PERDIGONES DE PLATA

El dogma

Me pasma que tres ministros abracen una mentira aun sabiendo que chupan de la ciénaga trolera

La caída

Dimitir en Japón

En el lóbrego sótano de la catedral de Tánger, una monja delgada de rostro afilado que lucía bello bozo sobre el labio superior y unas gafas robustas con montura de carey, nos enseñó la diferencia entre el bien y el mal. En realidad ya ... intuíamos el abismo que separa la luz de la oscuridad, pero no nos vino mal la lección de aquella monja para reforzar nuestros incipientes esquemas de renacuajos que chapotean despistados en la charca de la vida. Y, lo más importante, hay que elegir, y elegir de manera correcta. A veces no queda más remedio que escoger entre el susto o la muerte, entre Guatemala o Guatepeor, entre con cebolla o sin cebolla, entre con gas o sin gas o entre la playa o la montaña. Sólo cabe esperar que no nos falle el pulso y que encaminemos nuestros pasos hacia la decencia y la honradez. Y no debería de ser tan difícil.

Lo que me pasma, lo que me sume en la absoluta perplejidad, lo que me deja reloco y con la sesera zumbando como si un millón de moscardones rebotasen contra las paredes de mi duro cráneo, viene cuando compruebo que gente del perfil de Óscar Lopez, de Pilar Alegría o de María Jesús Montero, abrazan la mentira aunque saben que chupan de la ciénaga trolera. Se precisa cuajo radioactivo y estómago especial, mucho más blindado que el de ese vendedor de pisuchos que trata de colarlos a precio de mansión, para adoptar los pérfidos discursos del embuste bastardo. Y aquí observo, creo, que si se ven obligados a elegir entre el dogma sanchista y la cruda realidad, no lo dudan y se arrodillan ante el primer caso en singular, sumisa e inverosímil genuflexión. Imagino que también aprecian su sueldo, pues al final, quizá todo se reduce a eso, a conseguir las doradas habichuelas que te sacian cada mes. Entre soportar el zarpazo del hambre que nace de la honradez o disfrutar de una panza agradecida que se hidrata con el mal, se inclinan por lo último. Aunque les importe un soberano bledo, la Historia no les juzgará con benevolencia. Se nota que aquella monja no les ofreció digna catequesis.

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