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Arma y padrino

La manía de abolir

No entiendo por qué a alguien podría molestarle el hecho de que otro pueda tener en su haber cuantos libros quiera

Ser o no ser inocente

De periodísticos dilemas morales

Rebeca Argudo

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Leo a alguien que ha leído a otro que dice que uno ha dicho por ahí que las bibliotecas privadas son una aberración, que se trata de estúpido coleccionismo. Me viene a la cabeza inmediatamente el momento en el que Nick Carraway, en la novela ... de Francis Scott Fitzgerald, entra por azar en la biblioteca de Gatsby («gótica, de techos altos y paredes recubiertas de roble inglés tallado, probablemente transportada completa desde alguna ruina de ultramar») y encuentra en ella a un tipo observando absorto los estantes llenos de libros. «Son de verdad», le dice. Siempre pienso en esa escena (página 31 en la edición que yo tengo) cuando se habla de bibliotecas. Es muy probable que la misma cara que le imagino al personaje en ese momento (ojos de búho, boca abierta, aguantando la respiración) sea la misma que puse yo la primera vez que entré en la Biblioteca Antigua del Real Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia. Supongo que, de poder, el ocurrente señor que desprecia las bibliotecas privadas acabaría con esta, y con todas, y su contenido. «Adiós, Magna Glosa de Accursio». «Ciao, Rabano Mauro». «Au revoir, Quijote de Ybarra'». Habría que abolir las bibliotecas.

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