tiempo recobrado

Política espectáculo

Los problemas se elevan a una condición etérea y abstracta, como si hubieran surgido de la nada y como si los errores fueran imposibles de prever

La modernidad costaba 7 duros

Pablo Iglesias y la lucha de clases

Ya lo escribió Guy Debord en 1968: la política ha devenido espectáculo. Hace 57 años, cuando Debord publicó su famoso libro, todavía había debates ideológicos, una izquierda comunista que defendía la lucha de clases y una derecha que se deslizaba hacia la tecnocracia. Hoy ... la política es un puro relato, una representación, por utilizar los términos del filósofo francés, fallecido en 1994.

No hay más que leer los periódicos o seguir las tertulias para constatar que no existe ni el más mínimo debate ideológico entre los dirigentes políticos. Se discute sobre eslóganes y estereotipos entre dos bandos enfrentados simétricamente. La culpa es siempre del otro. Los juicios de intenciones dominan los discursos. Y la banalidad y el insulto priman en las declaraciones públicas y la confrontación parlamentaria.

En este contexto, llama la atención la absoluta incapacidad para asumir responsabilidades por los errores. Ahí están los recientes ejemplos del caso de las pulseras o de los fallos en las pruebas mamográficas en Andalucía. Ni la ministra de Igualdad ni la consejera de Salud han dimitido. No sólo eso, sus explicaciones han apuntado a minimizar los contratiempos y eludir su responsabilidad. Desde el apagón eléctrico, cuyas causas todavía desconocemos, al pésimo funcionamiento de los trenes, nadie se responsabiliza de nada. Se buscan justificaciones abstractas o se echa la culpa a los predecesores.

No se trata ya sólo de que la política se haya convertido en una pugna de relatos, sino que, además, los problemas se elevan a una condición etérea y abstracta, como si hubieran surgido de la nada y como si los errores fueran imposibles de prever. Podríamos llamar a esto 'el grado cero' de la política: un estado en el que todo se convierte en inerte y en inane. Nadie es responsable de nada porque las cosas pasan porque sí.

Cuando ya no es posible mirar para otro lado, como le sucede a un Pedro Sánchez atrapado por los problemas judiciales de su esposa y su hermano, entonces siempre cabe buscar un chivo expiatorio. La prensa, los jueces o la oposición son perfectos para eludir explicaciones y responsabilidades. O se recurre a la masacre de Gaza para acusar de miseria moral a quienes no secundan las iniciativas del Gobierno.

El permanente desvío de la atención, la incapacidad para asumir responsabilidades y la banalización de los debates han reducido la política a una condición de espectáculo, el terreno donde se dirimen las ambiciones de poder y se revelan las pulsiones ocultas de los actores. Una simulación en la que la realidad y la ficción se confunden y la política pasa a ser puro teatro. Imposible no ser escéptico cuando la suerte de la flotilla de Gaza desplaza a la matanza de miles de inocentes, reducidos a un plano secuencia de un telediario.

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