tiempo recobrado

Recuerda que eres mortal

El mar es un espejo volátil que refleja la precariedad del hombre y la perpetuidad cíclica de las estaciones

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Leí hace mucho tiempo que cada cristal de nieve es diferente de los otros. Esta idea volvió a mi mente anteayer mientras, sentado en un banco de piedra, contemplaba el Atlántico. El mar siempre es el mismo y, a la vez, distinto por sus ... infinitas variaciones.

Nuevamente instalado en Bayona para las vacaciones, me gusta dar la vuelta por el camino que circunda Monte Real, donde se halla el parador medieval amurallado que antaño fue fortaleza que defendía la villa. La senda bordea el océano de suerte que el paseante tiene la impresión de hallarse en una isla.

El horizonte del mar se fundía con las nubes en una mañana nublada. El cielo y agua se difuminaban en un gris en el que la espuma de las olas que chocaban contra las rocas parecía los brochazos de un pintor caprichoso.

Atrapado por la fuerza hipnótica del espectáculo, permanecí varias horas en este paraje de grandeza sobrenatural. Me impresiona la idea de que no hay más que un inmenso océano desde esta costa que marcaba el límite del mundo civilizado hasta las playas de América.

Aquí los griegos ubicaban el jardín de las Hespérides, los romanos construían altares dedicados al sol en los lugares donde los celtas habían erigido castros de granito. Frente a la bahía, se alzan las islas Cíes como la chepa de dos gigantes que emergen del mar. Hasta allí llegaron las legiones que se negaban a cruzar el río del olvido, las naves de Julio César y los piratas ingleses que asolaban el litoral.

Dice también la leyenda, que no la historia, que Noé arribó a estos parajes para fundar la ciudad de Noya, a la que puso el nombre de su nieta. El arca habrían encallado en las costas de Galicia, donde decidió quedarse el patriarca con toda su familia.

Los más viejos recuerdan todavía el incendio del Polycomander en 1970, un petrolero que contaminó las Cíes y cuyo chapapote cubrió la bahía de Bayona. Una enorme columna de humo negro tapó el cielo aquel día mientras los lugareños veían desde Monte Real las llamas del buque.

El pasado y el presente se funden en este camino hollado por pescadores y señores de la guerra, testigo de naufragios y de milagros, promontorio avistado por una de las carabelas de Colón al retornar a la Península e isla de una memoria que se pierde en la noche de los tiempos.

Todo cambia y todo permanece en este sendero de piedra, asomado a ese vacío, el mar, espejo volátil que refleja la precariedad del hombre y la perpetuidad cíclica de las estaciones. A veces la eternidad dura un segundo, enfatiza uno de los personajes de 'Alicia en el país de las maravillas'.

«Recuerda que eres mortal», susurraba un esclavo al oído del emperador de Roma. Estas ruinas y el océano nos recuerdan que la belleza seguirá aquí cuando nosotros ya no estemos, siempre fugaz y a la vez inmutable.

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