Perdigones de plata
Proyecto de momia
Los que vivimos solos nos precipitamos en evocaciones extravagantes, aunque basadas en hechos reales como los que propone cualquier vulgar telefilme de sobremesa. El perfume a cadaverina, alcanzada cierta edad en la cual el apechusque, el parraque, el telele, el paralís, el infarto y todo ... el resto de terrible artillería pesada que te puede pasaportar hacia el más allá siempre flota sobre nuestra chepa. ¿Y si una tarde nos quedamos pajaritos viendo una serie casposa y nos encuentran cinco años después resecos como un Iggy Pop de piel adherida contra los huesos? ¿Y si nos descubren momificados frente al televisor enchufado? Qué triste. Qué vergüenza. Qué ridículo.
Porque claro, una cosa es que aparezcas mutado en agurruñada momia sobre tu butaca Eames, vestido con decencia y con las 'Memorias de ultratumba', detalle que realzaría el toque macabro, reposando contra tu pecho, y otra es que te pillen enfundado en un pijama roñoso tumbado sobre una chusca 'chaise longue' de oferta mientras contemplabas un concurso que entró en bucle, pues ahí duele. Tu dignidad por el suelo. Si topan contra mis restos en el primero de los supuestos, desde luego no me importaría que me exhibiesen en algún museo en la categoría de raro ejemplar de burgués solitario que se recrea decadente y pacífico hipnotizado por los clásicos inmortales. Incluso me haría ilusión recibir las visitas de los escolares zumbones y ceporros. Mana de las momias, desde siempre, un atractivo poderoso que atrapa a la juventud, pero esto Urtasun no lo capta y se carga el universo de morbo y pellejos amojamados que tanto nos alegraron cuando las excursiones escolares. Las momias representan las 'vedettes' antañonas que vindican su lugar en el mundo, los ejemplares díscolos que superaron el olvido del tiempo, el recuerdo de lo que una vez fuimos. Esconderlas en los zulos en el nombre del 'bienquedismo' es otra de esas chorradas imperdonables. Uno, de mayor, aspira a ser momia, o momio, preñado de cierta elegancia frente al público. No concibo mayor honor.
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