No binario

Pero como no tenía claro que es eso de «no binario», harto de componer la faz que gastaba mi tía Amparo cuando le explicaba el fuera de juego, o de permanecer cariseco como cuando nos destripaban en clase los misterios del logaritmo neperiano (tengo un trauma con ese logaritmo, lo sé), decidí aprovechar la sabiduría de mi amigo Flani (un abrazo), que es gay y le encanta desasnar heterosexuales de mi corte. «Que no se siente ni hombre ni mujer», me apuntó. Vale. Me quedé con la cara de fuera de juego de mi tía Amparo. Le pedí que me ilustrase con mayor profundidad (no quiero chistes malos, por favor). Se lanzó entonces con alegría y me enchufó un discurso apoteósico, amazónico, razonado, salpicado de datos y pletórico de detalles. La confusión que me empapaba con el dichoso logaritmo neperiano me acuchilló de nuevo. No entendí nada, pero insisto, que cada cual escoja en libertad su palo y máximo respeto para todos. El problema es mío, sólo mío, algunos asuntos de la moderna sociedad me superan y lo asumo resignado. Me despedí de Flani y, de camino al hogar recordé cuando, en aquella legendaria película de Peckinpah, Pat Garret le dice a Billy el Niño: «Los tiempos están cambiando», y este responde: «Los tiempos puede ser, pero yo no». Una cosa sí tengo clara, y es que el próximo Bob Dylan no saldrá de Eurovisión.