires. Y esos aires no van a ser buenos para la libertad de expresión y de prensa, ni para la separación de poderes, a poco que nos descuidemos. Nos pide no confundir libertad de expresión con libertad para difamar. Pero se olvida de decir con la misma claridad que no es él quien dirime lo que es difamación, sino un juez ante los hechos y las pruebas. Olvida que la presunción de inocencia no implica impunidad ni inviolabilidad. En lo que sí tiene razón es que debemos decidir qué tipo de sociedad queremos ser. Lo malo es que nos lo dice un demócrata sin ideal democrático con ínfulas autócratas que nos grita que él es el Estado de derecho. ¿Vamos a hacerle caso a él o a nuestros ojos?

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