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Perdigones de plata

Orejas de coliflor

Cuando inicias una guerra contra alguien interesa saber contra quién te enfrentas

Bola de fuego

No binario

Ramón Palomar

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Nunca te metas, pero nunca, con ese tipo escuchimizado de semblante bonachón y mirada inexpresiva que yace en la barra si luce orejas de coliflor. Aunque su aspecto desprenda tono feble, aunque se te antoje que no es sino un canijo que saldrá huyendo al ... ladrarle, si exhibe orejas de coliflor ni se te ocurra faltarte con él porque besarás la lona antes de que descubras la furia que se precipitó contra tus huesos. Las orejas de coliflor, tan chuchurridas, son la marca que evidencia que te plantificas ante un peleador verdadero, coriáceo, no ante un pijo de gimnasio que le mete un par de galletas al saco de boxeo los viernes por la tarde para sentirse todo un hombre. Pocas bromas con los que gastan esos pabellones bacheados, asincrónicos y reducidos a una pulpa tortuosa y bulbosa. Esas orejas son el fruto de los impactos demoledores que separan la piel del cartílago, y representan el emblema del peligro, del que no sólo conoce el arte de propinar recios fostios, sino también, que es más importante, de encajarlos.

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