Perdigones de plata
El voto punk
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Iniciar sesiónAquellos primeros punkis ochenteros de crestas afiladas que desafiaban la gravedad, cargados de ferralla galvanizada en muñecas y chupas de cuero, acaso son hoy, los supervivientes, digo, pacíficos abuelos que gustan de bailar 'Los pajaritos' en la verbena del pueblo por aquello de mover el ... esqueleto. Cuentan que el voto punk se ha desplazado hacia Vox. No se imagina uno a esa mocedad dirigirse a pie de urna con crestas erizando el cráneo y botas militares reforzadas con puntera de acero. Pero los tiempos cambian y así están las cosas. Aquellas crestas de asesina arquitectura capilar yacen en los museos. Aquí el fósil de un lagarto jurásico, aquí las barbas de un viejo jipi que todavía cabalga sobre ese tripi que se comió en un festival de la costa brava, y aquí la cresta algo desmochada de un punki hispano que se creyó el Sid Vicious de su barrio.
Más allá de lo que vote en libertad cada cual, los punkis ya no existen porque no tenían futuro y porque sus poses las adoptaron y las vendieron los grandes almacenes. Quíza, ahora, la verdadera rebeldía punkarrona sea estudiar latín por deporte, conseguir matrículas de honor y terminar los estudios para humillar a la cuadrilla de impostores que falsean los suyos, leer por mero y revolucionario placer a los clásicos desde Homero hasta Chandler pasando por Lope, ir limpio de tatuajes y de esa chatarra que taladra napias, labios y lóbulos, mostrar respeto hacia los mayores, desconfiar de las estupideces tipo 'la huella de carbono', renunciar a las modas que amansan en favor de la manada gregaria que consume lo que le dictan y, yo qué sé, escuchar a Coltrane, a Mozart y, ya puestos, al maestro Chapí. No, los punkis pasaron a mejor vida y las tribus urbanas se disolvieron cuando las pantallitas se convirtieron en la prolongación de nuestras manos. Los chismes arrinconaron cualquier jirón de protestas dinamiteras porque hipnotizan con su traidor bisbiseo de bruja. Los auténticos punkis jamás votaban porque preferían el calimocho, que era otra forma de anestesia.
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