Arma y padrino
Mi derecho a piscina y barbacoa
Alguien le ha dicho que el artículo 47 de la Constitución reza que tiene derecho a una vivienda y está convencido de que España le debe un hogar
Ahora Alves es inocente
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No existe el derecho a vivir donde a uno le dé la gana. Yo, sin ir más lejos, quiero con todas mis fuerzas, apretando los puñitos incluso, una casa en El Viso. Una con terraza orientada al este y quinquefolia cubriendo la fachada (verde ... en primavera, roja en otoño). Y no hay tu tía. Daría un brazo (no el derecho) por vivir en la casa de Lope de Vega. Ya sé, exactamente, dónde pondría la piscina y dónde la barbacoa. Pues no hay modo. No existe, digo, el derecho a vivir donde a uno le dé la gana y ya me jode. Menos aún a vivir donde a uno le apetezca y al precio que estime oportuno. Ocurre que todos querríamos vivir en el centro por trescientos euros al mes. Y no hay tanto centro y menos a ese precio.
Le dije esto, más o menos, a un amigo entusiasmado con la manifestación del próximo día cinco en Palma por el derecho a la vivienda, que se ve él ya recogiendo las llaves de un ático en Jaime III con cargo al erario. Le dije también que no existe ese «derecho a la vivienda» del que habla y me mandó a leer el artículo 47 de la Constitución. Alguien le ha dicho que el artículo 47 de la Constitución reza que tiene derecho a una vivienda y está convencido de que España le debe un hogar. Le recité casi de memoria el artículo 47, porque soy una pedante, y traté de explicarle que nada tiene que ver un derecho a la vivienda con un derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Cuando quise explicarle, de paso, la diferencia entre un derecho fundamental y un derecho programático ya estaba el tío de pie, apurando su cerveza y recogiendo sus cosas, porque le vinieron las prisas y la conversación no le interesaba.
En lo que sí tiene razón el merluzo de mi amigo es en que, en Mallorca, hay un problema habitacional. Pero el problema no es que él no pueda vivir exactamente en el pueblito que le gusta de la sierra de Tramontana y por los cuatro duros que está dispuesto a pagar. El problema está en que el propietario aquí prefiere vender al 'foraster' porque puede pagarle más 'dovers', lo ha hecho siempre (y vendió la isla), y no está tan dispuesto a bajar el precio para cualquier hijo de vecino. A eso sumemos una oferta escasa y una elevada oferta, 'et voilà'. Pero los mismos que se manifiestan por la vivienda son los que no quieren más suelo urbanizable. Y los mismos que están en contra de beneficios fiscales para propietarios a fin de que aumente la oferta de alquiler. Pero favorables a un Estado intervencionista que tope los precios y proteja al inquilino, lo que hace que el propietario prefiera no arriesgar ante tan exiguo beneficio. Son también, no lo duden, los de «turistas go home» justo donde el turismo es sector fundamental y motor económico. Así que, sin turismo y sin casas (pero con gritos y batucadas) les vaticino exitazo. ¿Qué podría fallar?