Arma y padrino
La manía de abolir
No entiendo por qué a alguien podría molestarle el hecho de que otro pueda tener en su haber cuantos libros quiera
Ser o no ser inocente
De periodísticos dilemas morales
Leo a alguien que ha leído a otro que dice que uno ha dicho por ahí que las bibliotecas privadas son una aberración, que se trata de estúpido coleccionismo. Me viene a la cabeza inmediatamente el momento en el que Nick Carraway, en la novela ... de Francis Scott Fitzgerald, entra por azar en la biblioteca de Gatsby («gótica, de techos altos y paredes recubiertas de roble inglés tallado, probablemente transportada completa desde alguna ruina de ultramar») y encuentra en ella a un tipo observando absorto los estantes llenos de libros. «Son de verdad», le dice. Siempre pienso en esa escena (página 31 en la edición que yo tengo) cuando se habla de bibliotecas. Es muy probable que la misma cara que le imagino al personaje en ese momento (ojos de búho, boca abierta, aguantando la respiración) sea la misma que puse yo la primera vez que entré en la Biblioteca Antigua del Real Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia. Supongo que, de poder, el ocurrente señor que desprecia las bibliotecas privadas acabaría con esta, y con todas, y su contenido. «Adiós, Magna Glosa de Accursio». «Ciao, Rabano Mauro». «Au revoir, Quijote de Ybarra'». Habría que abolir las bibliotecas.
Yo entiendo que no gusten cosas, incluso que haya cosas que uno preferiría ni escuchar ni leer. A mí también me pasa: destesto el brócoli y los botones, y preferiría no leer nada que no haya superado una mínima corrección ortotipográfica (sobre todo, si pasa de las 600 páginas y se vende en librerías con faja laudatoria). Pero no tengo nada en contra de que aquellos a los que les gustan las cosas que no me gustan a mí sí puedan disfrutarlas. Y que las cosas que prefiero no escuchar puedan, de todos modos, decirse en voz alta. De hecho, tan radical es mi defensa de las libertades de todos, que prefiero que puedan decir que abolirían las bibliotecas, las familias, la libertad de expresión y la democracia. A estos hay que verlos venir, que ya saben aquello de que se empieza por el asesinato y se acaba llegando tarde.