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Perdigones de plata

Por allí resopla

El instante supremo vino cuando la flotilla hundió en las oscuras aguas sus teléfonos móviles

El sobornito

Voto de silencio

Ramón Palomar

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Así como el vencido líder galo Vercingétorix arrojó su escudo y su espada a los pies de Julio César, la audaz marinería de la célebre flotilla que en nada envidia las gestas de Álvaro de Bazán o Blas de Lezo, se vio obligada a ... lanzar por la borda la utillería de cocinillas náutico, no fuese que las tropas israelíes tomasen el cuchillo de mondar patatas por un arma de destrucción masiva. La Historia, así con mayúscula, que diría Navales según lo escribe Prada, nos ofrece grandes momentos. Sin duda estamos ante uno de ellos, lástima que Stefan Zweig se marchó hace tiempo y no puede inmortalizarlo…

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