La sucia realidad

El tal Prigozhin comenzó su aventura empresarial vendiendo perritos calientes. Luego levantó un imperio y se dedicó a la seguridad privada. Su arranque salchichero evolucionó hasta dominar un ejercito privado que se vende al mejor postor. Tonto desde luego no es. Su historia merecería una película y si la protagonizase un Brad Pitt o un Leo DiCaprio le admiraríamos. Ah, qué hombre. Como por desgracia ya hemos visto demasiado su semblante algo atocinado, hemos llegado tarde para consagrarlo mediante la gloria del celuloide. A uno, la triste realidad, cada vez le espanta más. La realidad son las colas del supermercado, los atascos que derriten la paciencia, el incierto funambulismo de fin de mes, la sangre de los inocentes, un sumergible chapucero que peta en el fondo del mar, la tos mañanera fruto del tabaquismo, la jodida calvicie, el michelín cabrón, el grano en el culo, la bronca doméstica con esos hijos que trasnochan demasiado y aterrizan en el hogar con lo ojitos sospechosamente rojos, los alimentos precocinados que son pasto de microondas, tender la ropa, recoger la ropa tendida (esas tareas son lo peor), descubrir que el papel higiénico se acabó en el trance supremo… Frente al latigazo de la cochambrosa realidad, conviene releer a Pla, Baroja, Camba, Cunqueiro y gente así para recuperar el toque óptimo que nos hidrata la sesera. Sólo así resistiremos frente a los reales Prigozhin del mundo.