tiempo recobrado
Vivir para vivir
Me desazona la sensación de que la vida ha transcurrido en un instante. Las cosas que amábamos y que nos rodeaban son ahora un recuerdo lejano
Otros artículos de Pedro García Cuartango
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónPor puro azar, he vuelto a ver 'Vivir para vivir', dirigida por Claude Lelouch en 1967, un año después del estreno de 'Un hombre y una mujer'. Ganó un Globo de Oro y fue nominada para el Oscar a la mejor película de habla no ... inglesa. El tiempo ha hecho mella en la cinta, la trama podría parecer hoy anacrónica, hay momentos en que bordea la cursilería, pero me ha fascinado con la misma intensidad que cuando la vi en 1972.
He sentido una invencible nostalgia al escuchar la música de Francis Lai y al contemplar las andanzas de los tres actores que protagonizan la historia de un adulterio: Yves Montand, Annie Girardot y Candice Bergen. Los dos primeros hace mucho tiempo que murieron y la Bergen ha cumplido 79 años.
Lo que más me ha impresionado es la constatación de que nada queda de aquel mundo que aparece en la gran pantalla. Montand hacía el papel de un reportero de guerra que mantenía un idilio con una atractiva mujer mientras viajaba por el mundo. En casa, le esperaba la fiel, abnegada y sensible esposa, protagonizada por Annie Girardot, que le abandona al tomar conciencia de que su marido tiene una aventura.
El paso del tiempo es devastador y eso se refleja en los objetos, el mobiliario y las calles que aparecen en la película. Girardot lleva un abrigo de pieles, Montand viste una gabardina llena de botones, todos fuman en los coches y en los interiores, los periódicos son de formato sabana, los teléfonos son antiguallas del pasado y los televisores, en blanco y negro.
Aquella película, que tuvo problemas con la censura porque el franquismo digería mal las relaciones extramatrimoniales, hoy sería vista por la generación de mis hijas como una historia ñoña. No podrían comprender el morbo que provocó entonces el filme de Lelouch. A mí eso no me interesa porque es evidente que el mundo ha cambiado en los 58 años transcurridos. Lo que me desazona es la sensación de que la vida ha transcurrido en un instante. Nuestro entorno, las cosas que amábamos y que nos rodeaban son ahora un recuerdo lejano.
En aquella época, yo fumaba Celtas cortos, los teléfonos funcionaban con fichas, había cajas registradoras y tranvías y los Seat 600 circulaban por Madrid, una ciudad de bares y cafés en los que se podía pasar la tarde leyendo el 'Informaciones' o jugando una partida de dominó. La vida era más sencilla y apacible. Y lo digo a sabiendas de que hay un sesgo retrospectivo que nos impulsa a creer que todo tiempo pasado, el nuestro, fue mejor.
Todas las generaciones han caído en la misma trampa. No hay más que leer a Galdós o a Clarín para darse cuenta de que ellos sintieron el mismo abatimiento. Pero, como decía Simone Signoret, la nostalgia ya no es lo que era. Nunca lo ha sido. Añorar el pasado es correr tras el viento, como reza un proverbio ruso.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete